IVÁN ILYÍN: LA MONARQUÍA DEL GUERRERO Publicado en marzo 22, 2021
Solapas principales
Un de los representantes de la “monarquía de la Iglesia de Filadelfia” es el filósofo Iván Ilyín (1883 – 1954).
Iván Ilyín fue antes que nada un hegeliano y su obra filosófica más importante la dedicó a Hegel. Su lectura de Hegel está muy influenciada por el hegelianismo europeo de derecha que rechazaba radicalmente la interpretación izquierdista del marxismo de las ideas hegelianas. Ilyín también estaba muy influenciado por una especie de dualismo casi “iraní” que lo llevó a una interpretación muy particular de Hegel. Podemos decir que debido a eso llegó a coincidir parcialmente con Khomiakov. Ilyín considera que en nuestro mundo se desarrolla una lucha feroz y continua entre el espíritu y la materia. Ambos principios son creados por Dios, pero el espíritu es la continuación directa de Dios y la materia es una especie de principio opuesto al espíritu que debe ser superado, subyugado y transformado. La lucha entre estos dos principios es el origen de toda la historia mundial. El ser humano es el campo de batalla de esta lucha y los hombres están llamados a ser el instrumento por excelencia del espíritu. Por lo tanto, el principio espiritual vertical tiene como objetivo transformar el caos horizontal de la materia en un orden trascendental que represente al espíritu: ese es el imperativo real de la historia. La conciencia humana es, por lo tanto, la continuación directa del pensamiento divino mismo. Sin embargo, los elementos inferiores de la materia también afectan a los seres humanos. Los humillan, los atraen hacia su interior y los obligan a permanecer a su lado. De ahí la tragedia dualista del hombre: es un ser crucificado entre lo espiritual y lo material, mientras que trata de algún modo de cumplir la misión que le fue encomendada por Dios. No obstante, se desvía continuamente y se extravía.
Ilyín retoma las ideas históricas de Hegel que interpretan la historia como el desvelamiento de la monarquía ideal, la realización plena de la misión del ser humano y la creación de un orden espiritual vertical que sea inquebrantable. En este sentido, Ilyín se acerca a Tikhomirov, pues ambos convierten a la autocracia y la historia en elementos fundamentales para la comprensión metafísica de la realidad; según ellos, ambos elementos están relacionados con una perspectiva escatológica particular que debe tener como fin la victoria final e irreversible del espíritu. Esta interpretación de Hegel es puramente apolínea y se corresponde plenamente con una versión exacerbada y radical de la ideología estatal clásica que ha sido sostenida por las élites rusas. Igualmente debemos hacer énfasis en el hecho de que el pensamiento de Iván Ilyín es muy cercano, tanto en su estilo como en su contenido, al de los filósofos alemanes de la revolución-conservadora. Quizás esto puede explicarse al origen mismo del filósofo, ya que su madre era alemana.
Fue precisamente la exacerbada radicalidad de sus ideas filosóficas proyectadas a la realidad política lo que llevó a que Ilyín fuera expulsado de la Rusia soviética por sostener esa “tormenta filosófica” reaccionaria. Esto lo impulso a acercarse al ala monárquica de la emigración rusa, es decir, al campo de la Iglesia de Filadelfia. Según Ilyín, los bolcheviques y la democracia de Europa occidental no representan sino las mismas fuerzas de la materia pura y de la liberación del mal que habían logrado destruir los límites que les había impuesto el espíritu y que ahora estaban en el poder. El bolchevismo y el capitalismo son dos manifestaciones de una misma catástrofe ontológica: la derrota de las fuerzas del espíritu en contra de la materia. Semejantes conclusiones llevaron a que Ilyín se convirtiera en uno de los principales teóricos de la corriente más radical de la emigración blanca, pues pedía una lucha despiadada contra los bolcheviques y la restauración de la monarquía en Rusia. Como filósofo, Ilyín veía en la monarquía no sólo uno entre muchos sistemas políticos, sino el “fin de la historia” en sentido hegeliano.
Una vez que llegó a Europa, Ilyín formuló el siguiente plan: organizar y movilizar a la emigración blanca para que esta pudiera continuar la Guerra Civil Rusa, ya que esta guerra era una continuación de la gran lucha que enfrentaba al espíritu contra la materia. Sin embargo, tal lucha requería antes que nada responder a varias preguntas sobre política que eran muy importantes: cuál debía ser el camino de todos los defensores de la monarquía ahora que se han quedado sin monarquía, sin imperio, sin patria, etc. Además, era necesario formular un programa que estableciera cuales debían ser los principales objetivos de Rusia una vez que se derrotara a los bolcheviques. Este problema fue abordado por Ilyín en una serie de artículos que publicó en un libro conocido como Las campanas rusas.
En su artículo más importante, conocido como la “Idea Blanca”, Ilyín interpreta la Guerra Civil Rusa desde la perspectiva filosófico-monárquica:
“La luz blanca no comenzó con nosotros y no terminará con nosotros. Pero por el azar de los destinos históricos ha hecho que en estos momentos tengamos que izar esta bandera fuera de Rusia y más bien proyectar esta bandera en nuestras responsabilidades espirituales. Sin embargo, nosotros no creamos que ese sea realmente el caso: esta lucha tan es antigua como Rusia; simplemente que esta vez hemos sido derrotados y una vez más nos encontramos en un momento de confusión y decadencia”.
Puede verse que en estas líneas Ilyín ignora por completo al ala liberal y socialista-revolucionario del Movimiento Blanco y lo identifica por completo con sus propias ideas: la Iglesia de Filadelfia, la monarquía y su ideal. La “Idea Blanca” es interpretada por Ilyín del siguiente modo:
“En su significado más profundo, la idea blanca, completamente madura, hace parte del espíritu de la ortodoxia rusa y es una idea religiosa. Y esa es la razón por la que es accesible a todos los rusos: a los cristianos ortodoxos, a los protestantes, a los mahometanos y a los pensadores que no tienen una religión. Es la idea de luchar por la causa de Dios en la tierra; la idea de luchar contra el principio satánico tanto en su forma individual como social; una lucha en la que el hombre valiente busca el apoyo de una experiencia religiosa. Esta es precisamente la lucha de la causa blanca. Su lema es: El Señor está llamando a la puerta, ¿acaso le temeré a Satanás?”
Este “principio satánico” es lo mismo que el caos, el materialismo, las bajas pasiones completamente desenfrenadas y todo lo que se opone al espíritu, al orden, a la verticalidad de carácter apolíneo. Como otros representantes del monarquismo de la Iglesia de Filadelfia, Ilyín parte de un principio cuyo núcleo está compuesto por el voluntarismo. Siendo impulsado por un gran fervor en su prédica, por eso habla de un “espíritu blanco”.
El espíritu blanco se basa principalmente en la fuerza del carácter individual. Aquellos individuos débiles y cobardes, que no están convencidos de luchar hasta la muerte y sostienen pensamientos ambiguos y deseos bajos, o no son capaces de unirse a las filas de los blancos o si lo hacen las abandonaran pronto. Sucede todo lo contrario con los hombres que tienen un gran carácter: siempre encuentran aquí a sus hermanos espirituales. El carácter del hombre que sigue la idea blanca es el de aquel que crea su propio santuario; de esa idea provienen los principios de la vida; y su palabra es complementada por sus obras. Cree en lo que profesa; y hace lo que dice. De allí proviene su integridad y su fuerza; de allí sale su poder y su compostura. Él parte de la integridad y el autocontrol, su verdadera vitalidad y su desprecio por todo tipo de susurros, por toda clase de mentiras, falsedades e intrigas. Y por eso su lema dice así: mi santuario, mi palabra, mi obra. Una cosa más: la idea lo controla. Y finalmente observa junto a ella el cielo mientras levanta su corazón.
Pero dondequiera que viva y respire esta idea que llena a los hombres de una verdadera fuerza y carácter, siempre tendrá a su disposición todos los preciosos dones que el hombre debe cultivar como lo son la dignidad, la libertad y la disciplina.
Podemos observar claramente que no se trata de ninguna forma de conservadurismo, sino de un impulso que busca restaurar el principio vertical apolíneo que está precipitándose hacia abajo. Esta restauración se apoya en una profunda dignidad interior y toma la forma del “carácter”. Por esa razón Ilyín sostiene la tesis anti-tolstoina de “resistir al mal por medio de la fuerza”. El dualismo radical en el que cree Ilyín lo lleva a argumentar que existe una confrontación entre un principio diabólico en la historia que debe ser destruido y por eso el espíritu debe en algunos casos usar la violencia, ya que esto es necesario en medio de la guerra ontológica que sucede en el mundo.
Sin embargo, el pensamiento de Ilyín gradualmente se va alejando de esta radicalidad en la medida en que observa la incapacidad de la emigración blanca para hacer algo, incluso en su ala monárquica. Esta experiencia hace que se replantee el dualismo demasiado simplista que lo había inspirado al principio. Además, era necesario recurrir a una respuesta mucho más elaborada con tal de comprender las causas de la derrota anterior, incluida la pregunta más importante: ¿por qué cayó la autocracia Rusia?
Ilyín llegó a la conclusión de que la materia y el mal no son únicamente factores que existen externamente a los seres humanos, sino que están arraigados en el interior de nuestra alma, en nuestro corazón, en nuestra conciencia y en nuestra voluntad. El ser humano, y en particular el monárquico ortodoxo, no es capaz de corresponder a la magnitud de su misión histórica, no porque el diablo sea más fuerte que él, sino porque en su interior carga con este lado oscuro del ser que existe en todas partes. Por lo tanto, Ilyín comienza a cambiar de enfoque: pasa de una perspectiva puramente apolínea a una más matizada, dialéctica y en parte dionisíaca. De modo que Ilyín, quien parte de una experiencia de origen ortodoxo, termina por desplazarse de lo externo hacia lo interno y comienza a investigar los procesos mismos de la vida espiritual. En ese sentido traslada hacia lo interior todas las intuiciones que formuló según el principio de la guerra ontológica que siempre lo caracterizó. Por esta razón Ilyín escribe libros acerca de problemas religiosos y éticos a partir de los años 30: Los axiomas de la experiencia religiosa, La canción del corazón. Libro sobre la contemplación silenciosa, etc.
No obstante, el espíritu filosófico de la Iglesia de Filadelfia permanece por completo intacto. Al final de su vida, Ilyín publica una serie de programas cortos, donde resume los fundamentos de su cosmovisión por medio de fórmulas muy concisas: este sería su testamento para las próximas generaciones, es decir, para los representantes de la “Idea Blanca”. Estos textos han sido compilados bajo el nombre de Nuestro programa. Ilyín esboza en ese libro su idea del futuro y a pesar de toda su compleja ontología religioso-mística, que se desenvuelve en la guerra interna entre el espíritu contra la materia, el futuro adquiere un marcado carácter político e ideológico que continua la lógica de los proyectos ortodoxo-monárquicos de su juventud.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera