El paradigma del Fin

El grado final de generalización

El análisis de las civilizaciones y sus relaciones, confrontaciones, desarrollo e interconexiones es un problema tan complejo que se pueden obtener resultados no simplemente diferentes, sino totalmente opuestos dependiendo de la metodología y del nivel de la investigación. Por lo tanto, con el fin de obtener incluso las conclusiones más aproximadas, es necesario aplicar una reducción que aporte una serie de criterios a un único modelo simplificado. El marxismo prefiere de forma inequívoca el enfoque económico, que se convierte en un sustituto y en el denominador común para todas las otras disciplinas. El liberalismo, en esencia, aunque menos explícitamente, también lo hace.

Un método cualitativamente diferente de reducción es el ofrecido por la geopolítica que, aunque menos conocido y menos popular es, sin embargo, no menos eficaz o ilustrativo para explicar la historia de las civilizaciones.

Varias formas de enfoque étnico, incluyendo en el extremo final "la teoría racial", ofrecen otra versión de reduccionismo. Por último, las religiones también ofrecen su propio modelo reduccionista de la historia de las civilizaciones. Estos cuatro modelos representan las rutas más populares de generalización y, aunque existen otros métodos, es poco probable que rivalicen con estos en términos de grado de claridad o sencillez.

Dado que el concepto de "civilización" sigue siendo extremadamente grande - quizás uno de los conceptos más importantes que la conciencia histórica de la humanidad ha sido capaz de generar - los métodos de reducción debe ser muy aproximados y deben dejar de lado los matices, los detalles y los factores de importancia moderada o leve. Las civilizaciones son conglomerados humanos que poseen extensión especial, temporal y fronteras culturales. Las civilizaciones, por definición, deben poseer un volumen considerable, es decir, deben durar mucho tiempo, controlar áreas geográficas significativas, y producir un estilo cultural y religioso (y a veces ideológico) especial, expresivo.

El principio del tercer milenio d.C., pide un resumen de algunos de los resultados de la historia de las civilizaciones, ya que la importancia de la fecha sugiere el alcance de algún tipo de umbral o límite. De ahí surge el deseo de traer las diferentes trayectorias de análisis de civilización a un paradigma único, universal. Por supuesto, el grado de simplificación, vulgarización, y reducción será aquí aún mayor que en los cuatro modelos reduccionistas mencionados anteriormente, pero es poco probable que esto se considere un obstáculo insalvable. Cualquier generalización (exitosa o no, justificada o no) deberá necesariamente enfrentarse a la crítica violenta de los "especialistas estrechos" que hace tiempo olvidaron los principios originales en medio de un torbellino de datos, así como de los partidarios conscientes (o inconscientes) de la generalización, quienes, puramente pragmáticos, utilizan las contradicciones en los detalles con el fin de desacreditar el conjunto.

No importa cuál, el tema del "fin de la historia" (Francis Fukuyama), el "choque de civilizaciones" (Samuel Huntington), el "Nuevo Orden Mundial" (George Bush), el "nuevo paradigma" (New Age), los "tiempos mesiánicos", el "fin de la utopía", el "paraíso artificial", o la "cultura del apocalipsis"(Adam Parfrey), es cada vez más popular según nos acercamos al final del siglo, la frontera del milenio. Y todos estos temas, en diversos grados, operan con modelos reduccionistas complejos que son el resultado de la consolidación de las más restringidas metodologías de, en primer lugar, las cuatro mencionadas anteriormente.

El marxismo real

La doctrina de Marx era tan popular en el siglo XX que es difícil hablar de ello, especialmente en Rusia, donde el marxismo fue proclamado la ideología oficial durante muchas décadas. Esta cuestión es muy dolorosa y está muy saturada de ilusiones y de connotaciones para los intelectuales occidentales, para quienes las polémicas y debates sobre Marx han sido centrales en los discursos filosóficos y culturales. Marx influyó en la historia moderna como ningún otro y es difícil nombrar a un pensador comparable a él en la fama, popularidad, o circulación de sus libros. Sin embargo, llegó un momento en el que la explotación excesiva del marxismo provocó el resultado inverso, sus ideas y doctrinas resultaron ser tan universales que en un momento dado dejaron de ser recordadas, y el marxismo se convirtió en un "dogma", un dispositivo, un sello ininteligible que llegó a ser usado e interpretado arbitrariamente. Los marxistas ortodoxos congelaron sus reflexiones en este campo y canonizaron los puntos de vista de Marx incluso en aquellos ámbitos en los que fueron claramente refutados por el curso de la historia en sí (tanto económica como políticamente). Herejes y revisionistas estiraron el marxismo un poco demasiado e incorporaron al mismo teorías que, estrictamente hablando, no tienen relevancia en un contexto marxista. Gradualmente hemos sido enfrentados con una imagen paradójica en la que el más popular y famoso pensador moderno y sus teorías han resultado ser poco claras, desconocidas, e impenetrables para la mayoría. Al final, el nudo gordiano del marxismo fue simplemente liquidado por el reconocimiento de su filosofía y su economía política como "equivocadas". Y entonces llegó el rechazo total de esta ideología. La arrogancia excesiva y las dogmatizaciones se convirtieron en una subversión y relativización igualmente excesivas. Y la aparentemente rápida construcción del edifico del marxismo fue repentina y totalmente destruida. Por otra parte, los liquidadores más entusiastas eran precisamente aquellas fuerzas responsables de la creación de un culto alienado, dogmático, de Marx. Sea como fuere, las ideas de Marx ahora prácticamente no tienen herederos, pero no han llegado a ser menos profundas o sorprendentemente exactas en la resolución de ciertas cuestiones. De este modo se produce una situación en la que el marxismo, habiendo perdido por completo sus partidarios tradicionales, puede ser adoptado como un arma por muy diferentes fuerzas que se mantuvieron al margen del marxismo en el momento en que sus ideas prevalecieron entre el entusiasmo intelectual y político.

Tal distancia y ausencia de compromiso con uno u otro campo marxista en las etapas anteriores de su historia intelectual, permite que el marxismo sea redescubierto de nuevo, y que su mensaje sea leído de una manera que antes era imposible. Es completamente evidente que una parte inmensa de los puntos de vista histórico-culturales de Marx son irremediablemente obsoletos, y muchos aspectos de su doctrina deben ser rechazados debido a su inadecuación. Sin embargo, es más productivo considerar imparcialmente aquellos aspectos de su enseñanza que, por el contrario, son todavía completamente relevantes y pueden ayudar a entender los aspectos esenciales del paradigma de la historia en su clave económica y socio-política. Y no hay nadie igual a Marx aquí. Fue Marx quien formuló un espacioso modelo reduccionista de la historia económica capaz de explicar, con increíble autenticidad, claridad y credibilidad, las orientaciones y procesos esenciales. Por lo tanto, sería conveniente recordar los fundamentos de la comprensión marxista de la fórmula de la historia.

El enfoque de Marx de la historia es dialéctico y presupone el desarrollo dinámico de las relaciones entre los principales sujetos de los acontecimientos históricos. Junto con esto, brilla claramente a través de su teoría el dualismo fundamental de estos actores, que determina la dialéctica, formando su contenido y la base ética para la interpretación. Los dos sujetos de Marx se definen como Trabajo y Capital. Marx considera trabajo al impulso creativo de la existencia, el eje central de la vida y el movimiento, como una especie de principio positivo, solar. Usando imáginería darwinista, el marxismo sostiene que "el trabajo creó al hombre del mono". El punto es que los medios de creación o producción son el vector principal existencial que dirige los procesos del estado horizontal, inercial, a un estado vertical, de voluntad. El trabajo, según Marx, es un comienzo positivo, un principio de "luz". A diferencia de la ética bíblica, en la que el trabajo es entendido como el resultado de la caída y es una especie de maldición sobre Adán por transgredir los mandamientos divinos (tal actitud hacia el trabajo es verdadera para otras tradiciones religiosas), Marx afirma inequívocamente la sagrada y totalmente positiva naturaleza del trabajo, su santidad, primacía, autonomía y autosuficiencia. Pero en su estado primordial, el Trabajo, como el primer impulso de desarrollo y el momento de inicio de la historia - como la Idea absoluta de Hegel - aún no es consciente de sí mismo y no puede darse cuenta de la integridad de su naturaleza intrínsecamente brillante. Para lograrlo es necesario un largo y complejo proceso de movimiento dialéctico a través del laberinto de la historia. Aunque sean aterradoras las experiencias y las hazañas del Trabajo, será capaz de alcanzar su estado triunfante, victorioso, volviéndose consciente, feliz, y libre a través de una serie de auto-negaciones dialécticas. Según Marx, toda la historia se extiende desde el "comunismo primitivo" - el estado original en el que el Trabajo era libre, pero ni consciente ni universal - al simple comunismo, cuando, a través de los laberintos del distanciamiento, volverá a la luz de la auto suficiencia, aunque de una forma plena y universal, y finalmente consciente. El hombre se convirtió en el hombre después de encontrarse con el Trabajo. Pero se convertirá en un hombre sólo cuando sea capaz de reconocer el valor absoluto de este medio y liberarlo, a través del comunismo, de todas las impurezas del inicio negativo.

¿Cuál es el polo negativo en el marxismo? ¿Qué se opone a la naturaleza brillante del Trabajo? Marx llama a eso "explotación", y la forma suprema e integral de esta explotación se supone que es el Capital. En el marxismo, el Capital es el nombre del mal del mundo, el principio oscuro, el polo negativo de la historia. Un largo período de "explotación", de alienación del Trabajo de su esencia, y pruebas y tribulaciones del sol en los laberintos de oscuridad se extienden entre el "comunismo primitivo" y la aparición del hombre y el comunismo final. Esto, en esencia, es el contenido de la historia.

El Capital no surge inmediatamente, sino que se manifiesta progresivamente según se perfeccionan las herramientas y mecanismos de explotación de la luz del Trabajo por parte de las fuerzas oscuras de los usurpadores . El desarrollo del Trabajo contribuye al desarrollo de los medios de explotación. La dialéctica compleja de las dinámicas continuas entre el ratio de las fuerzas productivas y las relaciones de producción conduce a ambos polos de la historia económica a lo largo de una espiral de desarrollo. Los objetivos en conflicto y las actividades de los trabajadores y explotadores contribuyen objetivamente a la intensificación de un único proceso político-económico. Las fuerzas productivas son la estructura interna del Trabajo y de su organización. Las relaciones de producción son el modelo de interacción de esta estructura de base subordinada a la explotación. Los frutos del Trabajo son los frutos de la abundancia. El Trabajo siempre produce más de lo necesario para satisfacer las necesidades inmediatas de los trabajadores. Esta es la esencia de su principio positivo, constructivo, brillante, solar. El Trabajo produce más.

Este plus, este excedente, es extraído por el polo oscuro, el parásito de la historia. A lo largo de toda la historia económica, las relaciones de producción se reducen a la expropiación de la sustancia a partir de los portadores de más por los portadores de menos. Las mejoras en las fuerzas productivas refinan los paradigmas de explotación. Pero ya desde los primeros pasos de la historia humana, es posible detectar rasgos característicos de las dos esencias que chocan entre sí en toda su fuerza sólo al final de la misma. El trabajador primitivo es el germen del proletariado industrial. El jefe tribal es el embrión del Capital.

Pasados largos milenios de historia humana, los dos sujetos del drama mundial alcanzan su estado más puro, realizando y recapitulando finalmente todas las etapas anteriores. Desde el sistema esclavista a través de las relaciones feudales emerge el capitalismo, y esta es la etapa más importante y fundamentalmente escatológica de la doctrina marxista. Aquí toda la compleja situación social se reduce a la clara dualidad del proletariado como la clase que encarna el resultado del desarrollo histórico y económico de los elementos del Trabajo, y la burguesía que concentra en sí el polo absoluto, más total, acabado y consciente de pura explotación. El polo de luz completa su trágica trayectoria a través de los laberintos de la alienación, y el polo oscuro se acerca a la victoria completa. Proletariado y Capital. El Trabajo puro es el proletariado sin ningún tipo de propiedad ("excepto las cadenas") y el Capital puro se transforma de lo que se tuvo a lo que se tiene, en el elemento de alienación pura o explotación absoluta.

Marx trae todos las demás problemas históricos, filosóficos, culturales, sociales, científicos y técnicos a este esquema político-económico, por considerar que son derivados y secundarios al paradigma subyacente.

Por otra parte, Marx proclama que la segunda revolución industrial, significando el alcance de su pico por parte del capitalismo, es el punto de inflexión en la historia del mundo. A partir de este momento, ambos sujetos históricos - Capital y Trabajo - se convierten, no en simples juguetes en las manos de la lógica objetiva de la historia, sino en sujetos conscientes de sí mismos y autosuficientes, capaces no sólo de cumplir con las necesidades, sino también de gobernar los más importantes procesos históricos, suministrándolos, provocándolos, diseñándolos, y asegurando su voluntad autónoma. El punto no es el individuo o el grupo, sino el sujeto de clase. El proletariado, convirtiéndose en clase, se convierte en una personalidad histórica, en Ttrabajo consciente, y el heredero del excedente en todas las etapas de su desarrollo. El Capital concentra en sí mismo lo negativo global, la extracción, la alienación, pero simplemente en un estado libre, volitivo, personal. Ahora es capaz de planificar la historia y controlarla.

En esta etapa, Trabajo y Capital se mueven en el plano de las ideas o ideología, y en adelante existen no sólo en el tejido objetivo de la realidad, sino también en el espacio ideológico del pensamiento. La llegada de estos dos personajes a la esfera del pensamiento, finalmente, deja al descubierto el dualismo esencial en este campo - existe la idea del Trabajo y existe la idea del Capital; existe la visión del mundo del excedente y la visión del mundo del negativo. Ambas visiones del mundo obtienen la mayor independencia y libertad posible de modo que toda la zona de la conciencia gira desde una esfera de la reflexión a una esfera de la creatividad y el diseño. La visión del mundo del Trabajo (la filosofía proletaria) conserva aquí su carácter creativo. Se crea y fabrica un proyecto. La perspectiva del Capital (la filosofía burguesa) sigue siendo esencialmente negativa, no usurpa la energía inherente del trabajo mental, pero reproduce el vacío, conceptualiza la inmovilidad, congela la vida y postula la realidad al tiempo que niega la tarea.

La fórmula suprema y más completa del Capital es, según Marx, la economía política liberal inglesa, especialmente las teorías del"libre intercambio" y el "mercado universal" de Adam Smith y sus seguidores. Pero aparte de su forma más clara, existen una serie de visiones del mundo construidas más matizadas, complejas y prolongadas que se ocultan detrás del pernicioso y parasitario aliento del Capital. La filosofía burguesa se convierte de ahora en adelante en el arma más efectiva de la explotación y su forma suprema. Pero, en contraste con esto, también hace emerger el cuerpo doctrinal de la clase obrera, cuyos contornos fundamentales quedan claros por la ideología comunista. Marx veía su propio trabajo precisamente en este contexto. Percibió que sus ideas constituían la base de la "filosofía proletaria" y se convertirían en una herramienta crítica del Trabajo en su escatológica batalla final contra el enemigo eterno.

Marx proclamó una especie de "Evangelio del trabajo". Sostuvo que ahora, en el punto de inflexión de la historia político-económica, el Trabajo, al convertirse en Trabajo puro, debe inmediatamente tomar conciencia de sí mismo y de su historia, tomar completamente la función de uno de los dos polos teleológicos de la historia, e identificar el mecanismo de intercambio y alienación que se encuentra en el corazón de la explotación, exponer la negativa, vampírica, puramente negativa función del Capital (a través de la aclaración de la lógica de la producción y la expropiación de la plusvalía), y llevar a cabo la revolución proletaria que arroje al Capital al abismo del olvido, y destroce el mal del mundo desde las raíces. Después de una breve fase de formación transicional (el socialismo), vendrá el "paraíso en la tierra" y el Trabajo será totalmente liberado del principio oscuro.

Esto, en los términos más generales, es el significado del modelo político-económico marxista. Se debe reconocer que es tan convincente y fiable que no es de extrañar que las opiniones de Marx poseyeran a tanta gente en el siglo XX, convirtiéndose en una especie de religión a la que se ofrecían sacrificios sin precedentes. ¿Cómo se realizó el escenario de Marx a sí mismo en la práctica? ¿Qué resultó ser inexacto, y qué fue refutado? ¿Cómo debe ser evaluado el contenido de la historia política y económica de nuestro siglo, siempre dentro de lo previsto por la filosofía marxista de la historia?

Al entrar en el tercer milenio, podemos confirmar que el Capital venció al Trabajo, logró evitar la revolución inminente, disolver la manifestación histórica completa del Trabajo como sujeto revolucionario, y evitar la perspectiva peligrosa de la filosofía proletaria concentrándose en un sistema filosófico unificado de pleno derecho. Pero, sin embargo, el Trabajo, inspirado por Marx, intentó dar una "lucha final y decisiva" a su enemigo primordial. El Trabajo fue derrotado, pero el hecho de esta gran batalla no se puede negar. Fue el contenido principal de la historia socio-política del siglo XX, totalmente de acuerdo con Marx, sólo que con un (mal) final diferente. El mal mundial ganó. Lo negativo resultó ser más fuerte y más astuto que lo positivo. La subjetividad del Capital demostró su superioridad sobre la subjetividad del trabajo.

¿Cómo sucedió esto en la práctica?

El primer fracaso de la ortodoxia marxista se produjo en el momento de la Gran Revolución de Octubre. Este acontecimiento fue el punto de inflexión de la historia post-marxista. Por un lado, el levantamiento de los marxistas bolcheviques demostró que las ideas de Marx eran correctas y se confirmaban por la práctica. El partido proletario, los trabajadores comunistas fueron capaces de hacer una revolución, derrocar el sistema de explotación, destruir el poder del capital y la clase burguesa, y construir un estado socialista procediendo desde las disposiciones básicas del propio Marx. Por otra parte, se declaró al marxismo como ideología predominante de este estado. En otras palabras, la experiencia rusa proporcionó la primera confirmación de la corrección y la eficacia de la doctrina revolucionaria marxista. Sin embargo, en el transcurso de la revolución rusa fue descubierta una circunstancia importante: la exitosa revolución proletaria no había sucedido donde y cuando el propio Marx había predicho. El error espacio temporal no era un factor cuantitativo, sino cualitativo. Por lo tanto, se cargó con un inmenso valor doctrinal.

Marx creía que la formación definitiva del proletariado como clase y su formalización en un partido revolucionario se produciría en los países más desarrollados del Occidente industrial, es decir, exactamente donde los mecanismos burgueses habían alcanzado su desarrollo más completo y el proletariado industrial era la dominante social de todas las fuerzas productivas. Por otra parte, Marx creía que las revoluciones proletarias provocarían inmediatamente una reacción en cadena en los otros estados y sociedades. Marx estaba seguro de que la revolución socialista no podría ocurrir en otros puntos espaciales y temporales, ya que ambos sujetos históricos - el Trabajo y el Capital - en esos lugares aún no habían alcanzado la etapa en la que fuera posible una traducción completa y adecuada de lo material a lo ideal, de lo objetivo a lo subjetivo, y del estado limitado de desarrollo a un sistema adecuado. La experiencia rusa demostraba que la revolución socialista era posible y podría ser llevada a cabo con éxito en un país con un capitalismo subdesarrollado muy por detrás de la realización a escala masiva de la segunda etapa de la revolución industrial, en un país con un porcentaje muy pequeño de proletarios industriales. Después de la victoria de los bolcheviques, los procesos revolucionarios no se extendieron a Europa, sino que se detuvieron en las fronteras del antiguo Imperio ruso. El Trabajo había formado un partido político y había batido al capital en condiciones completamente diferentes a los previstas por Marx. En otras palabras, la revolución histórica en Rusia corrigió la teoría de su padre fundador.

El significado de esta corrección histórica es tal vez más concisamente captado, al referirse al fenómeno del nacional-bolchevismo, por Mikhail Agursky [1]. La revolución proletaria en Rusia demostró que el triunfo del Trabajo sobre el Capital era posible y realista, siempre que, en este acto político-económico, otras dimensiones adicionales estuvieran involucradas, tales como el mesianismo nacional (muy desarrollado entre los rusos y los judíos de Europa del Este), las tendencias sectarias místicas y quiliásticas (del pueblo y la intelligentsia), y un partido político blanquista, conspirativo y con un estilo de Orden (el leninismo, y más tarde el estalinismo). De hecho, un caso análogo aunque mucho menos radical garantizó la victoria a diferentes fuerzas anticapitalistas - el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán - que en la práctica lograron llevar a cabo revoluciones cuasi-socialistas. En otras palabras, el marxismo resultó ser históricamente realizable en una ejecución heterodoxa, nacional-bolchevique, que se diferenciaba del concepto estricto del propio Marx. El marxismo se hizo real en la práctica, pero sólo en combinación con otros factores y, en concreto, allí donde la doctrina política-económica de Marx estaba vinculada con tendencias culturales-religiosas bastante lejos del discurso del autor de El capital. En contraste con el éxito de la realización histórica del marxismo en una forma nacional-bolchevique, en ese momento en el Occidente burgués, cuando el capitalismo había llegado al límite de su desarrollo, es decir, cuando estaba en el umbral de la tercera revolución industrial (esto ocurrió en los años del siglo 20 '60's-'70), la transición al socialismo no tuvo lugar. Si la versión del marxismo heterodoxo resultó ser factible, entonces la versión ortodoxa fue refutada por la historia. El capitalismo en su forma más desarrollada logró superar los más peligrosos momentos de desarrollo, efectivamente negociados con la amenaza del levantamiento proletario, y se trasladó a un nivel de dominación aún más desarrollado, en un momento en el que la alternativa, el sujeto de oposición en sí - el proletariado como una clase, como un partido del Trabajo escatológico, revolucionario - fue disuelto, dispersado, y evaporado en el complejo sistema de la incontestable "sociedad del espectáculo" (Guy Debord). En otras palabras, la sociedad post-industrial, convertida en una realidad, finalmente reveló que las profecías de Marx literalmente entendidas no se hicieron realidad en la práctica. Esta, de hecho, es la razón de la profunda crisis del marxismo contemporáneo europeo.

Hoy en día, sabemos sobre el triste final del estado socialista que se liquidó a sí mismo como resultado de procesos puramente internos que llevaron el sistema nacional-bolchevique hasta el borde del infierno con los burgueses de la Perestroika. Y 40 años antes cayeron los otros regímenes no capitalistas de Europa, la Italia fascista y la Alemania nazi. Por lo tanto, el Capital había vencido al Trabajo en todas sus manifestaciones ideológicas a finales del siglo XX, incluyendo la forma del marxismo ortodoxo (representado por la socialdemocracia europea), la versión nacional-bolchevique de los soviéticos, y las variantes aproximadamente cercanas y comprometidas de los regímenes europeos llamados de "tercera vía".

La victoria del Capital sobre el Trabajo, sobre todo, muestra el mayor grado de conciencia de este polo de la historia, que fue capaz de permanecer fiel a su propósito original en el largo plazo y de estar listo para sacar conclusiones del estudio de los modelos conceptuales de sus enemigos históricos en orden de dominar, en la práctica, como medidas preventivas, algunas de las metodologías y de los paradigmas revelados por el propio genio revolucionario. Después de Marx, el campo del Trabajo, a una escala político-económica mundial, se dividió en tres campos ideológicos inarmónicos, en conflicto: el socialismo soviético (nacional-bolchevismo), la socialdemocracia occidental, y (con algunas reservas) el fascismo. El campo capitalista se mantuvo esencialmente unificado y hábilmente utilizó las contradicciones entre las ideologías del Trabajo. En lugar de un solo partido comunista revolucionario proletario, en el momento crítico en la historia del Occidente burgués, aparecieron organizaciones bolcheviques radicales pro-soviéticas bajo el control del Comintern, y esto significa geopolíticamente vinculadas a Moscú como capital de la Tercera Internacional y acarreando su voluntad; los partidos socialdemócratas indígenas luchando contra las fuerzas pro-Moscú por la influencia en los círculos proletarios; y, por último, los movimientos nacional-socialistas proyectando la experiencia nacional-bolchevique de Moscú (pero en una versión mucho más suave) en su contexto nacional.

La estrategia del Capital estaba en constante oposición a las tres variaciones de las expresiones ideológicas de las fuerzas del Trabajo, las unas contra las otras, con el fin de evitar cualquier posibilidad de su consolidación en un único ente socio-político, histórico. Con este fin, la socialdemocracia y el bolchevismo se opusieron al fascismo, y el fascismo a la socialdemocracia y al bolchevismo. El pico de esta estrategia fue el "Frente Popular" en Francia en el momento de Leon Blum y la alianza entre la Unión Soviética, Inglaterra y los EE.UU. en la guerra contra los países del Eje.

Por otra parte, los socialdemócratas occidentales (como portadores de la ortodoxia marxista no nacional-bolchevique) se instalaron de forma activa en el colaboracionismo político con elestablishment burgués a través de la representación parlamentaria, se corrompieron mediante la cooperación con el sistema, y ​​al mismo tiempo se volvieron contra los "agentes de Moscú" de los partidos bolcheviques, leninistas (la línea de Karl Kautsky es la más significativa en este sentido). Y, por último, no tuvo lugar una formulación doctrinal completa del nacional-bolchevismo en una ideología consciente y coherente en el marco del Estado soviético, en la que se habrían establecido los puntos y las directrices estrictas a la hora de abordar el legado de Marx (lo que iba a ser aceptado y lo que iba a ser rechazado). En lugar de tal corrección, los ideólogos soviéticos siguieron insistiendo en que el leninismo y el marxismo ortodoxo eran adecuados, negando lo más obvio e irrefutable, y en ello perdieron la oportunidad para una reflexión consistente, coherente y esclarecedora.

En lugar de una imagen clara e inequívoca de la confrontación entre el Trabajo y el Capital en la forma del régimen socialista soviético, por una parte, y de los países capitalistas de Occidente, por el otro, surgió un mosaico parcial en el que los compromisos (desde un punto de vista político-económico) de los regímenes fascistas y de la socialdemocracia occidental colaboracionista, desempeñaron un papel extremadamente negativo. Estos componentes fascistas y socialdemócratas a medio cocer obstaculizaron irreparablemente el proceso de formación de un partido comunista proletario internacional unido, que podría haber considerado la experiencia ideológica y espiritual de la revolución rusa. Este es el factor externo. El factor interno consistió en la negativa del propio sistema soviético a extraer importantes conclusiones ideológicas - incluyendo la corrección necesaria de los puntos de vista culturales-filosóficos de Marx - y en rechazar lo que, a su vez, podría haber sido un éxito facilitando un diálogo productivo con el fascismo, especialmente en sus versiones de extrema izquierda. Por último, la misma socialdemocracia occidental, en lugar de un "frente popular" y un pacto antifascista con fuerzas y regímenes radicalmente burgueses, podría haber encontrado un entendimiento con los socialistas de orientación nacional en el marco de un bloque de Estados anti-burgués.

El bolchevismo soviético, la socialdemocracia europea, e incluso el fascismo, como movimientos esencialmente anticapitalistas, deberían haberse obligado a ponerse de acuerdo en una sola plataforma ideológica, en algún lugar a medio camino entre una revaluación explícita de Marx por parte de los ortodoxos y su evidente subestimación por parte de los fascistas. Una tal hipotética ideología, una especie de marxismo nacional absoluto y universal, podría haber tenido en cuenta otros puntos culturales, filosóficos, espirituales y nacionales, junto con el paradigma histórico brillantemente correcto de Marx, con el fin de formar una significativo nacional-bolchevismo ideal, una plataforma socio-económica efectiva en la que el principio del Trabajo se traduciría en la forma más perfecta. Pero, por desgracia, esto sólo se ha descubierto ahora que, a posteriori, es posible resumir y analizar la experiencia de una gran catástrofe histórica. Como sujeto, el Capital resultó ser no sólo más fuerte, sino más inteligente que el Trabajo. No permitió al "fantasma del comunismo" realizarse plenamente en la historia, y lo condenó a seguir siendo un mero fantasma. Esta es una trágica comrpobación. Pero desde el punto de vista de la cognición y la elaboración de un paradigma histórico sucinto, que nos permita entender claramente en qué momento de la historia nos encontramos en el movimiento actual, la importancia de esta conclusión es difícil de sobreestimar.

El paradigma geopolítico de la historia

La reducción geopolítica se conoce significativamente menos que el modelo económico, pero su contundencia y claridad, sin embargo, son totalmente comparables con el paradigma del Trabajo vs. Capital. En la geopolítica también existe un par teleológico de concepciones que son presentadas como los sujetos de la historia, pero en este caso no se ven desde el punto de la economía, sino más bien en el contexto de la geografía política. Hay dos sujetos geopolíticos: el Mar (la talasocracia) y la Tierra (la telurocracia). Su par sinónimo es Occidente y Oriente, donde Oriente y Occidente son considerados no como meras nociones geográficas, sino como bloques de civilización. Occidente, según la doctrina geopolítica, es igual al Mar. Oriente equivale a la Tierra.

En el momento actual, lo que nos interesa es un resumen de la historia traducida en términos geopolíticos, el punto escatológico que se observa claramente al nivel de la economía. Desde ese punto de vista, el Trabajo batalló con el Capital y perdió. Vivimos en un tiempo de derrota, que la escuela económica liberal considera final (de ahí el tema del "fin de la historia" de Fukuyama, o el "orden monetario" final de Jacques Attali). ¿Es posible ver algún tipo de analogía de este estado de cosas en la geopolítica?

Sorprendentemente así es, tal analogía no sólo existe, sino que es tan obvia y evidente que nos conduce plenamente en dirección a algunas conclusiones muy interesantes.

La dialéctica de la geopolítica es la lucha entre el Mar y la Tierra. El Mar, o la civilización del Mar, encarna la movilidad permanente, la "agitación", y una ausencia de centros fijos. Los únicos límites reales del Mar son las masas continentales en sus bordes, es decir, algo opuesto a sí mismo. La Tierra, o la civilización de laTierra, por el contrario, encarna los principios de la permanencia, la fijación y el "conservadurismo". Los límites de la Tierra pueden ser estrictos, claros y naturales, y en diferentes espacios de la propia tierra. Y es sólo la civilización de la Tierra la que proporciona la base para los sistemas de valores sagrados, legales, o éticos. La Tierra (Oriente) es el orden. El Mar (Occidente) es la disolución. La Tierra (Oriente) es masculino. El Mar (Occidente) es femenino. La Tierra (Oriente) es la Tradición. El Mar (Occidente) es la modernidad. Y así sucesivamente.

Estos dos sujetos de la historia geopolítica apuntan a la expresión más completa y discernible en el movimiento desde un sistema complejo multipolar a un esquema global de bloques. La Tierra y el Mar adquirieron características planetarias sólo en el siglo XX, y sobre todo en su segunda mitad, cuando los contornos del modelo bipolar fueron finalmente establecidos. El Mar encontró su expresión final en los EE.UU. y la OTAN, mientras que la Tierra se encarnó en el conglomerado de países socialistas, el Pacto de Varsovia. Se llevó a cabo una división teleológica del plano en dos campos, cada uno de los cuales representaba la forma más pura de este par geopolítico, civilizacional. La civilización del Mar pasó a través de la historia de los EE.UU. y el atlantismo, aunque el camino no fue sencillo. La civilización de la Tierra se encarnó en formas similares en la URSS. Atlantis y Eurasia se integraron estratégicamente, y las tendencias geopolíticas latentes ingeniosamente reconocidAs por Mackinder en términos de la lógica histórica de los espacios terrestres adquirieron un impresionante peso y una visibilidad suprema en la "Guerra Fría".

Pero, en el punto de culminación de la historia geopolítica en el siglo XX, se presenció un pivote geopolítico que en un momento nubló la transparente lógica del modelo geopolítico. El surgimiento en Europa de un bloque estratégico separado - los países del Eje - en la década de los años 20 y 30, se convirtió en el mayor obstáculo que impedía el desarrollo orgánico de la civilización de la Tierra en un sujeto geopolítico de pleno derecho, y por lo tanto sentó las bases para una eventual derrota.

Los países del Eje intentaron hacer valer su independencia geopolítica y su autosuficiencia. Al hacerlo, rechazaron todos los hechos y las recomendaciones de las escuelas académicas [geopolíticas]. El fascismo europeo era, desde un punto de vista geopolítico, una barrera a la expansión natural, eurasianista, de los soviéticos hacia Occidente, pero también se negó a obedecer y a poner en práctica una estrategia puramente atlantista. Esta ambigüedad perturbó gravemente el mapa bipolar del mundo y dio lugar a guerras y conflictos intercontinentales que impedían con dureza al sujeto eurasianista de la tierra continental la plena realización de sí mismo y la afirmación de su propia estrategia geopolítica coherente. El fascismo europeo generó una irresponsabilidad geopolítica y la ilusión insostenible de los intereses comunes entre el Mar (Occidente) y la Tierra (Oriente) en la forma de una especie de tercera identidad que, desde el punto de vista de la doctrina geopolítica, no puede ser otra cosa que ficticia y no tiene suficiente nivel geopolítico, geográfico, histórico, o de civilización. Europa (fascista o no) sólo tiene dos perspectivas geopolíticas: o bien ser el puesto de avanzada occidental de Oriente (como, por ejemplo, en el ortodoxo Imperio Romano antes de la escisión), o actuar como una zona costera estratégica bajo el control del Mar y dirigida contra la masa continental de Eurasia. La estrategia de los países del Eje no fue ni la primera ni la segunda. La derrota de Alemania era ya evidente cuando comenzó una guerra en dos frentes. Una aventura antinatural así no sólo era un sucidio a sabiendas para Alemania (y para Europa en general), sino que también dispuso una base geopolítica a medio cocinar, sin terminar, para todo el continente euroasiático que, al final, llevó a la muerte y al colapso de toda la civilización de la Tierra. Este último comentario se basa en el brillante análisis de Jean Thiriart del colapso de la URSS y el Pacto de Varsovia, al que él llegó 20 años antes de que éste se convirtiera en un hecho. Thiriart puso de manifiesto que, desde un punto de vista geopolítico, el espacio estratégico controlado por los países socialistas estaba sin terminar y no sería capaz de soportar la confrontación prolongada con Occidente. Thiriart consideraba que la razón principal era el problema de la división de Europa, que dio todas las ventajas estratégicas a la potencia de ultramar a expensas de la URSS. Thiriart argumentó que, con el fin de resolver este problema radical que Eurasia heredó de las políticas suicidas de Hitler, sería necesario, o la conquista de Europa Occidental incluyendo los países del campo socialista o, por el contrario, insistir en la retirada de los activos y las tropas estratégicas de la URSS de Europa del Este con la disolución paralela de la OTAN y la eliminación de todas las bases estratégicas de Estados Unidos. Esto habría dado lugar a la creación de un espacio neutral en Europa que habría proporcionado a Moscú la posibilidad de centrarse totalmente en dirección sur y librar una batalla posicional decisiva en Afganistán y el Lejano Oriente y Oriente Medio.

Pero la civilización del Mar estudió cuidadosamente las teorías geopolíticas de Mackinder y Mahan, no sólo comparándolas con su estrategia, sino comprendiendo la gravedad de la amenaza planteada por una Eurasia integrada progresiva, continentalmente, bajo los auspicios de los soviéticos, e hizo todos los esfuerzos posibles en todas las formas para prevenirla. Y una vez más, como en el caso de la lucha entre Trabajo y Capital, no sólo actuaron fuerzas históricas objetivas, sino que se fue testigo de la intervención activa y directa del factor subjetivo, es decir, los agentes de influencia occidental hicieron todo lo posible para evitar la puesta en práctica de un "bloque continental", un pacto Berlín-Moscú-Tokio, el proyecto que había sido presentado por el mayor geopolítico alemán, Karl Haushofer. Junto con el desarrollo de la investigación geopolítica, el Mar encontró un aparato lógico, eficaz, intelectual y conceptual para actuar en la historia no por mera inercia, sino conscientemente.

En términos geopolíticos, el fin del bloque soviético y el colapso y la desintegración de la URSS significaron la victoria del Mar sobre la Tierra, de la talasocracia sobre la telurocracia, de Occidente sobre Oriente. Y de nuevo, como en el caso de la pareja Trabajo-Capital, vemos en la historia del siglo XX una identificación teleológica de dos grandes sujetos geopolíticos - sólo que esta vez se trata del Mar y la Tierra - anteriormente no manifestados plenamente, su duelo planetario y la victoria final del Mar y de Occidente.

Si comparamos la trama de la reducción económica con el modelo geopolítico para explicar la historia, salta  a la vista un paralelismo distinto que puede ser rastreado en todas las etapas. Existe la impresión de que la misma trayectoria se repite en diferentes niveles paralelos que no están directamente relacionados entre sí. Por lo tanto, se sugiere la siguiente identificación:

El destino del Trabajo = el destino de la Tierra y de Oriente. El destino del Capital = el destino del Mar y Occidente. El Trabajo se fija, mientras que el Capital es líquido. El Trabajo es la creación de valores y el ascenso [2] mientras que el Capital es la explotación, la alienación, la caída de las cosas [3]. La civilización del Mar es la civilización del liberalismo. La civilización de la Tierra es la civilización del socialismo. Eurasia, la Tierra, Oriente, el Trabajo, y el socialismo son un grupo sinónimo. El atlantismo, el Mar, Occidente, el Capital, y el liberalismo son también una agrupación sinónima.

La comparación de la economía política y la geopolítica ofrece una imagen conceptual excepcionalmente sistemática.

El "fin de la historia", en términos geopolíticos, por lo tanto, significa "el fin de la tierra", el "fin del Oriente". ¿No recuerdan el simbolismo bíblico del "diluvio universal"?

La guerra de las naciones

Todavía se puede encontrar otro modelo de interpretación en diversas teorías étnicas que tienen en cuenta las naciones, a veces las razas, y otras veces a este o aquel pueblo que se opone a todos los demás para ser el sujeto fundamental de la historia. Existen innumerables versiones en este campo. Uno de los teóricos más destacados del enfoque étnico fue Gerder, figura de la ilustración alemana cuyas ideas fueron desarrolladas por los románticos alemanes, parcialmente tomado prestadas por Hegel, y finalmente adoptadas por los representantes de la “revolución conservadora” alemana, especialmente por el prominente pensador, jurista y filósofo Carl Schmitt. El enfoque racial fue esbozado en los escritos del conde Gobineau y luego fue retomado por los nacionalsocialistas alemanes. El mismo aspecto de ver la historia a través del prisma de una etnia se ha representado con mayor claridad en los círculos judaicos y sionistas sobre la base de las características específicas de la religión judaica. Además, siempre se pueden encontrar tendencias cercanas a la idea de la exclusividad nacional durante un aumento de los sentimientos nacionales, pero la diferencia es que estas teorías en ninguna parte han adquirido un contenido religioso tan pronunciado, estable y desarrollado, y han poseído una tan larga tradición histórica como entre los judíos.

Hay varios teorías étnicas inusuales pero muy convincentes que no encajan en ninguna de las categorías antes mencionadas. La “teoría de la pasionaridad y la etnogénesis”, por ejemplo, del genio científico ruso Lev Gumilev es uno de éstas. También considera la historia del mundo como resultado de la interacción de las etnias entendidas como seres vivos, orgánicos, de la juventud a la vejez y la muerte. Aunque esta teoría es muy interesante y revela muchos patrones de civilización enigmáticos, no posee el grado de reducción teleológica que nos interesa. Los puntos de vista de Gumilev no pretenden ser una generalización final. Por otra parte, Gumilev era propenso a considerar los puntos de vista escatológicos (explícitos o encubiertos) como expresiones de una etapa “decadente” del desarrollo de una etnia, como quimeras que surgen según se aproxima el umbral de la muerte de las culturas y los pueblos con la decadencia y la pérdida de la pasionaridad. En consecuencia, para él, el estado de la cuestión relativa a la interpretación del “fin de la historia” no hubiera sido nada más que una expresión de profunda decadencia. Por esta razón, Gumilev debe dejarse a un lado.

En el caso de Gumilev, sólo el primer criterio, el de la etnia, puede tomarse, sobre el cual se basan todas las teorías del ethnos como un sujeto histórico, dividiéndose en dos partes, ya que algunas de estas teorías tienen un dimensión teleológica, escatológica, y otras no. ¿Cuáles tenemos en cuenta?

Existen concepciones de la historia que ven el reflejo del significado de todo el proceso histórico en el destino de este o aquel pueblo (las variantes de la existencia de distintos pueblos o razas) y, en consecuencia, el triunfo final, el renacimiento, o al contrario, la derrota, la humillación y la desaparición de una nación, son considerados los resultados de la historia mundial, la máxima expresión de su significado secreto. Estas teorías étnicas de orientación escatológica nos interesan sobre todo. Otras teorías podrían ser igual de extravagantes o interesantes, pero en la medida en que no tengan ninguna dimensión teleológica, no añaden nada a la comprensión del problema en estudio. Los nacionalismos ruso, norteamericano, judío, kurdo, inglés, así como el racismo alemán, obviamente, gravitan hacia el planteamiento de la cuestión escatológica. Los nacionalismos polaco, húngaro, árabe, serbio, armenio, o italiano, aunque pueden ser no menos vívidos, intensos o dinámicos, son, evidentemente, teleológicamente pasivos. El primer grupo cree que el sujeto prioritario es la historia de su pueblo y sus vicisitudes dado que forman el contenido del proceso histórico mundial, con el triunfo final de estos pueblos y el pisoteo de las naciones hostiles, poniendo fin a la historia. El segundo grupo no tiene una escala tan global e insiste sólo en la aprobación pragmática y menos pretenciosa de las características nacionales, la cultura, y la condición del Estado de cara a las naciones y las culturas circundantes. Aquí está la línea divisoria importante. Un estudio del segundo grupo de doctrinas étnicas no nos deja más cerca de identificar los paradigmas históricos, ya que toma una escala demasiado pequeña para empezar. El primer grupo, por el contrario, cumple con nuestros requisitos, aunque en este caso hay que distinguir entre “la globalización de los deseos” y la “globalización de lo que es real”. Incluso una consideración teórica pura de esta interpretación étnica de la escatología requiere de una etnia particular que tenga una escala histórica significativa (en tiempo y espacio). De lo contrario, en el caso contrario, la imagen resulta ser ridícula.

Pero, incluso limitando la gama a la consideración del “nacionalismo teleológico”, todavía no tenemos una imagen sistemática. En tanto que la analogía entre la economía política y la geopolítica resultó ser entera y vívida, intentaremos – un poco artificialmente – extender el mismo modelo a la historia étnica. Sólo entonces puede tal identificación llegar a ser explicativa, justificada o injustificada.

La geopolítica nos permite dar el primer paso en este sentido. Así como el Mar=Occidente, la “etnia de Occidente” es la portadora de las tendencias talasocráticas al nivel étnico. Y al igual que nuestra ecuación tiene ya la fórmula Mar=Capital, entonces un (hasta ahora) hipotético “ethnos de Occidente” se convierte en el tercer miembro de la identidad Mar=”ethnos de Occidente”=Capital. Construir el polo opuesto de la Tierra= “ethnos de Oriente”=Trabajo es igual de fácil. Ahora lo que queda es relacionar los conceptos de “ethnos de Occidente” y “ethnos de Oriente” a algún tipo de realidades históricas fijas y explicar la presencia de las correspondientes doctrinas escatológicas.

Es aquí donde los eurasianistas rusos (Trubetskoy, Savitsky, etc.) vienen en nuestra ayuda. Siguiendo a Danilevsky, ellos identificaron la “etnia de Occidente” con los pueblos “romano-germánicos”, y la “etnia de Oriente” con los “eurasiáticos”, polo en el que se destacan los rusos como una síntesis única de las etnias eslava, turca, úgrica, alemana e iraní. Por supuesto, hablar de “romano-germánicos” como una etnia no es del todo exacto, pero hay sin embargo, señales históricas y de civilización comunes claramente presentes. Los romano-germánicos están unidos por la geografía, la cultura y la religión, así como por un desarrollo tecnológico común. Se considera que la cuna de lo que podría llamarse la “civilización romano-germánica” es el Imperio Romano de Occidente y más tarde el “Santo Imperio Romano Germánico”. La unidad etnocultural está presente, pero, ¿autoriza esto a uno a hablar de un solo concepto escatológico que pueda considerarse el destino de este grupo étnico como un paradigma de la historia? Si nos fijamos bien en la lógica del desarrollo del mundo romano-germánico, entonces vemos que este mundo prácticamente usurpó y se apropió exclusivamente para sí el concepto de “ecúmene”, es decir, “universal”, que anteriormente caracterizaba el agregado de todas las partes del Imperio ortodoxo. Pero después de la ruptura con Bizancio, Occidente se reservó el concepto de “ecúmene” sólo para sí mismo, reduciendo la historia universal a la historia de Occidente y dejando de lado no sólo al mundo no cristiano, sino también a todos los pueblos ortodoxos de Oriente y, por otra parte, el eje del cristianismo genuino, Bizancio. Por lo tanto, el centro del cristianismo auténtico, el Oriente ortodoxo, quedaba fuera del “mundo cristiano” romano-germánico. Además, este concepto de la “ecúmene Europea” fue heredado por los pueblos de Occidente después de la violación de la unidad de su religión católica y después de la secularización. El mundo romano-germánico identificó su historia étnica con la historia de la humanidad, y esto en particular preparó el terreno para que N. S. Trubetskoy titulara su libro Europa y la Humanidad, en el que de manera convincente mostró que la auto-identificación de Occidente con la humanidad volvió a la verdadera humanidad, en el sentido entero y normal de la palabra, en enemiga de Occidente. En tal perspectiva, el hecho de la autoidentificación de Europa y de los europeos como el sujeto étnico de la historia comienza a revelar que el resultado positivo (en la conciencia de los romano-germánicos) de la historia, sería equivalente al triunfo final de Occidente, de su “ecúmene” cultural y política, sobre todos los demás pueblos del planeta. Esto, en particular, sugiere que las normas políticas, éticas, culturales, y económicas romano-germánicas desarrolladas a lo largo de su historia deben ser universales y universalmente aceptadas, y que debe romperse toda resistencia por parte de los pueblos y las culturas indígenas.

La escatología conceptual de las naciones europeas pasa por varias fases de desarrollo. En un principio, tenía una expresión católico-escolástica paralela al desarrollo de doctrinas puramente místicas tales como el concepto del “tercer reino” de Joaquín de Fiore. El mundo romano-germánico tenía que completar la “evangelización” de los bárbaros y los herejes (¡incluyendo a los cristianos ortodoxos!) para ser seguido por el “paraíso en la tierra”, cuya imagen se representa más o menos análoga a la dominación universal del Vaticano, elevado al nivel de absoluto. En el siglo XVI, la escatología Europea encontró su expresión en la Reforma y más tarde encontró su última forma en la doctrina anglosajona protestante de las “tribus perdidas”. Esta doctrina considera que los pueblos anglosajones son los descendientes étnicos de las diez tribus perdidas de Israel que, según la historia bíblica, no regresaron de la cautividad en Babilonia. Por lo tanto, los verdaderos judíos, los israelitas, el “pueblo elegido”, son los anglosajones, el “grano de oro” del mundo romano-germánico, que están destinados a establecer la supremacía sobre todos las demás pueblos de la tierra en los últimos tiempos. En esta doctrina extrema formulada en el siglo XVII por los partidarios de Oliver Cromwell, toda la lógica de la historia étnica de Europa se condensa y se concentra, confirmando de forma inequívoca la universalidad étnica y cultural de las pretensiones de Occidente para la dominación del mundo. Tal es la aclaración del sujeto étnico del mundo romano-germánico, que poco a poco y tanto más claramente convirtió a los anglosajones y protestantes fundamentalistas de esta orientación escatológica [4]. Pero las raíces de esta doctrina se pueden encontrar en la Edad Media católica en el Vaticano. A este respecto, se encuentra el brillante análisis de Werner Sombart en su libro La quintaesencia del capitalismo [5]. Los anglosajones, en paralelo a la cristalización de las concepciones de la selección étnica, son los primeros en ser incluidos en los dos procesos fatídicos que constituyen el corazón de la economía política y la geopolítica contemporánea. Inglaterra hace un gran avance industrial, es la primera de las potencias europeas en entrar en la revolución industrial, que rápidamente condujo al florecimiento del capitalismo, y al mismo tiempo conquista el espacio marino del planeta, ganando el duelo geopolítico contra la más arcaica, “basada en el suelo” y tradicionalista España. Carl Schmitt reveló muy bien la relación entre estos dos puntos de inflexión en la historia moderna [6].

Poco a poco, otro estado “hijo” adoptó la iniciativa de Inglaterra. Este fue EE.UU., originalmente fundado en los principios del “fundamentalismo protestante” y concebido por sus fundadores como un “espacio de utopía” y “tierra prometida”, en el que la historia debe terminar con el triunfo planetario de las “10 tribus perdidas”. Esta idea se manifiesta en el concepto americano del Destino Manifiesto que considera a la “nación americana” como la comunidad humana ideal, la apoteosis de la historia de los pueblos del mundo.

Habiendo comparado la teoría abstracta de la “excepcionalidad étnica de los anglosajones” con la práctica histórica, vemos que la influencia real de Inglaterra como la vanguardia del mundo romano-germánico en Europa en términos más generales, y en todo el mundo y en la historia del mundo es, de hecho, masiva. En la segunda mitad del siglo XX, cuando los EE.UU. se convirtieron de facto en un sinónimo de los “pueblos occidentales” y en un símbolo del razonamiento escatológico del nacionalismo anglosajón, es difícil dudar de la presencia de dicha influencia en el Destino Manifiesto. Si, por ejemplo, el nacionalismo masónico-católico de un francés, a pesar de sus mitos elevados de la “última clase” fue sólo relativo y regional, la concepción anglosajona del fundamentalismo protestante se confirma no sólo por los éxitos sorprendentes de la “señora de los mares”, sino también por la existencia del gigantesco hiper-poder contemporáneo que sigue siendo el único de su tipo en el mundo hoy en día.

Pasemos ahora a la “etnia de Oriente”, a los euroasianistas. Aquí también se debe prestar atención, en primer lugar, a los pueblos que han demostrado su importancia histórica. Naturalmente, no puede haber ninguna duda de que la única comunidad étnica que fue capaz de hacer valer su escatología nacional a gran escala a la altura de la historia fue el pueblo ruso. Esto no siempre fue así, y en algunos períodos de la historia de Oriente, los rusos eran poco más que uno de muchos pueblos, junto a otros, que expandió o estrechó con mayor o menor éxito los límites de su presencia cultural, política y geográfica.

A pesar de ser las más antiguas y superiores civilizaciones tradicionales, y a pesar de su escala e importancia espiritual, China e India nunca han planteado sus propios conceptos escatológicos de nacionalismo, no han identificado su historia étnica con la historia de la humanidad, y por lo tanto no han prestado tal dramático elemento a las relaciones o conflictos internacionales. Además, ni las tradiciones chinas ni las hindúes se caracterizaron por su “mesianismo” o por reivindicaciones de la universalidad de sus paradigmas religiosos y étnicos. Este es el estático, “permanente”, relativamente “conservador” Oriente, incapaz de y no dispuesto a aceptar el desafío de Occidente. Teorías nacionales en las que se esperase que los chinos o los indios dominaran el mundo nunca existieron en China e India. Sólo entre los iraníes y los árabes existían tales teorías nacionales, raciales, de orientación escatológica. La historia de los siglos anteriores ha demostrado que la escala real de esta teleología étnica – que fue claramente expresada por el componente religioso islámico – es demasiado insuficiente para considerarla un serio aspirante a contraparte de los “pueblos de Occidente”. La función de la vanguardia de “la etnia de Oriente” ha sido asignada de forma única a los rusos, que fueron capaces de desarrollar un ideal universal, mesiánico, a una escala comparable al ideal anglosajón, y de ponerlo en práctica en la realidad histórica en general. La idea escatológica del Reino ortodoxo – “Moscú como la tercera Roma” – fue posteriormente transferido a la secularizada Rusia peterburguesa, y, finalmente, a la URSS. La Ortodoxia vino de Bizancio a través de la Santa Rus a la capital de la Tercera Roma. Esto es análogo a la forma en que los anglosajones procedieron del concepto étnico de las “tribus de Israel” al melting-pot [o crisol, n.T] estadounidense como un “paraíso artificial escatológico liberal”. El mesianismo ruso, originalmente basado en el concepto de “etnia abierta” se convirtió en la fórmula del “patriotismo soviético” en el siglo XX, que reunió a los pueblos, etnias y culturas de Eurasia bajo un proyecto cultural y ético masivo y universal.

Otra confirmación de esta doble teleología étnica es el hecho de que los protestantes estadounidenses equiparan unánimemente a Rusia con la “tierra de Gog”, es decir, el espacio desde el cual vendrá el Anticristo. La doctrina del “dispensacionalismo” afirma inequívocamente que la batalla final de la historia se desarrollará entre los cristianos del Imperio del Bien (los EE.UU.) y los habitantes herejes del Imperio Euroasiático del Mal (los rusos y los pueblos de Oriente unidos en torno a ellos). Esta equiparación de Rusia con la “tierra de Gog” se extendió especialmente en los círculos protestantes estadounidenses en la mitad del siglo pasado. Puntos de vista similares también son característicos de muchas denominaciones protestantes en Inglaterra y entre los jesuitas católicos. Las primeras bases del concepto del “dispensacionalismo” fueron formuladas por el cura católico español judaizante (jesuita), Emmanuel de La Concha, que escribió bajo el seudónimo de “Rabino Ben Ezra.” El predicador escocés de la secta pentecostal, M. McDonald, tomó prestada esta teoría dispensacionalista, que posteriormente se convirtió en la piedra angular de la doctrina del predicador fundamentalista inglés Derby, que fundó la secta “Hermanos de Plymouth” o los “Hermanos”. Toda esta escatología protestante (y a veces católica), muy popular en el Occidente moderno, afirma que los cristianos occidentales y los judíos tienen un destino común en el “fin de los tiempos”, mientras que los cristianos ortodoxos y otras naciones no cristianas de Eurasia encarnan el “entorno del Anticristo”, que actúa en contra de las fuerzas del “bien” llevando mucho daño a los “justos”, pero que, al final, “será derrotado y aplastado en el territorio de Israel, donde encontrará la muerte.” La extensión de la fe en esta teoría y su prevalencia entre la gente común en los EE.UU. está en constante crecimiento. La revolución bolchevique, el establecimiento del estado de Israel y la Guerra Fría encajan perfectamente en esta concepción “profética” de los “dispensacionalistas” y fortalecieron su fe en su corrección.

Consideremos brevemente dos variedades más de teleología étnica y formularemos una conclusión a la que el lector atento lo más probable es que ya haya llegado por sí mismo. Aquello que hemos puesto de manifiesto y que es fácilmente verificable en la historia del dualismo étnico – el “ethnos de Occidente” (cuyo núcleo son los anglosajones) y el “ethnos de Oriente” (cuyo núcleo son los rusos) – ignora dos famosas doctrinas étnicas que, como regla general, vienen primero a la mente cada vez que hablamos de “nacionalismo escatológico”. Nos referimos al “racismo” de los nazis alemanes y a las concepciones sionistas de los judíos. ¿Por qué razones hemos dejado estas realidades de lado y hemos priorizado el estudio de los “nacionalismos” americano y ruso-soviético, que no son tan visibles y radicales como el nazismo, que limita con la barbarie, o como el dualismo antropológico acentuado de los judíos? [7].

Responderemos a esta pregunta un poco más tarde, pero ahora recordemos en pocas palabras lo importante de estas dos variantes de la escatología nacional.

El racismo alemán redujo toda la historia a la oposición racial de los arios, o indoeuropeos, y todas las otras naciones y razas consideradas “deficientes”. En el corazón de este enfoque está el concepto mitológico de los “antiguos arios”, los primeros habitantes cultivados de la tierra y la raza mágica de los reyes y héroes del extremo norte. Esta “raza nórdica” fue notable por todas sus virtudes y todas las innovaciones culturales atribuidas a su autoría. Poco a poco, la raza blanca descendió hacia el sur y se mezcló con la etnia bruta, animal, sensual y salvaje. Así surgieron las formas culturales mixtas y los grupos étnicos contemporáneos. Todo lo que es bueno en la civilización moderna es logro de los blancos. Todo lo que es malo es el producto de la mezcla con las razas de color y su influencia. Los alemanes son la vanguardia de la raza blanca, ya que han mantenido la pureza de la sangre, la cultura, y los valores étnicos. Los judíos son la vanguardia de los pueblos de color, es decir, los principales enemigos de la raza blanca, quienes planean interminables maquinaciones contra ella.

Esta escatología racial exige que los alemanes lideren la raza blanca, comiencen a limpiar su sangre, separen a los pueblos de color de los de no-color, y logren la dominación del mundo con la que reproducir, en una nueva etapa, el dominio original de los reyes arios. El racismo alemán es, por supuesto, una doctrina extravagante, bastante artificial y puramente moderna, a pesar de que se basa en algunos mitos antiguos y enseñanzas religiosas auténticas. En la propia Alemania, el racismo se extendió bajo la influencia de los círculos ocultistas asociados a la Teosofía en diversos grados.

El mesianismo judío, por otra parte, es el arquetipo de todas las demás variantes de escatologías nacionales. El “Viejo Testamento” lo detalla exhaustivamente y se descifra en el Talmud y la Cábala. Los judíos son considerados como el pueblo elegido por excelencia, y los hechos de la etnia judía como el sujeto principal de la historia del mundo. En el extremo opuesto del modelo están los “gentiles”, los “goim”, las “naciones”, los “paganos”, “infieles”, o las “fuerzas del lado izquierdo” (de acuerdo con el “Zohar”). En la interpretación esotérica de la Cábala, los “goim” no son “gente”, sino “los malos espíritus en forma humana”, y por lo tanto ni siquiera teóricamente disponen de la posibilidad de salvación o espiritualización. Pero los judíos, a pesar de ser los elegidos, a menudo se apartan del camino recto, se desvían por el camino del mal, y van por los caminos de los “goim” y sus “falsos dioses”. Por esto Yaweh castiga a su pueblo y lo envía a la diáspora entre los “goim,” que maltratan a los judíos en todos los sentidos, causándoles dolor y resentimiento. Después de la destrucción del Segundo Templo en el año 70 d.C. por Tito Flavio, los judíos fueron enviados por sus pecados a la “cuarta diáspora”, que iba a ser la última. Después de siglos de sufrimiento, esta diáspora termina en “catástrofe”, el “Holocausto” y la “Shoah”, seguido por el regreso a la tierra prometida, la restauración del estado de Israel y, desde este punto en adelante, los judíos son quienes gobiernan el mundo entero.

Aquí observamos una curiosa correlación entre el racismo alemán y el mesianismo judío, a pesar de que los símbolos examinados son polos opuestos. Los racistas alemanes vieron a los judíos como el punto focal del “mal racial”, y los propios judíos, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, reconocieron el nazismo como, por el contrario, la forma de realización del “mal gentil”. No es casualidad que el concepto religioso e histórico filosófico de la “Shoah”, se aplicara a la persecución de los judíos en la Alemania nazi. La propia creación del estado de Israel fue la consecuencia directa de la suerte del régimen de Hitler. A los ojos de la comunidad internacional, los judíos obtuvieron el derecho moral a su propio estado como una especie de compensación para las víctimas del nazismo.

El nazismo alemán y el mesianismo judío son formas muy intensas de escatología étnica que demostraron la realidad de su importancia y su participación en el curso de la historia mundial por su gran y significativa escala. Sin embargo, ni el nazismo de Hitler ni el sionismo encarnaron tal distinción, claridad, o visibilidad histórica como tendencias básicas del proceso histórico como en el caso del americanismo y el sovietismo. La disposición puramente geográfica es curiosa: el racismo estaba muy extendido en Europa y el estado de Israel se encuentra en el Oriente Medio. Es como si se opusieran entre sí verticalmente, mientras que los mundos anglosajón y eurasiático se oponen entre sí horizontalmente. Si el racismo de Hitler apeló al “nordicismo”, entonces la judería acentuó la orientación al “sur”, o “mediterránea”. El eurasianismo está claramente relacionado con el Oriente, y el atlantismo con Occidente.

En esta nota, la escala histórica de la pareja horizontal de los anglosajones y los rusos es mucho más importante y de mayor peso que el caso del par vertical. A pesar de que los nazis fueron capaces de lograr ganancias territoriales importantes, estaban condenados geopolíticamente desde el principio ya que su paradigma etno-escatológico no era lo suficientemente universal e integral, y su historia no formaba un polo espiritual independiente (a diferencia del caso de Rusia). Precisamente el mismo caso, a pesar de la enorme influencia del factor judío en la política mundial, es el de los judíos, que sin embargo están muy lejos de su ideal mesiánico. El estado de Israel es todavía insignificante o meramente instrumental en el contexto de la geopolítica más grande, en la que sólo poseen un sentido genuinamente importante los bloques comparables a la OTAN o el antiguo Pacto de Varsovia.

El racismo alemán (aunque históricamente eliminado) y el mesianismo judío (que, por el contrario, se fortaleció después de la segunda mitad del siglo XX), no deben ser ignorados. Pero su importancia no debe ser sobrestimada, ya que tenemos una realidad mucho más significativa en la forma de los EE.UU. y Rusia.

En este sentido, es más constructivo llevar a cabo la siguiente operación: debemos romper el par del racismo hitleriano y el sionismo en dos componentes. Al igual que en los términos de la economía política el fascismo era algo así como un compromiso entre el capitalismo y el socialismo, y al igual que como en términos geopolíticos los países del Eje eran algo intermedio entre el claro atlantismo de Occidente y el claro eurasianismo de Oriente, en los términos de la escatología étnica la confrontación entre el nazismo y el sionismo es poco más que un velo que cubre el significativamente más grave enfrentamiento entre los anglosajones (y su Destino Manifiesto) y los rusos. Esto significa que tanto el nazismo como el sionismo pueden entenderse como una combinación de factores internos heterogéneos que gravitan en uno de los dos polos étnicos más fundamentales. La primera aproximación de esta idea fue desarrollada por el eurasianista Bromberg, y su otra versión pertenece al famoso escritor Arthur Koestler.

El mesianismo judío se puede dividir en dos componentes. Uno de ellos es en solidaridad con el mesianismo anglosajón. Este es el “componente occidental” en la comunidad judía. Las comunidades judías holandesas originalmente asociadas a la promoción del fundamentalismo protestante son representantes de este tipo. Puede ser llamado el “atlantismo judío” o los “judíos de derecha.” Este sector identifica las expectativas escatológicas de los judíos con la victoria de la nación anglosajona, los EE.UU., el liberalismo y el capitalismo.

El segundo componente es el “eurasianismo judío”, que Bromberg denomina la “orientalidad judía” [8]. En un nivel básico, este sector de la comunidad judía de Europa del Este se solidariza con el mesianismo ruso y en especial con su versión comunista. Esto explica en parte la participación a gran escala de judíos en la Revolución de Octubre y su papel de vanguardia en el movimiento comunista, que actuó como una cubierta para la realización de la idea mesiánica rusa planetaria. En términos generales, fue este “judaísmo de izquierda” el que representaba una realidad estable y a gran escala que los nazis identificaron con el “comunismo” y el “judaísmo” en su propaganda, tipológicamente asociado con el complejo euroasiático y solidario con el ideal escatológico ruso-soviético. Los “eurasianistas judíos” a menudo recurrieron a la formación histórica de la asombrosa “Khazar Khaganate” en el que la religión judía se combinó con una poderosa jerarquía militar imperial basada en el elemento étnico turco-ario. Además de la valoración muy negativa de los “jázaros” (que expuso Lev Gumilev), existen otras versiones “revisionistas” con respecto a la historia de esta forma que, en su estilo continentalista y su brusca desviación del particularismo étnico del judaísmo tradicional, contrasta fuertemente con otras formas de organización social judaica, sobre todo occidentales. Así, A. Koestler adelantó la curiosa teoría de que los judíos de Europa del Este son, de hecho, los descendientes de los antiguos jázaros, y su alteridad en relación con la judería de Occidente pesa más que su diferencia racial. Aquí lo importante no es cuán “científica” es tal idea, sino más bien que este concepto refleja mitológicamente el profundo dualismo entre la comunidad judía.

Ahora vamos con el racismo alemán. Aquí la situación no es tan clara, y romper este fenómeno en dos componentes no es tan fácil. En primer lugar, esto se debe a que la rusofilia y la línea pro-soviética en el nazismo y, en términos más generales, en el movimiento nacionalista alemán, casi siempre tenían una orientación anti-racista. Esta positiva Ostorientirung era característica de muchos representantes de la revolución conservadora alemana (Arthur Mueller van den Bruck, Friedrich Georg Jünger, Oswald Spengler, y especialmente Ernst Niekisch), y vincula a Prusia con los ideales de la condición del Estado, en lugar de con motivos raciales. Sin embargo, ciertas variedades de racismo pueden estar relacionadas con el eurasianismo. Tal “racismo eurasianista”, sin lugar a dudas, era una posición minoritaria, marginal, y no era indicativa [del fenómeno como totalidad]. Un representante típico de esto fue el profesor Herman Wirth que creía que el elemento “ario”, “nórdico”, se puede encontrar en la mayoría de las naciones de la tierra, con exclusión de los asiáticos y los africanos. Por otra parte, en este sentido, los alemanes no representan ningún tipo de excepción social, sino que en cambio son un pueblo mixto en el que se cuentan tanto elementos “arios” como “no arios”. Tal enfoque negó cualquier alusión al “patrioterismo” o la “xenofobia”, y por esta razón Wirth y sus asociados se convirtieron rápidamente en oposición al régimen de Hitler. Además, algunos representantes de esta tendencia creían que los hindúes, los eslavos, los persas, los tayikos, los afganos, los paquistaníes, etc., son los “arios” de Asia y están más cerca de la tradición nórdica que los europeos o los anglosajones. En consecuencia, este racismo adquiere muy distintas características “orientales”.

Pero la otra línea “occidental” seguía siendo la versión más generalizada de racismo, la cual insiste en la superioridad de la raza blanca (en el sentido literal), y especialmente de los alemanes por encima de todos los demás pueblos. Los éxitos tecnológicos de los blancos y las ventajas de su civilización fueron glorificadas en todos los sentidos. Otros pueblos fueron demonizados y exhibidos mediante la caricatura del “undermensch”. En la versión más radical, como “arios” sólo eran reconocidos los alemanes, mientras que los eslavos o los franceses fueron tratados como personas de segunda categoría. En este punto, esto ya no era racismo, sino la última forma de chauvinismo étnico alemán. Tal racismo ordinario, de hecho, era característico de Hitler personalmente y era totalmente solidario en espíritu con la escatología étnica de los anglosajones, aunque presenta una versión contrapuesta fundada en la especificidad de la psicología alemana y la historia de Alemania. Es revelador que ambas variedades de esta escatología étnica se basaban en dos ramas de la una vez unificada tribu germánica (los anglosajones eran originalmente tribus germánicas) y en dos variedades de protestantismo (el luteranismo alemán y el anglicanismo de Inglaterra y Estados Unidos). Sin embargo, el racismo alemán fue impregnado de manera significativa con elementos paganos y apelaciones a la mitología pre-cristiana, el barbarismo, y la jerarquía. En contraste con el “racismo” anglosajón, el racismo alemán era más arcaico, extravagante y salvaje, y este contraste estético en el estilo ocultó debajo de sí una orientación histórica y geopolítica común. La anglofilia de Hitler es un hecho ampliamente conocido.

Por lo tanto, el par del nazismo y el sionismo resulta ser demasiado insuficiente en escala para ser considerado un eje del drama escatológico en su dimensión étnica. Si se trata de un “eje”, entonces es sólo uno secundario, auxiliar, uno adicional. Esto ayuda a explicar muchas cosas, pero no descubre la esencia del problema. En esta perspectiva, es posible considerar la “orientalidad judía” como una de las variedades específicas del “eurasianismo” (o el “ethnos de Oriente”) en términos generales aceptable a la formulación universal del ideal mesiánico ruso-soviético. De ello se desprende que este complejo “eurasianista” incluye algunas formas (minoritarias) del racismo “oriental” de los partidarios del sistema de valores “ario”.

En el extremo opuesto, la “occidentalidad judía” se ajusta exclusivamente al proyecto etno-escatológico anglosajón sobre el cual se basa actualmente la profunda alianza del lobby mundialista de Israel y los EE.UU.. Las “10 tribus perdidas”, ante los anglosajones (y especialmente los estadounidenses), se combina con las otras dos ramas de acuerdo con esta expectativa escatológica. La versión “occidental” del racismo se adjunta a esta señalización de la supremacía de la “civilización blanca” – el mercado, el progreso tecnológico, el liberalismo, los derechos humanos – sobre los arcaicos pueblos “bárbaros” y “subdesarrollados” del Este y del Tercer Mundo.

Ahora podemos discernir claramente la misma trayectoria histórica que ya quedó clara para nosotros desde el apartado anterior, pero en un nuevo nivel etno-escatológico.

La historia es una rivalidad y la batalla entre las dos “macro-etnias” orientadas a la universalización de sus ideales espirituales y étnicos hasta el momento culminante de la historia. Estas son el “ethnos de Occidente” (el mundo romano-germánico) y el “ethnos de Oriente” (el mundo eurasiático). Estas dos formaciones llegan poco a poco a la expresión a gran escala, purificada, refinada, de sus “destinos manifiestos”. El destino manifiesto del “ethnos de Occidente” se materializa en el concepto de las “10 tribus perdidas” de los fundamentalistas protestantes, que se encuentra en el corazón de la dominación planetaria inglesa y más tarde constituye el fundamento de la civilización norteamericana que, de hecho, está cerca de realizar su control exclusivo sobre el mundo. La “verdad rusa” ascendió de la nación-estado al nivel del imperio, y se encarnó en el bloque soviético, que recuperó la mitad del mundo alrededor de sí mismo. Este duelo formó el corazón de la historia étnica (o más precisamente, macro-étnica) del siglo XX. El fascismo europeo se convirtió en un obstáculo importante en el camino de la designación clara de los roles y las funciones (¡una vez más!), transformando el problema de una clara dualidad a un complejo confuso y secundario de contradicciones que minó la lógica natural de la gran guerra étnica y condujo a la conclusión de alianzas de oposición que desplazaron el centro de gravedad a una formulación incorrecta de la cuestión. Tras afirmar lo que era en muchos aspectos la antípoda artificial e insuficiente de los “alemanes arios-judíos” en el centro de la escatología étnica, en lugar de la dualidad real entre el lado “romano-germánico” y más tarde anglosajón y luego “norteamericano” por un lado, y el lado “euroasiático”, ruso-soviético, por el otro, los nazis desviaron el rumbo natural de los acontecimientos de su curso, desviaron la atención hacia un objetivo falso, y afirmaron contradicciones que no eran histórica o escatológicamente significativas o centrales. Una vez más, el lado de “Eurasia” fue el que sufrió.

El ideal anglosajón y la “etnia de Occidente” infligieron una aplastante derrota a la “etnia de Oriente”. El universalismo “soviético” cedió antes que el anglosajón.

Por lo tanto, vamos a completar nuestra fórmula vinculando los modelos político-económicos y geopolíticos de la historia a otro nivel:

Trabajo = Tierra (Oriente) = ethnos ruso (soviético, euroasiático). Capital = Mar (Occidente) = ethnos romano-germánico (anglosajón, norteamericano).

Un duelo entre estos dos polos multidimensionales ha tenido lugar durante siglos y épocas, alcanzando su punto culminante en el inicio del tercer milenio d.C..

Hay que prestar atención al hecho de que el fascismo europeo, en casi todos los niveles, cumplió una función análoga. En el plano económico, reivindicó eliminar las contradicciones entre Trabajo y
Capital, pero indirectamente contribuyó a la victoria del Capital. En el plano geopolítico, negó la realidad fundamental de la confrontación entre la Tierra y el Mar, en lugar de reclamar un significado geopolítico independiente, pero no hizo frente a esta tarea y de repente desapareció, ayudando una vez más a la victoria final del Mar sobre la Tierra. Y, por último, al nivel de la escatología étnica, el racismo de los nazis desvió la atención de la gran confrontación entre los anglosajones y los rusos hacia la falsa alternativa entre “arios” y “judíos”, con los grandes rusos cayendo (sin ningún tipo de justificación ) en la categoría de “subhumanos de color”. Al final, volvieron a estar en manos de los anglosajones. De hecho, en este último caso a nivel étnico, se debe reconocer que el segundo polo de esta dualidad étnica (los judíos) también resultó estar del lado del “ethnos de Occidente”, y la “orientalidad judía” fue significativamente debilitada quedando casi en nada. Por otra parte, este descenso coincide con el momento de la creación del estado de Israel, por el que los judíos de Europa del Este, de orientación predominantemente socialista (los “eurasianistas judíos”) habían luchado en un principio. Por lo tanto, Stalin se apresuró a reconocer la legitimidad de este estado, pero casi inmediatamente después de su creación se orientó hacia Occidente y se convirtió en un defensor leal de las políticas anglosajonas, sobre todo las de los EE.UU., en el Oriente Medio.

El choque de religiones

El nivel final a gran escala de la reducción de la historia a una simple fórmula debe buscarse en la historia de las religiones y los problemas inter-confesionales. Puesto que la trayectoria general del proceso histórico que hemos descrito desde el punto de vista del paradigma económico al principio, resultó ser aplicable a los otros niveles de desagregación, también podemos buscar de forma segura su analogía en el ámbito religioso.

Uno de los polos – el del “Capital-Occidente-Mar-anglosajones” – fue construido, como hemos visto, en el Imperio Romano de Occidente, fuente y punto de partida de todas las tendencias que cristalizaron gradualmente en este polo. En un sentido religioso, el Imperio Romano de Occidente estaba vinculado con el Vaticano y la versión católica del cristianismo. En consecuencia, es totalmente lógico referirse al catolicismo como la matriz religiosa de este polo.

El polo opuesto “eurasiático” está conectado directamente con el “bizantinismo” y la ortodoxia, ya que los rusos son un pueblo ortodoxo, los autores de la primera revolución socialista, así como los que ocupan la tierra del heartland continental, el cual, de acuerdo con Mackinder, es el eje de todas las fuerzas terrestres. En la misma medida en que lo contemporáneo occidental liberal fue secularizado, generalizado, modernizado, y universalizado como resultado del catolicismo, también el modelo soviético representa un avance, aunque secularizado, generalizado y modernizado en cierta medida, del Imperio ortodoxo. En cuanto a la naturaleza secundaria del resto de las religiones del mundo en el contexto del drama escatológico, es posible llevar a cabo las mismas consideraciones que hemos aplicado cuando hablamos de la escatología étnica. Las tradiciones orientales no se inclinan demasiado hacia la escatología y no acentúan el tema del “fin de los tiempos” o la “batalla final” en el centro de sus sistemas. No es que no conozcan esta realidad, sino que más bien no están de acuerdo en un lugar central de la misma comparable al escatologismo distinto y prioritario del cristianismo (o del judaísmo). Esta consideración explica la ausencia de formas escatológicas de nacionalismo (del que hemos hablado anteriormente) en Oriente, ya que su visión del mundo étnica y religiosa está estrechamente relacionada y se definen mutuamente la una a la otra.

Este esquema es bastante intuitivo y se superpone perfectamente sobre los modelos anteriores. El único punto que requiere una mayor clarificación es la cuestión del protestantismo.

La Reforma fue un punto crucial en la historia de Occidente. No fue simplemente un fenómeno a múltiples niveles, sino que también involucró a dos orientaciones estrictamente opuestas que finalmente dieron lugar a formas polarizadas. No podemos entrar en discusiones teológicas aquí, pero podemos remitir al lector a nuestra monografía detallada sobre este tema [9]. Sólo describiremos este esquema.

El catolicismo es un fragmento de la ortodoxia. Después de todo, en un punto antes del cisma de Occidente era ortodoxo en la misma medida que el de Oriente, hasta que este fragmento se distorsiona y reivindica la prioridad y la integridad. El catolicismo es anti-bizantinismo, mientras que el bizantinismo es el cristianismo pleno y auténtico, que incluye no sólo la simple pureza dogmática, sino también la fidelidad a la doctrina político-social y del Estado de la cristiandad. Aproximadamente, es posible decir que la concepción ortodoxa de la sinfonía de poderes (vulgarmente llamada “cesaropapismo”) implica una comprensión del significado escatológico no sólo de la Iglesia cristiana, sino también del Estado cristiano y del Imperio Cristiano. De aquí la función teleológica y soteriológica del Emperador sobre la base de la segunda Epístola de San Pablo Apóstol a los Tesalonicenses, donde se trata el “mantenimiento” y el “Katehon”. “El mantenedor” equivale para los exegetas ortodoxos (especialmente San Juan Crisóstomo) al emperador ortodoxo y al imperio ortodoxo.

La apostasía de la Iglesia occidental se basaba en el rechazo de la sinfonía de poder y al mismo tiempo el rechazo de la doctrina sociopolítica y escatológica de la ortodoxia. Es escatológica porque vincula la ortodoxia y la existencia del estado ortodoxo políticamente independiente, en el que el poder secular (Basileus) y el poder espiritual (Patriarca) están estrictamente definidos, derivados del principio de la sinfonía, en correlación a la presencia del “mantenedor”, que impide la “venida del hijo de perdición” (el Anticristo). Como resultado, la desviación de este paradigma sinfónico bizantino significa “apostasía” o la caída. El catolicismo originalmente, es decir, inmediatamente después de su separación de la Iglesia unida, en lugar del modelo sinfónica tomó uno diferente en el que el poder del pueblo romano se extiende a aquellas áreas que en el esquema sinfónico se consideraban estrictamente de la jurisdicción del Basileus. El catolicismo violó la armonía providencial entre los dominios seculares y espirituales y, de acuerdo con las enseñanzas cristianas, cayó en la herejía.

La crisis espiritual del catolicismo se hizo sentir con especial fuerza en el siglo XVI y la Reforma fue la culminación de este proceso. Sin embargo, cabe señalar que, incluso en la Edad Media, existían en Europa tendencias que de una forma u otra tendían hacia la restauración del modelo adecuado en Occidente. La parte gibelina de la dinastía Hohenstaufen fue un brillante ejemplo de “ortodoxia inconsciente” y resistencia cuasi-bizantina a la herejía latina. Incluso entonces, los representantes de la nobleza alemana se situaron en el centro del movimiento anti-papista. Siglos después, fuerzas similares – una vez más príncipes alemanes – apoyaron a Lutero en sus acciones anti-romanas. Es interesante que las reclamaciones de Lutero contra Roma eran muy similares a las que originalmente presentaron los ortodoxos. El culto en la lengua nacional (una característica estrictamente ortodoxa asociada con la comprensión del significado místico de hablar en lenguas incluidas en las distintas modalidades lingüísticas de las iglesias locales), el rechazo de los dictados administrativos de la curia romana, el significado del “Katehon”, y el rechazo del celibato para los “sacerdotes” – todas estas tesis normalmente luteranas pueden ser llamadas bastante “ortodoxas”. Los otros puntos – rechazar la veneración de los iconos, los rituales litúrgicos, la libertad de interpretaciones individuales de la escritura – estos rasgos no pueden ser llamados ortodoxos ya que eran aspectos negativos del anti-papismo que se basaban más en la intuición espiritual y la protesta en lugar de en las verdades consagradas por la Tradición.

Como rechazo de Roma por el bien del cristianismo puro, la Reforma fue totalmente justificada. Pero lo que se propuso, ¿lo estaba a su vez? He aquí lo que es más importante. En lugar de apelar a la doctrina plenamente ortodoxa, los protestantes atravesaron por intuiciones dudosas e interpretaciones personales. Esto dio lugar a una galaxia de visionarios y místicos brillantes al nivel de las más altas manifestaciones (Böhme, Gichtel, etc.). Pero incluso en este caso no se produjo ningún acercamiento a las alturas de la metafísica ortodoxa. En el peor de los casos, esto dio lugar al calvinismo y a un número de sectas protestantes extremas en las que no queda nada del cristianismo, aparte del nombre.

Existe una dualidad entre Lutero y Calvino, entre el protestantismo ruso (y francés y hugonote) y el protestantismo suizo, y las versiones posteriores holandesas e inglesas. El luteranismo rechazó la hipocresía y la “nomocracia” del catolicismo, es decir, el componente judeocristiano del papismo. El calvinismo, por el contrario, llegó al típico historicismo del Antiguo Testamento y negó la divinidad de Cristo, que se convirtió en un “héroe cultural o moral”. El calvinismo desarrolló las tendencias más no-ortodoxas presentes anteriormente en el catolicismo en el momento en el que la crítica de Lutero fue dirigida contra ellos.

Por lo tanto, hubo dos tendencias opuestas presentes en la Reforma. Una de ellas fue condicionalmente anticatólica desde el ángulo ortodoxo (el luteranismo). La otra fue anticatólica desde un ángulo anti-ortodoxo. El catolicismo, especialmente abundante y metabolizado en los países latinos, terminó siendo entre dos versiones del protestantismo cuyos portadores principales eran los pueblos germanos. Los alemanes más orientales – los prusianos que eran originalmente eslavos y bálticos y luego se fueron germanizando – adoptaron el luteranismo, mientras que los alemanes extremadamente occidentales (los anglosajones) tomaron el calvinismo y las tendencias judeocristianas en sus conclusiones.

Desde esta perspectiva, una versión del protestantismo (el calvinismo y el fundamentalismo protestante) se convirtió en la vanguardia del polo occidental-marítimo-capitalista, mientras que la otra, por el contrario, actúa como una especie de cristianismo occidental cercano la ortodoxia (pero, no obstante, aún lejos de la ortodoxia). Max Weber mostró maravillosamente y con gran detalle la relación entre el protestantismo y el capitalismo en su libro La ética protestante del capitalismo [10]. La diferencia entre el calvinismo y el luteranismo se explica también ahí. Como ejemplo ilustrativo: en Inglaterra, el protestantismo condujo a las reformas capitalistas, pero en Prusia, el protestantismo fortaleció el orden feudal. Por lo tanto, concluye Weber, estamos tratando con tendencias profundamente diferentes. El pupilo de Weber, Werner Sombart, va más allá en un análisis similar [11], en el que interpreta como fuente del capitalismo no sólo al protestantismo, sino a la básica doctrina escolástica del catolicismo. Consideraciones interesantes sobre este tema también las hace Oswald Spengler en su obra Prusianismo y socialismo [12].

El paradigma de la confrontación religiosa se define como el que existe entre la ortodoxia y el catolicismo y (más tarde) el fundamentalismo extremo protestante. En esta antítesis, se le da una importancia crítica a la proporción de lo mundano y de lo del otro mundo en la ética religiosa. El ideal ético ortodoxo radica en la afirmación de una proporción inversa del mundo humano y el mundo divino. La base de tal enfoque se presenta en el Evangelio (“No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores” [13], “Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios” [14], etc.) y en las tradiciones ortodoxas, incluyendo la ética social de la Iglesia de oriente. La riqueza terrenal se considera que es efímera, insignificante, mientras que la mejora de la vida y del mundo se considera que es secundaria y esencialmente poco importante de cara a la tarea principal para un cristiano, es decir, las tareas de adquisición del Espíritu Santo, la salvación, y la transfiguración. En esta imagen, la pobreza y la modestia representan no tanto una desventaja como, por el contrario, un fondo útil para lo que se consideran las más altas llamadas: la búsqueda espiritual, la penitencia, el monacato, la abstracción de los asuntos mundanos. El sufrimiento terrenal es no sólo un castigo, sino una repetición gloriosa y brillante del camino de Cristo. El otro mundo entra en el mundo, lo realiza, hace al mundo insignificante, transparente y transitorio. De ahí el tradicional (aunque, por supuesto, relativo) menosprecio de estilo de vida que es típico de la cristiandad oriental. No se puede argumentar que este enfoque ortodoxo dé siempre resultados positivos. En la manifestación más alta, es la santidad, la no posesión, y el pico de las obras espirituales y mentales y la contemplación. En su manifestación más baja, es una caricatura de pereza y negligencia.

La Iglesia occidental se caracterizó inicialmente por una mayor preocupación por los problemas mundanos, la intriga política, y la acumulación y distribución de los bienes materiales. El fundamentalismo protestante absolutizó este aspecto, dirigiendo toda la atención exclusivamente hacia el mundo. La ética protestante afirma que la pobreza en sí misma es un vicio mientras que la riqueza es una virtud. El otro mundo se reduce por completo a lo mundano y la recompensa y el castigo del otro mundo se mueven a este mundo. Esto se traduce en un salto sin precedentes en el ámbito de la forma de vida, y reduce al mínimo o rechaza por completo el aspecto contemplativo, puramente espiritual de la religión. En sus formas más extremas, ni el espíritu ni la palabra de la doctrina cristiana permanecen. De ahí los intentos modernos de censurar el “Nuevo Testamento” en aquellos lugares en los que contradice flagrantemente los deseos del espíritu protestante extremo.

Este código opuesto de la ética religiosa se seculariza y produce el socialismo, por un lado, y el liberal-capitalismo por el otro.

En este punto de vista, se definen dos sujetos principales de la historia: la Iglesia Oriental (la ortodoxia) y la Iglesia Occidental, o quizás más bien el mosaico de confesiones occidentales a la vanguardia de las cuales se destaca el “fundamentalismo protestante”, que ya hemos tratado. Su dialéctica de oposición revela la trayectoria secreta del contenido religioso de la historia.

Ahora queda considerar otras confesiones religiosas en las que se manifiesta el factor escatológico y que son lo suficientemente grandes en escala para tener derecho al papel principal en el drama final de la historia. Sólo el Islam y el judaísmo pueden pretender reclamar este papel.

El judaísmo representa un paradigma de religión escatológicamente orientada. El cristianismo mismo está estrechamente vinculado con la escatología judaica. La religión judaica da la imagen conceptual más completa de los últimos tiempos y de la participación de los pueblos y las iglesias en ellos. El significado de la escatología judía, en los términos más generales, se reduce a lo siguiente.

Los judíos son no sólo una etnia, sino a la vez una comunidad religiosa. Tal identificación del elemento étnico con el religioso constituye la singularidad del judaísmo. En este sentido, todo lo relacionado con lo que se dijo en la sección anterior relativo a los judíos como nación es plenamente aplicable al judaísmo como religión. El judaísmo es el sujeto de la historia religiosa, su eje. Durante mucho tiempo, la fe judía estuvo en un período de persecución por parte de otras confesiones “gentiles”, pero en los últimos tiempos, con la venida del Mesías y la reunión de los judíos en la tierra prometida y la reconstrucción del Templo, el judaísmo ha florecido y está a la cabeza de la tierra. La expresión secular de esta escatología religiosa es el sionismo moderno.

Que los judíos no se disolvieran como nación o religión en el mar de otros pueblos durante largos siglos de diáspora, que mantuvieran su fe en el triunfo futuro, y que, después de haber insistido a través de tantas pruebas, hayan sido capaces de realizar el sueño largamente esperado de volver a crear su estado, todo esto no puede dejar de causar una gran impresión al observador imparcial. Tal cumplimiento literal de las esperanzas y expectativas escatológicas de los judíos muestra claramente que esta tradición está en efecto profundamente ligada al misterio de la historia del mundo y no puede ser desestimada por los escépticos, los positivistas, o los antisemitas. Por otra parte, durante el último siglo la posición del judaísmo como religión se ha vuelto tan fuerte que esta confesión, de ser la periferia privada de sus derechos a los ojos de las naciones cristianas, ha llegado al punto de ganarse el derecho a voto en la discusión y la resolución de las más importantes cuestiones mundiales. Sin embargo, se debe prestar atención al hecho de que la unidad confesional de los judíos no es tan monolítica como podría parecer a primera vista. En una aproximación, existen dos versiones del judaísmo: la espiritual (mística) y la materialista (estilo de vida). La primera visión corresponde a las diversas tendencias de los místicos judíos tradicionales, laCábala, el jasidismo, y algunas tendencias heréticas como el “sabatismo”. La segunda versión se refiere a la interpretación talmudista, literal, racionalista, nomocrática y ritualista de la Torá, que determina la vida cotidiana. En este dualismo vemos una analogía directa de la realidad correspondiente en la propia tradición cristiana – el estilo de vida del cristianismo occidental (del catolicismo al fundamentalismo protestante) y la contemplativa, mística, del cristianismo oriental (la ortodoxia). Este tema es tratado con gran detalle por el más grande pensador judío moderno, Gerschom Scholem [15].

El sector espiritualista del judaísmo – y esto probablemente no sorprende a nadie – es principalmente característico de los judíos de Europa del Este, y el jasídico Baal-Shem Tov en sí surgió y se desarrolló en el territorio del Imperio Ruso. Es precisamente desde este entorno espiritualista extremo de donde surgieron la mayoría de los revolucionarios marxistas judíos, bolcheviques social-revolucionarios, etc. La ética eurasianista, “ortodoxa”, y el ideal mesiánico de hermandad correspondía precisamente a esta variedad espiritual, mística, de la tradición judaica. En forma secular, esto dio lugar al “social-sionismo”.

La rama opuesta de la ortodoxia talmúdica sigue la línea racionalista de Maimónides, tal y como los antiguos saduceos, tiende a minimizar el otro mundo hasta el punto de negar implícitamente la “resurrección de la muerte”, y conduce a la ética inmanente del estilo de vida. La clave escatológica del talmudismo se considera que es el futuro triunfo de los judíos como una victoria exclusivamente inmanente, socio-política, el logro de un enorme poder material. En lugar de la transfiguración del mundo en los últimos tiempos o de su “restauración” (“Tikkun”), en la que los místicos judíos se centran, los racionalistas identifican la era mesiánica con la reorganización de los elementos existentes de manera que las palancas del poder y el control pasan a la representantes del judaísmo y del restaurado estado de Israel. Tal orientación general inmanente y ética centrada en la resolución de las cuestiones mundanas, materiales y de organización, unen tanto a los rabinos seculares como a algunos sionistas.

En otras palabras, como en el caso de su escatología étnica, el campo religioso del judaísmo se extiende entre dos polos, el oriental (encarnado en la ortodoxia), y el occidental (encarnado en el catolicismo y en el protestantismo extremadamente judeófilo).

La tradición islámica se relaciona con la herencia religiosa semítica, pero sin embargo es incomparablemente menos escatológica que el cristianismo y el judaísmo. A pesar de que existe una doctrina escatológica desarrollada en el Islam, es claramente secundaria ante la lógica masiva de la afirmación de un monoteísmo que es independiente de consideraciones cíclicas. Las versiones más escatológicas del Islam no se extienden entre los árabes puros del norte de África, sino en Irán, Siria, Líbano, y especialmente entre los chiítas. La línea chiíta del Islam es la más cercana de todas a la ética cristiana y a la orientación escatológica. Existen una serie de paralelismos con la tendencia espiritualista en el judaísmo. Las sectas chiítas extremas como los ismailíes, alawitas, etc. en general basan sus tradiciones en el problema escatológico de la espera de la llegada del “Imán Oculto” o “al-Qayyim” (“Salvador”), que restaurará la tradición genuina que ha sido estropeada por siglos de compromisos y desviaciones, y devolverá a la humanidad al reino de la justicia y la hermandad. Esta tendencia escatológica en el Islam -tanto en el contexto chiíta como más allá – puede ser completamente considerada como una forma de “eurasianismo” en su comprensión más general. Aunque, naturalmente, opera con diferente terminología dogmática y confesional, resuena con la perspectiva escatológica ortodoxa.

Otra versión no escatológica del Islam encuentra expresión claramente en el wahabismo saudí o en el hanafismo extremo (como el movimiento paquistaní “Tabligi”, del cual viene el movimiento Talibán). A pesar de los poderosos mecanismos de movilización fanática, es bastante neutral en términos de conceptualización del papel del Islam en los últimos tiempos, o en la consideración de este problema desde una perspectiva técnica, material. A medida que la población islámica crece de manera constante, la importancia del factor islámico aumenta de forma natural. En el pragmatismo wahabí y otras formas no escatológicas de fundamentalismo islámico, es bastante posible distinguir características tipológicamente similares a las del estilo de vida fundamentalista de los protestantes o de los judíos racionalistas.

En el momento actual, no es posible hablar seriamente de un “factor islámico” como algo unido, solidario, o lo suficientemente grande en escala que ofrezca su propia versión religiosa independiente de los “últimos tiempos”. Sólo es posible señalar que el “antijudaísmo”, o más bien el “antisionismo” es común para el mundo islámico. En este sentido, la imposición de esta formulación etnoreligiosa en el primer marco sería en detrimento del enfoque acentuado en la confrontación de la ortodoxia y el cristianismo occidental, y nos recuerda la situación que nos encontramos en el análisis de la importancia del racismo alemán. La gravitación de muchos ideólogos islámicos en hacer de “Israel” y los “judíos” una cuestión central de la historia moderna, absolutizando la contradicción islámica y judía, nos lleva una vez más a un punto muerto, y a una situación insoluble que ha traído mucho daño, a la hora de aclarar las funciones e identidades de los principales actores de la historia humana, que se está acercando rápidamente a su punto culminante. Cabe señalar que el Islam está comenzando a ser visto como una especie de “espantapájaros” contra el que las “fuerzas progresistas”, o incluso los “países cristianos”, deben estar unidos. En otras palabras, el Islam o el famoso “fundamentalismo islámico” están empezando a cumplir con el papel que el fascismo hizo en su día. Hemos visto cómo de ambiguo era el papel del fascismo a todos los niveles del duelo escatológico real. Sería extremadamente peligroso si reprodujeramos una situación similar, sólo que esta vez con el Islam.

La fórmula final

Resumiendo los resultados de nuestro breve análisis, aclaramos que en todos los niveles de los modelos reduccionistas más generalizados de la teleología histórica existe una trayectoria congruente de desarrollo del proceso histórico. Ahora todo lo que queda es poner todos los componentes derivados en una fórmula general.

Por lo tanto, dos sujetos, dos polos, dos realidades últimas actúan a lo largo de la historia. Su confrontación, su lucha, su dialéctica conforma el contenido dinámico de la civilización. Estos sujetos se vuelven más claros y explícitos en el paso desde una existencia vaga, encubierta y “fantasmal”, a una forma clara y definitiva, estrictamente fija. Universalizan y absolutizan.

El primer sujeto es:

El Capital = Mar (Occidente) = anglo-sajones (en términos más generales, “romano-germánicos”) = confesiones cristianas occidentales.

El segundo sujeto es:

El Trabajo = Tierra (Oriente) = rusos (en términos más generales, “eurasiáticos”) = Ortodoxia.

El siglo XX fue el punto culminante de la máxima gravedad en la confrontación entre estas dos fuerzas. Es la batalla final, la Endkampf.

En el momento actual, se puede afirmar que el primer sujeto logró superar al segundo sujeto en casi todos los aspectos. El principal instrumento utilizado constantemente a todos los niveles como una maniobra táctica en esta victoria de Occidente fue la utilización de alguna (tercera) realidad intermedia, un tercer pseudo-sujeto de la historia, que en cada ocasión resultó ser un espejismo incorpóreo diseñado para ocultar la verdadera naturaleza de la confrontación escatológica.

La victoria de Occidente (en su totalidad) puede entenderse de dos maneras. Los optimistas liberales afirman que es definitiva, que “la historia ha concluido con éxito”. Los más prudentes dicen que esto es sólo una etapa temporal, y que el gigante caído puede levantarse de nuevo bajo diferentes circunstancias. Por otra parte, el ganador se enfrenta a una situación nueva y totalmente desconocida, una situación en la que ya no hay enemigo, el duelo con el que se compone el contenido de ser el ganador histórico. En consecuencia, el sujeto actual de la historia, siendo dejado solo, debe resolver el problema de la post-historia, la cual le pone un nuevo reto ante sí: ¿va a seguir siendo un sujeto en la post-historia, o se va a transformar en otra cosa?

Pero eso es un tema totalmente diferente.

¿Y qué de los vencidos? Es difícil esperar de los mismos un pensamiento claro y equilibrado. En la mayoría de los casos, no entienden lo que les pasó. El órgano amputado – en este caso, el corazón – sigue doliendo, y el dolor es lo que sucede con el paciente después de la cirugía. Pocos son conscientes de lo que sucedió en el cambio de la década de los 90 y de qué lado se abrió el “paradigma del Fin” delante de la humanidad…

Notas

[1] Véase Elementy. Evraziiskoe obozrenie de 1997, N° 9, con una colección dedicada a este fenómeno

[2] Aquí Duguin compara la etimología de "Vostok" (en ruso "Oriente") y "voskhozhdenie" (o "ascenso").

[3] Aquí Duguin compara la etimología de "zapad" (en ruso "Occidente"), que literalmente puede significar "hundimiento" o "caída" con la naturaleza oscura del Capital y Occidente asociado con la caída.

[4] Véase “The crusade approach against us” en A. Dugin’s Foundation of Geopolitics (Moscú, 2000)

[5] Publicado en ruso en Moscú en 1994 bajo el título “El Burgués”

[6] Véase Carl Schmitt, “The Planetary Tension between East and West and the Confrontation between Land and Sea” en A. Dugin’s Foundation of Geopolitics (Moscú, 2000)

[7] Algo análogo se puede encontrar en la tradición iraní antigua o incluso en el sistema de castas hindú, donde las castas más bajas (especialmente los chandala) no son vistos como seres humanos en el pleno sentido de la palabra. Para una dimensión similar de esta teoría, véase A. Dugin’s Conservative Revolution (Moscú, 2004) (el capítulo “Metaphysics of National Bolshevism”) y en el almanaque The End of the World (Moscú, 1997).

[8] Uno de los padres fundadores del sionismo, Theodor Herzl, escribió “La forma oriental del sionismo – las esencias occidental y oriental”.

[9] Véase A. Duguin, The Metaphysics of the Gospel (Moscú, 1996)

[10] Weber, Max. Selected Works. Moscú, 1990.

[11] Sombart, Werner. The Bourgeois. Moscú, 1994.

[12] Spengler, Oswald. Preußentum und Sozialismus. Berlín, 1920.

[13] Lucas, 05:32

[14] Marcos, 10:25

[15] Scholem, Gerschom. Ursprung und der Anfange Kabbala. Berlín, 1962.