LA METAPOLÍTICA RUSA DEL NACIONAL-BOLCHEVISMO

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Gracias a las excelentes ediciones bretonas de Ars Magna (cuya sede está en Nantes), el lector francés por fin puede acceder a una excelente traducción del libro Los templarios del proletariado de Alexander Dugin. El autor del libro justifica el enigmático título de su libro, ya que compara a los productores o trabajadores de nuestro mundo postmoderno con la Orden del Temple, prohibida por el rey francés Felipe IV el hermoso en 1314. Sin embargo, la Orden siguió existiendo en otros lugares, como Portugal y Escocia, pero ahora esta misma Orden recibe otros nombres y tiene otras denominaciones.

Alexander Dugin dice que “los trabajadores han desaparecido de nuestras vidas. Una vez que ellos perdieron su camino, terminaron por transformarse en otra cosa. El trabajo que hace el proletariado hoy, en una época dominada por la gestión y el saber, ha acabado por ser devaluado” (pp. 171-172). No obstante, Dugin afirma que “el trabajador no se ha ido a ningún lado realmente. Simplemente ha retornado a la clandestinidad, pues fue traicionado por el degenerado socialismo soviético, además de ser estrangulado por la soga del traicionero Capital que ahora no solo impone un dominio externo y formal, sino también un dominio absoluto e interno. Por lo tanto, el trabajador contempla con tristeza la repugnante realidad que ha sido construida a su alrededor por sinvergüenzas de todo tipo, raza o clase” (p. 172). Esta tendencia ha sido igualmente percibida por periodistas (David Goodhart), geógrafos (Christophe Guilluy) y demógrafos (Emmanuel Todd) occidentales que, un cuarto de siglo después, han comenzado a subrayar estos hechos, pero usando metáforas mucho menos literarias como lo son “los que no pertenecen a ningún lado” o la “Francia periférica”. Alexander Dugin señala que el nacional-bolchevismo implica “una especie de síntesis entre los elementos salvíficos del poder y la rebelión, entre el conservadurismo (nacional, religioso, estatal) y la revolución (como principio escatológico, sacrificador, renovador de la vida)” (p. 81).

La paradoja política

Alexander Dugin escribió este texto en 1996 y en ese entonces él, junto con Eduard Limonov, lideraba el Partido Nacional Bolchevique. Este partido se opusó radicalmente al ultra-liberalismo de Yeltsin, a la desintegración de la Unión Soviética y al hecho de que Moscú estuviera al servicio del atlantismo. Los templarios del proletariado son un intento de formalizar el término “nacional-bolchevismo” como una parte de las contracciones políticas que sufre el espacio exsoviético. Este término proviene de los intentos alemanes de crear un frente nacional-comunista, intentos que fueron liderados por los hamburgueses Heinrich Laufenberg (1872-1932) y Fritz Wolfheim (1888-1942), durante la República de Weimar. Además, dentro de esta corriente podemos incluir a los miembros más radicales de la Revolución Conservadora que, organizados en torno a la revista Widerstand de Ernst Niekisch (1889-1967) (el “prusiano rojo”), junto con el Frente Negro de Otto Strasser y otros nacional-bolcheviques alemanes como August Winnig, Karl Paetel o Harro Schulze-Boysen (1), intentaron fundar una alternativa política que lucharía en contra de la “sociedad abierta” liberal, progresista y libertaria defendida por Karl Popper. Alexander Dugin dice que ha existido en la rica y variada historia de Rusia una corriente equivalente.

Dugin argumenta que las diversas sectas que surgieron del Raskol, es decir, el gran cisma ortodoxo ruso que sucedió entre 1666-1667 y que enfrentó a los partidarios “modernistas” del patriarca Nikon de Moscú contra los “viejos creyentes” tradicionalistas, están relacionadas con este problema. Los Viejos Creyentes fueron quienes conservaron las ideas tradicionales y terminaron siendo víctimas de frecuentes persecuciones que en algunas ocasiones desembocaron en una defensa de compromisos revolucionarios maximalistas y que conduciría durante la “Edad de Plata” (1880 – 1914) a diversos ataques realizados por los nihilistas. El año 1666 parece tener un significado cronológico muy importante. ¿Acaso no sucedió ese año el “gran incendio” que devastó Londres? Es casi como si ese acontecimiento hubiera destruido el viejo aspecto medieval y telúrico de la capital inglesa, todavía demasiado centrado en cuestiones continentales, y con ello hubiera dado nacimiento a un sistema mercantil, oceánico y planetario… Por lo tanto, las ideas nacional-bolcheviques de Dugin complementan las lecturas y propuestas antropológicas que hace Emmanuel Todd a la hora de estudiar las estructuras familiares. Resulta interesante que Emmanuel Todd señale que dentro del pueblo ruso siempre ha existido un fuerte vínculo entre la autoridad y la igualdad.

El libro de Los templarios del proletariado diferencia el nacional-bolchevismo del nacional-comunismo. Dugin dice que esta última denominación “se refiere a tendencias separatistas que existían dentro de las nacionalidades periféricas de Rusia y que buscaban utilizar la Revolución de Octubre para poder obtener su propia independencia nacional” (p. 106). El triunfo del comunismo conduce a una especie de heterotelía, es decir, lleva a un conservadurismo de las costumbres. “Por lo tanto, no debe extrañarnos que las revoluciones socialistas que ocurrieron fuera de Rusia hayan únicamente ocurrido en el Este, es decir, en China, Corea, Vietnam, etc. Todo ello demuestra nuevamente que son las naciones y pueblos tradicionales, aquellos que no progresistas y que tienen poco de modernos (es decir, menos “alienados”) y, por lo tanto, que son más conservadores, que están más “a la derecha”, los que de verdad reconocieron la mística y esencia que existe en el comunismo, una especie de espiritualidad bolchevique. El nacional-bolchevismo heredó de esta tradición bolchevique y creo una especie de “comunismo de derecha” (p. 29). También se debe recordar que la revolución cubana castrista condenaba la homosexualidad. Además de que, durante las décadas de 1970 y 1980, el comunismo internacional adoptó en varias partes elementos que claramente eran “nacionalistas”. O el hecho de que el PCF, antes de aprobar el uso de buldóceres en contra de los hogares de los inmigrantes, apoyó activamente la disuasión nuclear del general De Gaulle. La RDA revivió en gran parte la tradición militar del “Rey Sargento” y de su hijo Federico II, mientras que Rumania incluso quería crear su propia hegemonía nacional-comunista al margen del Pacto de Varsovia. La Albania de Enver Hojda, el último Estado estalinista-maoísta del mundo, intento por todos los medios conseguir la autarquía. En Asia también podemos encontrar estos elementos en el programa nuclear militar de la República Popular Democrática de Corea o en la Kampuchea Democrática de los Jémeres Rojos que obligaron a los camboyanos a redescubrir el mundo rural. O también en como el revolucionario Ernesto Che Guevara apoyó a la oposición peronista en Argentina.

La versión rusa del nacional-bolchevismo desarrollada por Alexander Dugin amalgama en su interior la dinámica militante de la Revolución conservadora, la creencia radical en la ortodoxa, la concepción blanquista-leninista de la toma del poder por parte de un partido de revolucionarios profesionales y la influencia de los primeros eurasianistas, sin hablar del esoterismo que subyace a las obras de René Guénon y Julius Evola. Este eclecticismo planteado por Dugin intenta reinterpretar el papel histórico del sovietismo y entrar en polémica con el hecho de que el marxismo sea entendido nada más que como una especie de física social. “Desde el punto de vista de la historia de la izquierda”, escribe el pensador quebequense Mathieu Bock-Côté, “el marxismo nunca ha sido simplemente una sociología obrera o una crítica del capitalismo, sino un medio para comprender el conflicto social y convertirse en el portador de una dinámica de emancipación” (2). Si estamos de acuerdo con esta observación, que fue hecho muchísimo tiempo después, podemos decir que Alexander Dugin está interesado en suscitar toda clase de antagonismos, tanto en la sociedad como en la geopolítica.

Una especie de eclecticismo

Dugin, de forma pedagógica, intenta presentar los sutiles matices que existen entre los “nacional-bolcheviques de izquierda”, que estaban muy interesados en la geopolítica de la joven Unión Soviética, y los “nacional-bolcheviques de derecha” representados por Nikolai Ustryalov, un refugiado del ejército blanco proveniente de la ciudad manchú de Harbin. Este “nacional-bolchevismo de derecha” sentía una gran desconfianza frente al “nacional-bolchevismo de izquierda” de Joseph Stalin, en ese entonces líder del Kremlin. Pero estos vaivenes políticos no impidieron que “el nacional-bolchevismo llegara a ser considerado como una de las muchas variantes de la Gran Rusia euroasiática, la cual estaba llamada a unificar todas las antiguas tierras del Imperio ruso en un único Estado socialista centralizado: la URSS” (p. 106).

Alexander Dugin agrega a estas originales consideraciones históricas y políticas, algunos interesantes análisis de diversas obras literarias tanto extranjeras como rusas. Estudia la Llama, una novela de Pimen Karpov, Crimen y castigo de Fedor Dostoyevsky, El trabajadorde Ernst Jünger o los escritos de su amigo Jean Parvulesco. Dentro de todas estas novelas y ensayos, encuentra “una experiencia erótica radical. Una especie de extremismo social. Una fusión espiritual con la nación que se logra por medio de la historia y atraviesa los siglos y las épocas. Se trata de un deseo abrumador que ama los abismos espirituales y los mundos secretos. Es la búsqueda de lo sagrado. La guerra contra lo profano. Es el nacional-bolchevismo eterno” (p. 129).

El libro le rinde un muy original homenaje a Guy Debord quien, fuera de sus problemas de salud (debido al consumo excesivo de alcohol), se suicidio en 1994 y con ello marcó el momento donde “lo que quedaba de la conciencia inconformista en Occidente acepta la derrota total y el advenimiento del triunfo final del Sistema” (p. 148)”. Debord, quien estaba dividido entre su prestigio intelectual como marxista, las inquietudes artísticas existenciales, sus particularidades cinematográficas, su interés intransigente por la cultura clásica y sus concepciones estratégicas que lo habían empujado hasta los límites de una “política inimaginable”, fue el autor de un libro conocido como La sociedad del espectáculo. Este libro puede considerarse como el momento de apertura del “camino de la mano izquierda” para llevar a cabo una práctica audaz, atrevida e incluso peligrosa de cabalgar sobre el nihilismo contemporáneo con tal de superarlo de una vez.

Y es precisamente desde esta última perspectiva que Alexander Dugin considera que el espíritu ruso es el katechon que debe dar nacimiento a una “Tercera Roma” continental. Sin embargo, este futuro imperial no debe desligarse para nada de los problemas sociales. Por lo tanto, es importante entender que “el nacional-bolchevismo es un método espiritual, una forma de dialéctica nacional que considera el destino del pueblo ruso y del Estado ruso como un camino mesiánico que deben seguir los elegidos con tal de traducir semejante hazaña escatológica, realizada por la comunidad ortodoxa, a una realidad práctica que permita alcanzar mediante todos los extremos, excesos y paradojas, ese ideal único que toma la forma de una sustancia social y política real” (p. 85). Es por esto que “el nacional-bolchevismo ruso es una expresión modernista de las aspiraciones mesiánicas inherentes que siempre ha tenido el pueblo ruso desde la caída de Constantinopla, pero expresado por medio de conceptos socioeconómicos que intentan crear una sociedad escatológica rusa basada en principios sustentados sobre la justicia, la verdad, la igualdad y otros atributos que tiene este “reino milenario”, pero traducidos al lenguaje de las doctrinas sociopolíticas actuales” (p. 75).

El nacional-bolchevismo de los años noventa fue, en última instancia, una importante etapa intelectual y militante de la vida de Alexandre Dugin. Posteriormente, Dugin pasó al neo-eurasianismo y luego formuló la “cuarta teoría política” como un modo para superar la revolución conservadora y crear una Gran Europa que este más allá de la derecha, la izquierda y el centro. Esta Gran Europa surgirá de las cenizas de este mundo moderno agonizante.

Notas:

1. Sobre la historia del nacional-bolchevismo, además del clásico “Ensayo sobre los diferentes significados de la expresión del nacional-bolchevismo en la Alemania de Weimar 1919-1933”, ver Louis Dupeux, National bolchevisme. Stratégie communiste et dynamique conservatrice, dos volúmenes, Librairie Honoré Champion, 1979, también leeremos Franck Canorel, Harro Schulze-Boysen, un national-bolchevik dans l’Orchestre rouge, Alexipharmaque, coll. “Les Réflexives”, 2015.

2. Mathieu Bock-Côté, Le multiculturalisme comme religion politique, Éditions du Cerf, 2016, p. 88.