El futuro de la política rusa
Solapas principales
Cada vez es más claro que la transferencia del poder político en Rusia se ha venido posponiendo, pero eso no significa que este problema haya sido abolido. Los analistas han comenzado a darse cuenta – ya sea de forma objetiva o sintiendo un gran horror – que es prácticamente imposible que un liberal llegue al poder. Es muy probable que el sucesor de Putin sea un siloviki (1). La trágica muerte – incluso en un sentido heroico – de Yevgueni Zínichev (2), uno de los más importantes agentes de seguridad del Estado, ha reforzado este hecho.
Los liberales se sienten abatidos, pero todavía no entienden que es Putin quien los defiende de las masas enfurecidas deseosas de deshacerse de todos ellos. Hasta 1917 fue el Zar quien se interponía entre los liberales y el pueblo. Cuando los liberales traicionaron y derrocaron al Zar, este dejó de ser el intermediario que mediaba entre todos ellos y al poco tiempo el pueblo se encargó de masacrar tanto a la derecha como a la izquierda. Los liberales de hoy parece que enfrentan algo muy semejante. Putin es el único que evita que la élite de la década de 1990 sea destruida por el pueblo.
Una vez que el poder en Rusia cambie de manos, tal figura desaparecerá de forma definitiva. Quizás es por eso que los liberales más inteligentes han comenzado a aceptar cualquier cosa – incluso el lema “Crimea es nuestra” – con tal de que Putin siga en el poder. Esto se ha convertido en un hecho que ha comenzado a unir (aunque no de una forma definitiva) a las masas y a las élites. No obstante, la mayoría de los liberales esperan – tal y como aconteció en el 2012 – que Putin sea sucedido por alguien más prooccidental (es decir, un segundo mandato presidencial de Medvédev) o al menos que Putin siga siendo el muro que se interpone entre la élite capitalista y un pueblo cada vez más frustrado.
Sin embargo, esto parece imposible. Ningún sucesor liberal tiene la más mínima posibilidad de convertirse en un gobernante legítimo a los ojos del pueblo. Este será derribado casi inmediatamente que llegue al poder. Ante los rusos únicamente es legítimo un programa estatal conservador y patriótico que este basado en un socialismo popular con elementos estalinistas. Se trata de un hecho político y sociológico absoluto, por lo que es muy probable que el poder sea asumido por un siloviki.
Al menos eso es lo que sugieren muchos detalles de la política interna rusa, especialmente la gran influencia que ahora tiene el ministro de Defensa Shoigu, quien encabeza la lista del partido gobernante en las próximas elecciones. Es la primera vez que algo como esto ocurre. Y aunque no sea nada más que una maniobra de relaciones públicas, refleja una clara comprensión de lo que quiere el pueblo: un Estado, un gobierno y un ejército fuertes. El pueblo necesita de un comandante en jefe.
Es necesario que el gobierno sea fuerte como el ejército y no corrupto como las estructuras de inteligencia del Estado.
Hace unos treinta años escribí un ensayo titulado “La Gran Guerra de los Continentes” y en él me preguntaba las razones del colapso de la Unión Soviética. En el ensayo planteé la hipótesis de que en la política soviética tardía estaba marcada por un conflicto soterrado entre la GRU y la KGB, es decir, entre el ejército y los servicios de inteligencia. Consideraba que la GRU era la encarnación de una “Orden Euroasiática”, mientras que la KGB era una institución profundamente infiltrada (especialmente desde Andropov) por fuerzas atlantistas. Se trataba de un esquema bastante simple: el ejército era quien administraba el Estado y la KGB era el órgano ideológico de la sociedad. Por tanto, el ejército es una institución patriótica que actúa siempre en interés del Estado como tal y su cúspide es la que da forma al “Estado profundo”. En cambio, la KGB interactuaba constantemente con la ideología del enemigo hasta que al final acabó por impregnarse de las actitudes y valores de este (lo cual se hizo particularmente obvio al sobrevenir la decadencia y la degeneración ideológica). Valdría la pena retomar este esquema.
Es muy probable que el traspaso del poder en Rusia conduzca al reinado de un hombre fuerte, pero la pregunta sigue siendo ¿quién será esta persona? Claro, debido a las intrigas que acontecen al interior del Kremlin la identidad del sucesor será mantenida en secreto hasta el último momento. No obstante, la identidad particular del heredero no importa, lo que si importa es saber si pertenece al GRU o el FSB (SVR, FSO). Dependiendo de esto sabremos que versión de patriotismo será defendida de ahora en adelante: una versión directa (al estilo del ejército) o corrupta (al estilo de los servicios de inteligencia). El patriotismo directo implica que la política será regida por la soberanía y la seguridad nacional tanto en lo defensivo como en lo ofensivo (esto último es necesaria en algunos casos para disuadir). Todo lo que fortalece a nuestro país debe ser alentado y todo lo que nos debilite debe ser purgado. En caso de que este patriotismo directo se desarrolle, sabemos muy bien cual será el futuro de la élite rusa – una élite no sólo corrompida, sino retorcida e infectada de toda clase de patologías que la llevan a practicar la traición, el cinismo, el engaño, la codicia, la mezquindad, la vanidad, la perversión y la ignorancia –. Semejante élite no puede continuar existiendo y deberá desaparecer bajo el manto de la noche. La lógica de los principios militares implica pasar del punto A al punto B siguiendo el camino más corto y en el menor tiempo posible.
Si por el contrario triunfa el patriotismo corrompido entonces solamente veremos una continuación de las políticas de Putin, la cual ha tolerado durante décadas la influencia de agentes, funcionarios y oligarcas corruptos, cínicos y perversos en las esferas de poder, limitándose a dar ocasionales ciertos golpes en contra de los elementos peligrosos. Los atlantistas no son aceptados totalmente, pero se ha comenzado a entablar un diálogo con ellos. Putin ha conseguido que Rusia se mueva del punto A (de Yeltsin y el colapso total de la URSS) al punto B y esto ha durado un total de 20 años. Pero tal movimiento ha transcurrido como una sinusoidal, una espiral o un laberinto. Con tal de encontrar una salida de este laberinto, es necesario que se retome un rumbo conservador y se evite la continuación de la presidencia de Medvédev, cuando los asesores presidenciales liberales – como, por ejemplo, Igor Jurgens – llevaron al Kremlin a uno de los rusófobos estadounidenses más importantes, Zbigniew Brzezinski, y presionó a Medvédev para que se lanzará a un segundo mandato con tal de eliminar a Putin. Medvédev fue el primer gobernante ruso que visitó la sede globalista del Consejo de Relaciones Exteriores en el 2008 (3) y luego fue Serguéi Ivanov, jefe de la AP (otro personaje oscuro), en el 2011 (4). Todos ellos eran amigos del oligarca Friedman y abiertamente liberales.
Sin embargo, Putin ha mantenido el rumbo de Rusia hacia el punto B por medio de la preservación y reforzamiento de la soberanía del Estado. Esto ha tenido como correlato un regreso al escenario internacional. Putin ha salvado a Rusia en momentos críticos, aunque de una forma bastante peculiar. Los problemas que se necesitan solucionar ahora son menores. Putin ha tenido éxito, pero ¿acaso su sucesor tendrá el mismo éxito si continúa siguiendo la política de dos pasos hacia adelante y tres pasos atrás según la lógica del reclutamiento, la desinformación, el disfraz, la infiltración, etc.?
Debido a la conducta retorcida de los servicios secretos, es posible anticipar que cualquier cosa acontecerá cuando Putin entregue el poder a su sucesor. La imprevisibilidad de Putin es el origen de su fuerza. No obstante, una cosa es segura: a Putin lo mueve una verdadera devoción al Estado. Sin duda ha cometido errores, se ha desviado del camino que debe seguir, no ha tomado en cuenta muchas cosas o incluso ha distorsionado otras, pero su patriotismo es sincero, aunque deformado. Es por eso que podemos descartar de antemano a un liberal como sucesor de Putin, ya que este comprende que un retorno a la década de 1990 destruirá totalmente nuestro país. Los liberales simplemente destruirían todo lo que hemos conseguido con tanto esfuerzo y Rusia colapsará una vez más, como sucedió con Yeltsin. El próximo presidente de Rusia será, sin lugar a dudas, un hombre fuerte.
En caso de que un militar llegue al poder, veremos el nacimiento de una nueva era y la derrota irreversible del liberalismo. Por fin podremos superar el legado de los años noventa que ha sido continuado por la sexta columna y los agentes de influencia que ahora operan casi abiertamente en todos los niveles del gobierno. Todos ellos serán atrapados y neutralizados. Con ello, nada impedirá que nos movamos del punto A al punto B en línea recta según las teorías militares: habrá una defensa directa de los valores conservadores y se acabará cualquier coqueteo con el enemigo. Por lo que las palabras que están escritas en la Constitución “los rusos son el poder constituyente primordial de la razón” dejaran de ser letra muerta. Y nadie le prestará atención a quienes piensen lo contrario. Las conversaciones serán parcas y sin elementos innecesarios, como sucede con el ejército.
Rusia tiene que ser convertida en el valor más alto de todos. Al menos eso era lo que creía un hombre que sirvió a su patria y a su pueblo hasta la muerte como Yevgueni Zínichev. Una persona como él no duda a la hora de enfrentar directamente a la muerte con tal de salvar a sus seres queridos o dispararle al enemigo. El hecho de que ahora la lista de Rusia Unida esté encabezada por el ministro de Defensa significa que nos dirigimos hacia la época del patriotismo directo.
La Gran Guerra de los Continentes dará un nuevo giro fatídico.
Notas:
1. En el léxico político ruso, un silovik es un político que entró en política desde los servicios de seguridad, militares o similares, a menudo los oficiales de la antigua KGB, GRU, FSB, SVR, el Servicio Federal de Control de Drogas, u otras fuerzas armadas que llegaron al poder. Un término similar es “securócrata” (oficial de policía e inteligencia).
2. Yevgueni Nikoláyevich Zínichev (18 de agosto de 1966 a 8 de septiembre de 2021) fue un político y oficial militar ruso que se desempeñó como ministro de Situaciones de Emergencia desde 2018 hasta su muerte, y también fue miembro del Consejo de Seguridad de Rusia. En 2016 se desempeñó como gobernador interino de la provincia de Kaliningrado antes de ser reemplazado por Anton Alikhanov. Fue considerado como un general del Ejército a partir del 2020.
3. https://www.cfr.org/event/conversation-dmitry-medvedev-0
4. https://www.cfr.org/event/conversation-sergey-ivanov
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera