El creciente enfrentamiento entre Rusia y Occidente
Solapas principales
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Las ideologías políticas actuales surgieron al amparo de la Modernidad y acabaron cristalizándose durante los siglos XIX y XX al calor de las guerras. La primera ideología política que surgió fue el liberalismo, que no era otra cosa que un reflejo de los valores y las leyes creadas por la sociedad burguesa. Durante el siglo XX el liberalismo, el comunismo y el nacionalismo se enfrentaron entre sí, pero el liberalismo terminó por triunfar sobre todos sus oponentes y competidores. Hoy en día el liberalismo es la única ideología política que permanece en pie. Claro, el liberalismo ha mutado y se ha transformado con el pasar de los tiempos, pero los principios que defiende siguen siendo más o menos los mismos: individualismo, utilitarismo y hedonismo, es decir, una especie de “materialismo subjetivo” que se basa sobre el culto a la propiedad privada, el dinero y el capital.
Ahora bien, el liberalismo es la única ideología que tiene una hegemonía mundial y eso nos lleva a concluir que es la ideología que vertebra el poderío militar y económico de Occidente. Toda embajada de EE.UU. o la UE en cualquier parte del mundo, así como las bases militares de EE.UU. y de la OTAN, los centros de investigación y los laboratorios tecnológicos, las subvenciones económicas, las ONG e incluso las oficinas de las principales corporaciones y empresas occidentales son igualmente centros de propagación de esta ideología vinculados al liberalismo y al globalismo.
El liberalismo se ha expandido militar, política, geopolítica y económicamente a nivel mundial gracias a Occidente, aunque semejante forma de expansión tiene diferentes aristas dependiendo del país al que afecta: en algunos lugares esa expansión empieza por medio de la política, en otras por medio de la economía, hay lugares donde se expande a través de una intervención militar directa, mientras que en ciertas zonas lo hace gracias a la difusión de la tecnología; igualmente existen otros vectores de expansión como los simposios y conferencias científicas o las organizaciones humanitarias y el eco-activismo. No obstante, podemos decir que esta expansión siempre va a acompañada (directa o indirectamente) de la promoción del liberalismo y sus ideas, ya que este es el sistema operativo que mueve toda la estructura social occidental.
Marx solía decir que la ideología es “una forma de falsa conciencia”: tal argumento se puede aplicar a cualquier ideología, incluida el comunismo. La ideología es la forma como las clases dominantes imponen una interpretación oficial de la realidad. Posteriormente, Gramsci llevó estas ideas de Marx hasta sus últimas consecuencias y llegó a la conclusión de que a veces la ideología tiene tanto poder que es incluso capaz de superar la estructura real de la sociedad y precipitar toda clase de cambios históricos. Un ejemplo de esto fue el hecho de que los bolcheviques lograran implantar el socialismo en un país donde el capitalismo no había terminado de instaurarse. La ideología estaba por delante de la realidad y la había sometido. Gramsci generalizó estas ideas que extrajo del estudio del leninismo y las aplicó a un conjunto mucho más basto de fenómenos sociales, desarrollando de ese modo su “teoría de la hegemonía”. La “hegemonía” es precisamente la expansión de una ideológica que va subyugando gradual o rápidamente (como sucede durante una revolución) todos los aspectos de la sociedad. La hegemonía se logra por medio de ideas, teorías o pensamientos, siendo estos el arma y el objetivo final de toda “guerra mental”.
Por supuesto, el liberalismo pretende ser universal y global e intenta obtener la hegemonía ideológica total mediante un recortamiento de la realidad que solo exprese los intereses de la clase dominante (la élite tecnocrática globalista). Es mediante este proceso que el liberalismo intenta ocultar su realidad ideológica al presentarse como un “proceso natural”, como “progreso”, “desarrollo”, etc., es decir, ser la expresión de la realidad y sus leyes.
Sin embargo, el liberalismo occidental está atravesando por un proceso muy parecido al que sufrió la URSS hace varias décadas atrás: es obvio que la brecha entre la ideología y la realidad se hace cada vez más grande. Los presupuestos ideológicos ya no tienen nada que ver con los acontecimientos cotidianos y es por esa razón que la ideología se vuelve agresiva, violenta y totalitaria. Toda ideología – y el liberalismo es la ideología que domina actualmente el mundo – no es más que una virtualización de la realidad, un esquema, una aproximación o una construcción. Es por esa razón que Marx consideró que la ideología era una forma de “falsa conciencia”, ya que era una especie de proyección de las ideas del sujeto sobre el objeto. La realidad en parte se ajusta a estas proyecciones, pero también las rechaza. La ideología únicamente es efectiva en la medida en que pueda mantener un equilibrio entre la acción y la resistencia. No obstante, siempre llega un momento en que esta capacidad interna de manipular las cosas se agota y ya no se puede seguir obrando sobre la realidad. La URSS colapsó hace tres décadas por las mismas razones y ahora el liberalismo occidental está experimentando algo parecido. Además, Occidente esta intentando realizar algo que jamás se le ocurrió a la URSS: reemplazar la realidad por la virtualidad y de ese modo obligar a toda la humanidad a emigrar a un mundo digital o convertirse en mutantes. El post-humanismo aspira a que los seres humanos descarguen su consciencia en la nube y de ese modo fusionar al hombre con la máquina o alterarnos por medio de la ingeniería genética y transferir todas nuestras decisiones a la Inteligencia Artificial. La única manera de evitar que el liberalismo colapse es precisamente eliminar la realidad y sustituirla por la virtualidad.
Por supuesto, las contradicciones entre el liberalismo y la realidad aumentan, por lo que si la virtualización de la consciencia continúa dilatándose significa que el proyecto liberal fracasará y terminará por colapsar. El liberalismo dice que hoy la economía mundial se guía por el sector terciario (servicios digitales) y que el sector secundario (la industria) y primario (la agricultura) se han vuelto irrelevantes. Sin embargo, tanto la industria como la agricultura siguen siendo relevantes.
El liberalismo también ha dicho que los Estado nacionales desaparecerían por completo y que la humanidad sería unificada por un Gobierno Mundial (algo que afirman las teorías liberales sobre las Relaciones Internacionales). La ONU, y la Sociedad de Naciones antes que ella, son el prototipo de este Gobierno Mundial. Sin embargo, aún no han cumplido su objetivo. Ni siquiera la Unión Europea ha sido capaz de eliminar los Estados nacionales en Europa. Incluso las contradicciones y los conflictos interétnicos entre distintos pueblos no han desaparecido. La ideología nos dice una cosa mientras que la realidad es otra.
El liberalismo también afirma que la identidad religiosa y étnica (incluida la racial) ha desaparecido. No obstante, esto no es cierto y las luchas interétnicas siguen sacudiendo no solo a las sociedades no occidentales sino también a Occidente mismo.
Por su parte, la ideología de género afirma que en Occidente la identidad sexual es opcional y que cada individuo puede autodefinirse a sí mismo, pero el matrimonio entre hombre y mujer, junto con la familia, sigue prevaleciendo en los países occidentales mientras que en los no occidentales es incluso mucho más fuerte.
Podríamos seguir enumerando muchos otros casos, pero lo importante es demostrar que el liberalismo es una ideología que hace afirmaciones discursivas que en la práctica no se cumplen. El problema de todo esto subyace en que Occidente quiere imponer esta ideología a todo el mundo y ataca a cualquiera que desee mitigar o adaptar sus premisas a su propia realidad cultural. Hemos presenciado como Trump intentó volver a posiciones mucho más realistas y menos ideológicas para únicamente ser acusado de cometer todos los pecados posibles: “fascismo”, “racismo”, “sexismo”, “supremacismo”, etc. Aunque su único crimen consistió en señalar las contradicciones y lagunas que existían entre la ideología y la práctica dentro de los mismos Estados Unidos.
Ahora bien, el enfrentamiento entre Rusia (además de China, Irán y las sociedades islámicas en general) contra Occidente se fundamenta en esta lucha ideológica y geopolítica. Ni los rusos o los chinos se encuentran dispuestas a llevar las premisas del liberalismo hasta sus últimas consecuencias y aceptar de forma incondicional y acrítica todos los presupuestos de la hegemonía occidental. Sin embargo, el problema subyace en que Rusia sigue apegada a un sistema basado en la democracia liberal, el capitalismo económico y la digitalización tecnocrática de la realidad. Y es aquí donde radica nuestra contradicción: hemos adoptado muchos presupuestos liberales, pero seguimos oponiéndonos a la subordinación geopolítica directa a Occidente. Y para hacer eso recurrimos a las formas anticuadas del liberalismo occidental como forma de resistir semejante envestida.
China ha aceptado el liberalismo y la globalización económica, pero ha conservado la autoridad política del partido comunista, por lo que los chinos se encuentran en mucha mejor condición que nosotros. En cuanto a Rusia, tenemos que cumplir las reglas que Occidente nos impuso, pero como no queremos perder nuestra independencia (todos los globalistas deben vender sus almas a la hegemonía liberal) nos vemos obligados a incumplirlas o eludirlas hábilmente.
El conflicto entre Rusia y Estados Unidos – en la vecina Ucrania, pero también en el resto del espacio postsoviético, Oriente Medio, África y muy probablemente América Latina en un futuro cercano – es solamente situacional y pragmático. Putin ha restaurado parte de la soberanía que Rusia perdió en la década de 1990 bajo el gobierno de Yeltsin (quien era un hombre sin sentido común) y los liberales (todos ellos agentes directos de la hegemonía occidental). Pero la hegemonía y el liberalismo han penetrado mucho más profundamente de lo que solemos imaginar, pues nuestra sociedad, el Estado, las leyes, las normas y las prácticas políticas siguen los modelos occidentales. Lo único que hemos hecho hasta ahora es rechazar el liberalismo en sus formas más radicales: la gobernanza externa, la primacía del derecho internacional sobre el derecho nacional, la ideología de género (normalización legislativa de los LGBT y otras perversiones), etc., pero seguimos aferrados a la “falsa conciencia” que nos ha impuesto Occidente y otras sociedades bajo su influencia. Es por eso que seguimos siendo vulnerables, ya que hacemos parte del Occidente global, aunque constantemente nos rebelamos contra su centro. Somos una sucursal que se ha independizado de una corporación que operaba en el extranjero, pero seguimos aferrados a las leyes que esta nos dejó.
Tal situación es extremadamente desastrosa para Rusia, especialmente porque el liberalismo no solo está colapsando en Occidente, sino en el resto del mundo. El problema es que Rusia ha entrado en conflicto con esa falsa consciencia que se le ha impuesto. No obstante, no conseguiremos despegarnos de ella mientras sigamos apegados al liberalismo, la democracia burguesa y el capitalismo.
Ha llegado el momento en que debemos dejar de lado a Occidente y convertir este conflicto en un auténtico choque de civilizaciones y una guerra de ideas. Es por eso que debemos asumir nuestra propia ideología y oponerla a Occidente. Solo de ese modo dejaremos de bailar al ritmo de la música que toca y no tendremos que seguir imitándolo.