Lenin, el avatar rojo de la ira
Solapas principales
Antes no me simpatizaba [Vladimir Ilich] Lenin (1870–1924). Todos a mi alrededor decían: “Lenin, Lenin …”. La mayoría siempre está equivocada. Durante la época soviética, solía llevar a mi pequeño hijo a escupir las estatuas de Ilich. En ese momento, leía a Evola y Malynsky y creí que Lenin era principalmente un agente contra-iniciático del “mundo moderno” que destruyó el último bastión de la tradición: el Imperio ortodoxo ruso.
Me burlé de Lenin y despreciaba a los leninistas, y al ver citas de sus obras en los libros tenía ganas de verter agua hirviendo sobre los autores que lo citaban. Recordemos que, en aquellos días, la abrumadora mayoría de los reformistas liberales del momento eran leninistas entusiastas, glorificaban a Ilich con sus pequeñas lenguas siempre listas para eso, mientras ellos mismos se enroscaban dentro de sus chaquetas, retorciéndose y chillando en su húmedo y acogedor agujero.
Nací demasiado tarde para presenciar un período en el que la gente creía sinceramente en Lenin (y Stalin) como divinidades. Llegué a vivir en una enfermiza Sovdepia (nombre original con el que los bolcheviques bautizaron a la Unión Soviética, N. del T.) en descomposición, donde ya nadie sabía ni creía en nada, inclinándose servilmente frente a quien estaba en el poder en ese momento. Pensé que Lenin era un ídolo oscuro (tagut), que violaba a los Untermenschen soviéticos mientras gemían de placer en los últimos días de la URSS.
Estaba equivocado. Yo también estaba completamente atrapado por la atmósfera general de descomposición, pero llegué a una conclusión (absolutamente inadecuada) opuesta a la basura conformista. Pensé que el leninismo era el nombre de la hipnosis anti-tradicionalista. En pocas palabras, no había estado en Occidente y no podía imaginar que la humanidad se hubiera degradado tanto incluso sin ningún leninismo. Asumí que el cuarto estado proletario estaba por debajo del tercero, el estado burgués (como afirma Evola) y, por lo tanto, trataba al capitalismo lejano y desconocido como un mal (pero de segundo orden). Sinceramente creía que Lenin era uno de los rostros del Anticristo, un rusófobo, occidentalista y enemigo del tradicionalismo.
Mi actitud hacia Lenin cambió durante la perestroika. Me sorprendió especialmente durante mis primeros viajes a Europa. La imagen que vi era tan repugnante, tan degenerada, rígida, totalitaria y untermenschist (subhumana), dándome cuenta de que los occidentales se diferenciaban poco de los soviéticos en todos los sentidos. Su victoria no fue pasiva y absurda, sino tan triunfante, engreído y optimista, completa y agresiva, que comencé a reconsiderar mi actitud hacia la Patria soviética.
Al mismo tiempo, en la propia Rusia, la escoria más repulsiva y que más me exasperaba fisiológica y tipológicamente en la Sovdepia decadente se convirtieron de repente en “demócratas” y “reformistas”. La persona más vil y fea de todos fue, por ejemplo, Yegor Yakovlev, el autor de las muy mendaces “Leniniana”, o su homónimo Alexander “zapatos cortos” Yakovlev, del Buró Político del PCUS, el “arquitecto de la perestroika”, quien había más desvergonzada y duramente abusado y destruido el sistema economico soviético. Por el contrario, en la oposición de los más acérrimos conservadores soviéticos, uno podía definitivamente discernir de un modo inesperado la dignidad, la ética, el estoicismo y la fidelidad.
Gradualmente, estas intuiciones fueron reforzadas por mis investigaciones en temas geopolíticos. Una distancia, aunque pequeña, del período soviético posterior me permitió ver la situación de manera más desapasionada, y luego comenzó a crecer en mí la idea de que la sociedad soviética no era en modo alguno una expresión del espíritu moderno y la peste del anti-tradicionalismo occidental, sino un impulso especial, confuso y turbio, sin embargo violento, de un gran pueblo que quería liberarse de las oscuras garras del anticristo actual. En otras palabras, percibí en la sociedad soviética un intento paroxístico de defender ciertos principios fundamentales de la sociedad tradicional contra la entropía capitalista liberal occidental.
El modelo marxista no puede llamarse “tradicional” en el sentido estricto de la palabra, pero en comparación con el modelo liberal, tiene muchas más características de una sociedad tradicional. Cuando se trata de una elección histórica, esta distinción adquiere un gran significado especial.
En esta etapa, las posiciones pro-soviéticas de los eurasianistas y los nacional-bolcheviques se volvieron bastante claras y cercanas a mí. Resultaron ser las únicas posiciones sostenidas por la historia, mientras que las construcciones comunistas estrechas o los mitos de la guardia blanca eran obviamente insostenibles y refutadas por la historia.
Por cierto, la historia política también ha refutado las predicciones de Evola sobre el triunfo de los soviéticos como la cuarta casta. El evolismo requería revisarse. Los fundamentos teóricos de tal revisión los presente en mi discurso en el coloquio académica en Roma dedicada al vigésimo aniversario de la muerte de Evola. Hoy, se ha convertido en una parte integral de la investigación tradicionalista (mis tesis “Evola: una visión desde la izquierda” se cita en nuevas reediciones italianas de Evola, en las obras del profesor Giorgio Galli, y es central en las discusiones en muchos círculos tradicionalistas). Amplié este tema en mi artículo “Julius Evola y el Tradicionalismo Ruso”, que está disponible en versiones en francés e italiano.
Por lo tanto, el nombre de Lenin ha cambiado su significado. Creo que simplemente la historia ha ocurrido de tal manera que este nuevo significado ha aparecido por sí solo. Es indicativo que incluso un feroz hiperreaccionario y anticomunista como Geidar Jemal haya dedicado recientemente algunas sinceras líneas a Lenin.
La mutación de la calidad metafísica de Vladimir Lenin es un hecho objetivo. Cuando su cráneo dejó de ser absorbido, como un dulce provechoso, por muchedumbres sucias que se habían metido (por fin) en las extensiones del alcantarillado de las “reformas liberales”, las características de un Titán continental comenzaron a aparecer en el horizonte de la línea secreta de las cosas.
Un titán que perdió el rumbo, un extraño titán poseído por una gran fuerza, Starke von Oben, un enano eurasiático mágico que declaró una jihad impensable e imposible contra la red de la usura global, el mundo de los explotadores de la entropía financiera y el vicio opresivo, y … y … triunfante ganó la gran pelea.
Lenin aplastó el cerebro de los filisteos, arrasó las bolsas de valores y los bancos, exterminó por completo a los persistentes gusanos prerrevolucionarios (los Gusinskis y Berezovskis de la época), puso de cabeza la Rusia de los estratificados y alienados Romanov que había sido construida sobre los cadáveres de los Viejos Creyentes para imitar a Europa…
Lenin movilizó a la nación para una agitación total. Sí, fue sangriento, pero la sangre es inherente al nacimiento de todas las cosas. Sí, era alegórico, pero el discurso ideológico de la tradición ya se ha visto obligado durante muchos siglos a disfrazarse de dudosas fórmulas de compromiso, de lo contrario, la humanidad del Kali Yuga simplemente no entendería nada, ya que se ha vuelto tonta y se ha bestializada sin límites.
Sin embargo, una nueva percepción de Lenin y el leninismo no es un trabajo fácil. La vulgaridad de la simple nostalgia o el dogmatismo no reflexivo estaría fuera de lugar tanto como la predicación trillada de los anti-sovietchiks (por cierto, los anti-soviéticos de hoy son los más repugnantes de los soviéticos de ayer; no es accidental que los verdaderos disidentes y combatientes reales contra el régimen nunca lograron ocupar ningún puesto de importancia en la jerarquía política). El nuevo leninismo debería ser percibido mágicamente, euroasiáticamente, escatológica y geopolíticamente.
La suya es una figura solemne y triste, un maníaco sutil, a través del cual soplaban los vientos desenfrenados del continente. Abrumador, inquieto, móvil, astuto, aturdido, rapazmente carnal, con medio cerebro y pequeños ojos penetrantes, es más vital y perfecto que cualquier atleta u orador, más vívido, elevado e idealista que cualquier demagogo del “idealismo” o del “tradicionalismo”. En Europa conocí a muchos guenonios y evolianos. Algunos de ellos eran esquizofrénicos descuidados, otros filisteos obedientes y políticamente correctos (muchos trabajan en bancos, mientras que otros enseñan los conceptos básicos de marketing). Son un montón de inadaptados, incapaces de pensamientos originales, hechos, actos terroristas o cualquier acción histórica efectiva de la más mínima importancia. Lo único que hacen es quejarse, reñir sobre algunas curiosidades y refunfuñar ante el mundo que les rodea, el cual no entienden en absoluto y temen patológicamente.
Cualquier terrorista medio idiota de las Brigadas Rojas o la RAF es cien veces más atractivo que la mayoría de los “tradicionalistas” europeos.
Lenin es un ángel trágico y poderoso, uno de los Ángeles del Apocalipsis, que derrama el espantoso contenido de la copa final sobre la Tierra loca. El ángel de los últimos vientos … El ángel de la sangre y del dolor …
Creo que Vladimir Ilich Lenin era un pequeño Avatar euroasiático. Quería detener el tiempo y abrir el ciclo del Eterno Retorno. Ese era nuestro Lenin. Pero él está muerto. Tú lo mataste. Tu y yo lo hicimos.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera