Occidente y su desafío (I)

Occidente y su desafío (I)

 De la geografía a la filosofía posmoderna

¿Qué entendemos por “Occidente”?

El término “Occidente” puede interpretarse de diferentes maneras. Por lo tanto, en primer lugar deberíamos definir lo que entendemos por ese término y cómo el concepto ha evolucionado históricamente.

Es perfectamente evidente que “Occidente” no es un término puramente geográfico. La esfericidad de la Tierra hace tal definición simplemente incorrecta: lo que para un punto es el oeste, para otro es el este. Pero nadie incluye este sentido en el concepto de “Occidente”. Aunque mediante un examen más minucioso descubriremos aquí una circunstancia importante: la concepción de “Occidente” toma por defecto como su línea cero, desde la que se establecen sus coordenadas, precisamente a Europa. Y casualmente la línea cero del meridiano pasa por Greenwich de acuerdo con un convenio internacional. El eurocentrismo está ya incorporado en el propio procedimiento.

Aunque muchos estados antiguos (Babilonia, China, Israel, Rusia, Japón, Irán, Egipto, etc.) pensaran en sí mismos como “el centro del mundo”, “los imperios medios”, “celestiales”, “los reinos bajo el sol”, en la práctica internacional Europa se convirtió en la coordenada central; más estrictamente, Europa Occidental. Precisamente desde ahí se acostumbra a definir un vector en dirección hacia el Este y un vector en dirección hacia el oeste. Sucede entonces que incluso en el estrecho sentido geográfico vemos el mundo desde un punto de vista eurocéntrico, y lo que se acepta llamar como “Occidente”, al mismo tiempo se presenta a sí mismo como el centro, “el medio “.

Europa y la Modernidad

En un sentido histórico, Europa se convirtió en ese espacio territorial donde se produjo la transición de la sociedad tradicional a la sociedad de la modernidad. Lo que es más, tal transición se logró gracias al desarrollo de tendencias autóctonas de la cultura europea y de la civilización europea. Desarrollando en una dirección específica principios establecidos en la filosofía griega y el derecho romano, a través de la interpretación de las enseñanza cristiana – en un primer momento con la escolástica católica, y más tarde en clave protestante – Europa llegó a crear un modelo de sociedad única entre otras civilizaciones y culturas. Esta sociedad, en primer lugar:
• Se construyó sobre bases seculares (ateas);
• ha proclamado la idea de progreso social y técnico;
• ha creado los fundamentos de la visión científica contemporánea del mundo;
• ha desarrollado e introducido un modelo de democracia política;
• ha considerado como de suma importancia las relaciones capitalistas (de mercado);
• realizó la transición desde una economía agraria a una economía industrial.

En una palabra, Europa se convirtió en el espacio del mundo contemporáneo.

Puesto que en las fronteras de la propia Europa las zonas más vanguardistas del desarrollo del paradigma de la modernidad fueron países tales como Inglaterra, Holanda y Francia, que se encuentran al oeste de centro Europa (y especialmente del Este), los conceptos de “Europa” y de “Occidente” se convirtieron gradualmente en sinónimos: lo “europeo” propiamente dicho, a diferencia de otras culturas, consistió precisamente en la transición de la sociedad tradicional a la sociedad de la modernidad, mientras esto, a su vez, ocurrió en primer lugar en Europa occidental.

Por lo tanto, el término “Occidente”, desde el s. XVII al s. XVIII, adquiere un sentido civilizatorio preciso, convirtiéndose en sinónimo de “modernidad”, “modernización”, “progreso”; de desarrollo social, industrial, económico y tecnológico. A partir de ahora, todo lo que estuvo implicado en los procesos de modernización fue automáticamente conectado a Occidente. “Modernización” y “occidentalización” demostraron ser sinónimos.

La idea de “progreso” como base para la colonización política y el racismo cultural

La identidad de la “modernización” y de la “occidentalización” requiere algunas aclaraciones que nos conducirán a conclusiones prácticas muy importantes. La cuestión es que la formación en Europa de la civilización sin precedentes de la era moderna [lit: el tiempo nuevo], el establecimiento de la “modernidad”, condujo a un orden cultural particular que en un principio formó la auto-conciencia de los propios europeos, pero más tarde también la de todos aquellos que se encontraron bajo su influencia. Con este establecimiento se hace avanzar la sincera convicción de que el camino del desarrollo de la cultura occidental, y especialmente la transición de la sociedad tradicional a la sociedad contemporánea, no sólo es una peculiaridad de Europa y de los narods[pueblos] que la pueblan, sino una ley universal del desarrollo, obligatoria para todos los demás países y narods. Los europeos, “la gente de Occidente”, fueron los primeros en pasar por esta fase decisiva, pero todos los demás están condenados fatalmente a ir por el mismo camino; puesto que tal es la lógica supuestamente “objetiva” de la historia del mundo, el “progreso” lo exige.

La idea de que Occidente es el modelo obligatorio de desarrollo histórico de la humanidad y de la historia del mundo – como en el pasado, así en el presente y en el futuro -, es concebida como una repetición de aquellas etapas que Occidente, en su desarrollo, ya ha atravesado, o a las que se aproxima en el presente, con antelación a todos los demás. En todas partes donde los europeos se han topado con culturas “no occidentales” que conservaron su “sociedad tradicional” y su propio camino, hicieron un diagnóstico inequívoco: “barbarie”, “salvajismo”, “atraso”, “ausencia de civilización”, “sub-normalidad”. De este modo, poco a poco Occidente se hizo la idea de unos criterios normativos para la evaluación de los narods y culturas de todo el mundo. Cuanto más lejos estaban de Occidente (en su nueva fase histórica), más “defectuosos” e “inferiores” se pensaba que eran.

Las raíces arcaicas de la exclusividad occidental

Es interesante analizar el origen de este acuerdo universalista, en el que se identifican las etapas del desarrollo de Occidente y la lógica general obligatoria de la historia del mundo.

Las raíces más profundas y más arcaicas se pueden encontrar en las culturas de las tribus antiguas. Es característico de las sociedades antiguas identificar el concepto de “hombre” con el concepto de “pertenencia a la tribu”, “a la etnia”, lo que lleva a veces a la negación de la condición de “hombre” al miembro de otra tribu, o a situarlo a sabiendas en un nivel jerárquico inferior. Los hombres de otras tribus o de narods esclavizados se convirtieron por esta lógica en la clase de los siervos, llevados más allá de los límites de la sociedad humana, privados de todo tipo de derechos y privilegios. Este modelo – compañeros de tribu = personas, miembros de una tribu extranjera = no personas – yace en la base de las instituciones sociales, legales y políticas del pasado, y fue analizado en detalle por Hegel (en particular, por el hegeliano A. Kojève), examinando el par de figuras amo-esclavo. El amo era todo; el esclavo, nada. El estatus de hombre pertenecía al amo como un privilegio. El esclavo se equiparaba, incluso legalmente, al ganado doméstico o a un objeto de producción.

Este modelo de dominación demostró ser mucho más estable de lo que uno podría haber pensado, y se trasladó en forma modificada a la era moderna [lit: el tiempo nuevo]. Así surgió el complejo de ideas que, paradójicamente, combina la democracia y la libertad dentro de unas sociedades europeas en sí mismas con unas rígidas disposiciones racistas y una cínica colonización en sus relaciones con otros narods “menos desarrollados” .

Es significativo que la institución de la esclavitud, y por motivos raciales, regresa a las sociedades occidentales después de una brecha de más mil años – en primer lugar en los EEUU, pero también en los países de Iberoamérica – precisamente en la era moderna, en la época de la difusión de las ideas democráticas y liberales. Es más, la teoría del “progreso” sirve, en realidad, como base para la explotación inhumana por parte de europeos y estadounidenses blancos sobre los aborígenes: los indios nativos y los esclavos africanos.

Una impresión comienza a tomar forma, la de que por la formación de la civilización de la era moderna en Europa, el modelo del amo-esclavo se transfiere desde la propia Europa al resto del mundo en forma de política colonial.

El imperio y su influencia en la occidentalización contemporánea

Otra fuente importante de esta influencia fue la idea de Imperio, que los europeos rechazaron explícitamente en los albores de la era moderna, pero la cual penetra en el inconsciente del hombre occidental. El imperio – como el Romano, más tarde también el cristiano (el Bizantino en el este y el Sacro Imperio Romano de las naciones germanas en el Oeste) – fue pensado como el Universo, dentro del cual vive el pueblo (los ciudadanos), mientras que más allá de su límites viven “subhumanos”, “bárbaros”, “herejes”, “gentiles” o incluso objetos fantásticos: devoradores de hombres, monstruos, vampiros, “Gog y Magog”, etc. Aquí la división tribal entre los propios (las personas) y los extraños (no personas) se transfiere a un plano más alto y más abstracto: los ciudadanos del imperio (participantes en el Universo) y los no ciudadanos (habitantes de la periferia global).

Esta etapa de generalización respecto a quién debe ser y quién no debe ser contado como una persona, puede ser vista en su totalidad como una etapa de transición entre lo arcaico y el Occidente contemporáneo. Habiendo rechazado formalmente el imperio, junto con sus fundamentos religiosos, la Europa contemporánea conservó totalmente el imperialismo, transfiriéndolo sólo al nivel de los valores e intereses. El progreso y el desarrollo tecnológico fueron pensados en lo sucesivo como una misión europea, en nombre de la cual fue desplegada una estrategia de colonización planetaria.

Por lo tanto, la era moderna [lit: el nuevo tiempo], habiendo roto formalmente con la sociedad tradicional, transfirió algunas disposiciones básicas precisamente de esa sociedad tradicional (la división arcaica en el par persona/no-persona por motivos étnicos; el modelo del amo-esclavo; la identificación imperialista de su civilización con el universo y de todos los otros con los “salvajes”, etc.) a las nuevas condiciones de vida. El Occidente como idea y como estrategia planetaria se convirtió en un ambicioso proyecto para el nuevo establecimiento de un gobierno mundial, esta vez elevado al estatus de la “ilustración”, el “desarrollo” y el “progreso” de toda la humanidad. Esto es, una especie de “imperialismo humanitario”.

Es importante que la tesis sobre el progreso no era una simple tapadera para los intereses depredadores egoístas de los occidentales en su expansión colonial. La fe en el universalismo de los valores occidentales y en la lógica del desarrollo histórico era del todo sincera. Intereses y valores coincidieron en este caso. Esto dio una tremenda energía a los pioneros, los marineros, los viajeros y los hombres de negocios de Occidente para solucionar el planeta; buscaban no sólo beneficios, sino también llevar la ilustración a los “salvajes”.

El robo cruel, la explotación cínica y una nueva ola de esclavismo, junto con la modernización y el desarrollo tecnológico de los territorios coloniales, todo ello junto formó la base de Occidente como idea y como práctica global.

Modernización: endógena y exógena

Aquí deberíamos hacer una observación importante. A partir del s. XVI, el proceso de modernización planetaria comienza a desarrollarse desde el territorio de Europa occidental. Coincide estrictamente con la colonización por parte de Occidente de nuevas tierras, en las que, por regla general, los narods preservan los fundamentos de la sociedad tradicional en la que viven. Pero poco a poco la modernización afecta a todos: tanto a los occidentales como a los no occidentales. De una forma u otra, todo el mundo se moderniza. Pero la esencia de este proceso sigue siendo diferente en diferentes casos.

En el propio Occidente – en primer lugar en Inglaterra, Francia, Holanda y especialmente los EEUU, un país construido como un experimento de laboratorio de la Edad Moderna [lit: el tiempo nuevo] en una supuesta “tierra vacía”, “a partir de una página en blanco” -, la modernización se distingue por un carácter endógeno. Crece desde el desarrollo coherente de los procesos culturales, sociales, religiosos y políticos que figuran en las bases mismas de la sociedad europea. Esto no se produce en todas partes simultáneamente y con una y la misma intensidad – aquí, evidentemente, se quedan atrás narodi como los alemanes, los españoles y los italianos, con quienes la modernización procede con un ritmo algo más lento de lo que lo hace con sus vecinos europeos de Occidente. Aún así, la era moderna sigue su horario interno para los narodieuropeos y en correspondencia con la lógica natural de su desarrollo. La modernización de los países y narodi de Europa surge de acuerdo a leyes internas. Siendo desplegada desde precondiciones objetivas y correspondiendo a la voluntad y al estado de ánimo de la mayoría de los europeos, es endógena, es decir, tiene un principio interno.

Es un asunto completamente diferente respecto a esos países y narodi que son arrastrados al proceso de modernización a pesar de su voluntad, convirtiéndose en víctimas de la colonización, aun siendo reticentes a oponerse a la expansión europea. Por supuesto, conquistando países y narodi, o enviando esclavos negros a los EEUU, la gente de Occidente favoreció el proceso de modernización. Junto con la administración colonial, promulga nuevos órdenes y fundamentos, así como la técnica y la lógica de los procesos económicos, las costumbres, las estructuras socio-políticas y las instituciones legales. Los esclavos negros, sobre todo después de la victoria del Norte abolicionista, se convirtieron en miembros de una sociedad más desarrollada (aunque también siguieron siendo personas de segundo grado) que las tribus arcaicas de África de las que habían sido tomados por los traficantes de esclavos. El hecho de la modernización de las colonias y de las naciones esclavizadas no se puede negar. El occidente, incluso en este caso, resulta ser el motor de la modernización. Pero este último punto es muy específico. Se le puede llamar exógeno, es decir, ocurrido desde fuera, introducido, llevado.

Los narodi y las culturas no occidentales permanecen en las condiciones de la sociedad tradicional, desarrollándose en concordia con sus propios ciclos y su propia lógica interna. Allí también hay períodos de ascenso y descenso, reformas religiosas y discordia interna, catástrofes económicas y descubrimientos técnicos. Pero estos ritmos corresponden a un modelo de desarrollo diferente, no occidental, siguen una lógica diferente, se dirigen a diferentes objetivos y deciden sobre problemas diferentes.

La modernización exógena – y su propiedad fundamental consiste en esto – no surge de las necesidades internas y del desarrollo natural de la sociedad tradicional, la cual, cuando se la deja funcionar por sí misma, probablemente nunca habría llegado a esas estructuras y modelos que acabaron unidos en Occidente. En otras palabras, tal modernización es obligada e introducida desde fuera.

En consecuencia, la serie de sinónimos modernización=occidentalización puede continuarse: es también colonización (la introducción de una autoridad externa). La mayoría oprimida de la humanidad, excluyendo a los europeos y a los descendientes directos de los colonizadores de América, fue sujeta precisamente a esta modernización violenta, coactiva, externa. Ello tuvo un impacto sobre las incoherencias internas y traumáticas de la mayoría de las sociedades contemporáneas de Asia, el Oriente y el Tercer Mundo. Esta es la modernidad enferma, el occidente caricaturizado.

Dos tipos de sociedad con modernización exógena

Hoy en día, en todas las sociedades expuestas a la modernización exógena, se pueden distinguir dos grandes clases:

• Aquellas que han preservado la independencia político-económica (o que se esforzaron por ello en las guerras anticoloniales);
• aquellas que perdieron la independencia política y económica.

Si consideramos el segundo caso, se trata de una colonia pura, que ha perdido por completo su independencia y que no está participando en los valores de la era moderna más que los indios en las reservas de América del Norte. Tales sociedades pueden ser arcaicas (como algunas tribus del Pacífico, América del Sur o África), pero en parte se cruzan con estructuras tecnológicas mayores y bastante modernizadas, desarrolladas en ese mismo espacio territorial por los colonizadores. Aquí casi no hay intersección semántica entre los indígenas y los modernizadores: el estatus de las sociedades locales apenas se diferencia del estatus de los habitantes de los parques zoológicos, o en el mejor de los casos de un área protegida poblada por especies en peligro de extinción (marcadas en el “libro rojo” de la naturaleza). En esta situación, la modernización no se refiere a la población local, que sigue sin notarla, topándose sólo con las restricciones técnicas bajo la apariencia de alambre de púas y de celdas de acero enrejado.

Cuando se trata de una sociedad que ha atravesado obligatoriamente una ruta específica a lo largo de las líneas de occidentalización y modernización exógena, pero lo ha hecho en respuesta a la amenaza de colonización de Europa (Occidente) y ha logrado preservar su independencia, el proceso de modernización (= occidentalización) adquiere un carácter más complicado. Se puede llamar a esto: “modernización defensiva”.

Aquí el centro de las atenciones resulta ser el equilibrio entre los valores peculiares de la sociedad tradicional, objeto de conservación para el apoyo de la identidad, y aquellos modelos y sistemas importados, que es necesario importar de Occidente para crear los requisitos previos y las condiciones para una modernización parcial (defensiva). Al mismo tiempo, en este tipo de sociedades se conserva la subjetividad, la cual determina los propios intereses predeterminando la agudeza de la oposición a las iniciativas coloniales de Occidente.

Así, surge el siguiente cuadro: con el fin de defender sus intereses antes de la embestida occidental, un país (la sociedad) se ve obligada a adoptar ciertos valores de ese mismo Occidente, pero combinándolos con sus valores originales. Huntington llamó a este fenómeno “modernización sin occidentalización”.

Por cierto, este concepto conlleva un par de contradicciones: puesto que modernización y occidentalización son esencialmente sinónimos (Occidente = Modernidad), es imposible construir la modernización separadamente de Occidente y sin copiar sus valores. En las sociedades tradicionales, que permanecen fuera del hábitat natural de la cultura europea, las condiciones previas para la modernización están simplemente ausentes. Es por eso que no hablamos de un rechazo total de la “occidentalización”, sino de ese equilibrio entre los valores propios y aquellos impuestos desde Occidente, que satisfaga las condiciones para la preservación de la identidad (diferencia respecto a Occidente – lo que es más, ¡a nivel de principio!) y el desarrollo de tecnologías defensivas, capaces de competir con Occidente en regiones vitales básicas (lo cual es imposible de lograr sin una inclusión intensiva en el contexto “occidental”). Resulta, entonces, que tal variedad de modernización exógena se funda en la presencia de intereses independientes (principalmente diferentes de las intenciones colonizadoras de Occidente) y en la combinación de los intereses propios de uno con los valores importados de Occidente de forma pragmática (podemos decir que eso es “modernización + occidentalización parcial”).

Dentro de esta categoría de modernización exógena entran países tales como Rusia (a lo largo de todo el curso de la era moderna, ¡lo que ofrece por sí mismo un caso bastante único!), pero también las contemporáneas China, India, Brasil, Japón, algunos países islámicos, y los países de la región del Pacífico (que entran en este proceso mucho más tarde, en el siglo pasado). Además de Rusia, el resto de los países que recorrieron este camino fueron en momentos específicos colonias de Occidente y recibieron la independencia hace relativamente poco, o (como Japón) sufrieron la derrota en la guerra y estaban ocupados.

En cualquier caso, este tipo de modernización exógena trae al primer plano la cuestión de la balanza de los intereses propios y los extranjeros; es decir, el problema de la proporción y la calidad de los elementos, pertenecientes a dos formas histórico-culturales y de civilización: los fundamentos locales, conservadores, de la sociedad tradicional, y los así llamados modelos “universales” y “progresistas” de la civilización occidental.

Lo más importante consiste en esta proporción, la cual constituye la esencia de las relaciones entre Rusia y Occidente.

Volveremos sobre esto un poco más tarde, pero primero vamos a hacer algunas observaciones geopolíticas.

La concepción de “Occidente” y “Oriente” en los Acuerdos de Yalta

Vamos a considerar ahora los aspectos geopolíticos de los problemas que hemos estado discutiendo y la transformación del concepto de “Occidente” en el s. XX, que se relaciona con ellos.

Después del final de la Segunda Guerra Mundial el concepto comenzó a ser aplicado geopolíticamente a la totalidad de los países desarrollados que habían surgido de la vía capitalista de desarrollo. Esto era una corrección del concepto. Tal “Occidente” es prácticamente idéntico al capitalismo y a la ideología liberal-democrática. Aquellos países que avanzaron a lo largo de este camino más lejos que los demás, eran de hecho considerados como “Occidente” en la construcción de un mundo bipolar, llamado también “yáltico” (por el emplazamiento de la conferencia de los jefes de la coalición anti-Hitler que predestinó el mapa del mundo en la segunda mitad del s. XX: Stalin, Roosevelt y Churchill).

Esta vez el concepto de “Occidente” difiere parcialmente del que hemos proporcionado anteriormente. En primer lugar, incluso los regímenes comunistas pertenecían ideológicamente a “Occidente” en un sentido amplio – en primer lugar, la URSS – en la medida en que adoptaron teorías del socialismo y del comunismo “de Europa occidental” (construidas a partir de observaciones relativas a la historia de los desarrollos político-económicos de sociedades occidentales, junto con la correspondiente fe en el progreso y el universalismo de estas cronologías para toda la humanidad). Pero el marxismo, mientras tanto, se convirtió en el modelo favorito para la modernización de las sociedades tradicionales; un modelo que podría combinar el mantenimiento de sus propios intereses geopolíticos y la preservación parcial de los valores tradicionales de la zona, con el poderoso e importado aparato de modernización e ideas, estructuras, intereses y teorías peculiarmente occidentales. Por lo tanto, el marxismo – soviético, chino (el maoísmo), vietnamita, norcoerano, etc. – debería ser examinado como variantes de modernización exógena, de la cual hablábamos anteriormente. Es más, desde el punto de vista de la competencia tecnológica e ideológica, este proyecto resultó un éxito relativo.

Aunque el marxismo dogmático pretendiera que iba a reemplazar al capitalismo una vez que éste hubiera alcanzado la etapa crítica en su aplicación, en la práctica todo sucedió de manera completamente diferente: los partidos comunistas ganaron en aquellas sociedades donde el capitalismo se encontraba en estado rudimentario, mientras que la sociedad tradicional (la agraria, en primer lugar) se impuso tanto en el sentido económico como en el cultural. En otras palabras, el marxismo victorioso, el realizado, supuso la refutación de la teoría de su fundador ideológico, y por otro lado, la historia de las sociedades capitalistas muestra que las predicciones de Marx, acerca del carácter inevitable en las mismas de la revolución proletaria, han sido desmentidas por ahora. Marx insistió en que la revolución proletaria no podría ocurrir en Rusia (y en otros países con un predominio del “modo de producción asiático”), pero como es sabido sucedió aquí. En las sociedades con un capitalismo desarrollado nada similar sucedió.

De esto sólo se sugiere una conclusión: el marxismo en los regímenes comunistas no era lo que proclamaba de sí mismo, sino sólo un modelo de modernización exógena en el que se adoptaron valores occidentales sólo parcialmente, y se combinaron tácitamente con tendencias religioso escatológicas y mesiánicas locales. En conjunto, este procedimiento de modernización específico – alter-modernización a lo largo de la ruta socialista (totalitaria), pero no a lo largo de la ruta capitalista (democrática) – sirvió para la defensa de los intereses geopolíticos y estratégicos de Estados independientes, los cuales se esforzaron por repeler los ataques coloniales de Europa y (más tarde) de Norteamérica.

El bloque estratégico formado alrededor de la URSS, la vanguardia de esta alter-modernización, fue llamado, después de la Segunda Guerra Mundial, “el Este”. Aunque tal lenguaje fuera realmente una variante de modernización exógena, formalmente el sistema marxista de valores se basaba en el paradigma de la era moderna en el mismo grado que las sociedades capitalistas. A veces, en la politología del período de Yalta, en lugar de la fórmula de “el Este” (“el Este comunista”, “el Bloque del Este”), fue utilizada la expresión “segundo mundo”, la cual es más precisa y abarca a los países que adoptaron la industrialización acelerada con una modernización parcial y bastante específica (de tipo comunista), y – ¡lo más importante! – lograron conservar la independencia geopolítica, evitando la colonización directa (o liberándose ellos mismos).

En este caso, el concepto de “Tercer Mundo” adquiere importancia.

“El primer mundo”, es decir, “Occidente” en la terminología de la época posterior a la guerra, son los países con modernización endógena (Europa, Norteamérica), y también un caso de extremadamente exitosa modernización tecnológica exógena, la del Japón bajo la ocupación, el cual fue capaz de dirigir las energías internas de una nación conquistada hacia el crecimiento económico masivo a través de los estándares occidentales. Pero, al mismo tiempo, Japón perdió su independencia geopolítica y en un sentido estratégico se convirtió en una colonia resignada y fracturada de los EEUU.

“El segundo Mundo” son los países de modernización exógena que lograron hacer uso de los métodos totalitarios-socialistas de modernización, con el préstamo parcial y relativamente exitoso de tecnología occidental, y la preservación de la independencia respecto al Occidente capitalista. Esto, en la comprensión del mundo basada en Yalta, fue llamado “el Este”.

Y, por último, “el tercer mundo” hace referencia a los países de modernización exógena que cayeron detrás del desarrollo tanto del “primer” como del “segundo” mundo, que no poseyendo soberanía completa conservaron los fundamentos de la sociedad tradicional, y a los que se empujó a confiar en “Occidente” o en “el Este”, representando de esta forma en sí mismos colonias subordinadas al uno o al otro.

Y así, si limitamos nuestras consideraciones a las condiciones de “la guerra fría” (el mundo bipolar), entonces el concepto de “Occidente” en este caso surgirá como sinónimo del campo capitalista, “el primer mundo”, incluyendo los países más desarrollados y más ricos de América del Norte, Europa y Japón.

La sede intelectual de la integración del “primer mundo”, de “Occidente” en este sentido concreto, fue la Comisión Trilateral, creada a partir de los cimientos de la American Council on Foreign Relations, y compuesta por representantes de las élites de los EEUU, Europa y Japón. Por lo tanto, un segmento específico de intelectuales, banqueros, políticos y académicos de “Occidente”, a partir de la década de 1960, tomó sobre sí la responsabilidad histórica del proceso de globalización, y la creación de un “gobierno mundial” como resultado del triunfo final de “Occidente” sobre el resto del mundo en los sentidos geopolítico, moral, económico e ideológico.

En la década de 1990 “Occidente” se convierte en Globalización

Otra transformación del concepto de “Occidente” fue todavía puesta a prueba en la década de 1990, cuando la arquitectura del mundo bipolar (con sede en Yalta) se derrumbó. A partir de entonces, el modelo liberal-capitalista se convirtió en el más importante y en el único, el comunismo como proyecto de alter-modernización estalló a pesar de la competencia, y el poder político-militar y económico de los EEUU superó irrefutablemente las posiciones de todos los demás países. La capitulación unilateral de la URSS y del Bloque de Varsovia en “la guerra fría”, con su paralela disolución, abrieron el camino para la globalización y la construcción de un mundo unipolar. El filósofo neoconservador estadounidense Francis Fukuyama comenzó a hablar del “fin de la historia”, de “la sustitución de la política por la economía”, y de “la transformación del planeta en un mercado unificado y homogéneo”.

Esto significaba que el concepto de “Occidente” se transformó en un concepto global y único, ya que nada más contendía, no sólo contra la idea misma de modernización, sino también contra su más ortodoxo e históricamente más “occidental” proyecto liberal-capitalista. Tan exitosa e importante victoria de “Occidente” sobre “el Este” – es decir, del “primer mundo” sobre “el segundo” – liquidó esencialmente las alternativas a la modernización, haciéndola la única y sola sustancia indiscutible de la historia del mundo. Todo el que quiso permanecer enchufado a “la contemporaneidad” tuvo que reconocer esta preeminencia incondicional de “Occidente”, expresarle lealtad, y también repudiar de una vez por todas sus propios intereses, incluso si eran diferentes en algunos aspectos, o – más aún – contrarios a los intereses de los EEUU (o, en términos más generales, de los países del bloque de la OTAN), como abanderados del mundo unipolar.

A partir de entonces el problema fue planteado sólo de esta manera: ¿en qué segmento del “Occidente” global será integrado uno u otro país, uno u otro gobierno? Si la modernización y, en consecuencia, la occidentalización se introdujeron con éxito, entonces aparecía la oportunidad de integración en el “Billón de oro” [*] o en la zona del “Norte rico”. Si por alguna razón esto no resultaba, quedaba la integración en el cinturón de la periferia mundial, en la zona del “Sur pobre”. Mientras tanto, la división planetaria del trabajo ofreció la promesa de modernización incluso para el “Sur pobre”, pero esta vez de acuerdo con el escenario colonial, cuando la esclavitud política fue sustituida por la esclavitud económica, mientras que la importación de las normas culturales occidentales erradicaba metódicamente los valores indígenas (así, los residentes de Corea del Sur que, habiendo recibido un impulso vigoroso de modernización exógena de tipo colonial junto con un volátil crecimiento económico, fueron golpeados con una difusión casi total del protestantismo en medio de una sociedad tradicional, chamánica, budista y confucionista). Que todos los países se enchufaran al Occidente global no garantizaba nada, pero les daba una oportunidad.

En Rusia también se produjeron reformas en este mismo sentido, apareciendo después de la caída de la URSS como una nueva organización que, a su vez, heredó geopolíticamente el Imperio ruso. Rusia también trató de integrarse en el Occidente global, contando con un lugar en el “Norte rico” y con la esperanza de “comulgar” con la modernización por su ruta principal (la capitalista), y no por la indirecta (la socialista). Mientras tanto, a Rusia, al igual que a todos los demás países, se le ofreció en un primer momento rechazar sus pretensiones globales, y más tarde incluso las locales, deleitándose en el papel de satélite estratégico de los EEUU entre las naciones todavía menos modernizadas, sin ningún privilegio especial en absoluto. En esencia, se trajeron al país controles externos.

Y, en consecuencia, la autoridad gobernante alojó a la élite colonial, reformadores-occidentales y oligarcas que se pensaban a sí mismos como gerentes que trabajan para las empresas transnacionales globales con sede al otro lado del Atlántico.

Globalización

A principios de la década de 1990, cuando “el fin de la historia” no sólo parecía cercano, sino realizado en la práctica, el concepto de “Occidente” casi se superpone con el concepto de “mundo”, lo cual fue remachado con el término “globalización”.

La globalización representa el último punto en la realización práctica de las pretensiones fundacionales de “Occidente” para la universalidad de su experiencia histórica y de su sistema de valores.

Penetrando en diversas sociedades y culturas, combinando proyectos humanitarios con métodos coloniales de satisfacción de sus propios intereses (en primer lugar, en la esfera de los recursos naturales), el proceso de globalización hace de “Occidente” un concepto global. El mundo se desplazó a grandes pasos hacia un modelo unipolar, con un centro desarrollado preocupado de sí mismo (con EEUU en el núcleo, la sociedad transatlántica), y una periferia subdesarrollada.

Con el tiempo, fue construido un modelo que se describe en el texto clásico de Huntington, El Choque de civilizaciones, “Occidente y el resto”. Pero en el modelo de la globalización, ese “resto” en ningún caso es visto de otra manera que no sea en relación con “Occidente”; es también “Occidente”, solo que poco desarrollado e imperfecto, una especie de “medio-Occidente.”

Y aquí, ya en las nuevas condiciones históricas y a través de una línea de transformaciones y alteraciones semánticas, nos topamos de nuevo con el racismo cultural y el “mesianismo” secular liberal-democrático que descubrimos entre las fuentes de la época de la modernidad y en la definición inicial del concepto de “Occidente”.

Posmodernidad y “Occidente”

Uno de los procesos más interesantes en relación con el contenido del concepto de “modernización” ocurrió en la década de 1990. La modernización, que se llevó a cabo a distintas velocidades y con diferentes características de una u otra manera en todo el mundo desde el comienzo de la Edad Moderna en Europa Occidental, se acercó a su propia conclusión lógica a finales del s. XX. Es más, esto, naturalmente, sucedió en el propio Occidente: quien antes que otros y de acuerdo con principios naturales procedió a la modernización de la sociedad tradicional, llegó al final en primer lugar. Por lo tanto, superando tanto la inercia de la resistencia de las estructuras conservadoras como, en un momento dado y de manera muy efectiva, la competencia con la alter-modernización socialista, la modernidad en su forma liberal-capitalista ha alcanzado sus límites determinados y el final de la puesta en práctica de su programa: la oposición directa de ideologías alternativas se ha roto, mientras que la superación de la resistencia pasiva de la periferia mundial se convirtió en una cuestión técnica. Y allí donde aún se mantiene, podría equipararse a la “reacción inercial del entorno circundante”, pero no a una estrategia competitiva. La batalla contra la sociedad tradicional y sus intentos de presentarse bajo un nuevo disfraz (alter-modernización, socialismo) terminaron con la victoria del liberalismo. Y en el propio Occidente, la modernización alcanzó sus límites internos, habiendo alcanzado el punto más bajo de la cultura occidental.

Esta condición de agotamiento final de la agenda del proceso de modernización generó en Occidente un fenómeno bastante específico: la posmodernidad.

Lo esencial de la posmodernidad consiste en el hecho de que el fin de la modernización de las sociedades tradicionales lleva a la población de Occidente principalmente a nuevas condiciones. Uno puede comparar este largo proceso con la realización de un objetivo previsto. La gente, dispuesta en un tren que viaja a una estación muy lejana, se acostumbra tanto al movimiento que no cesa durante varias generaciones, que no puede imaginar la vida de otra manera. Ellos ven la existencia como el desarrollo convertido en un lejano punto de referencia, que todos recuerdan, hacia el que todos fluyen, pero que todo el tiempo sigue permaneciendo muy remoto. Y de repente el tren llega a la estación final. El andén, la estación… el objetivo se ha alcanzado; los problemas, decididos… pero la gente ha llegado a estar tan acostumbrada a moverse todo el tiempo que no puede volver en sí después de la conmoción de chocar con su sueño hecho realidad. Cuando se alcanza el objetivo no hay nada, otra cosa por la que esforzarse, ningún lugar a donde ir, nada hacia lo que avanzar. El progreso llegó a su punto máximo. Precisamente, este es “el fin de la historia”, o la “pos-historia” (A. Gehlen, G. Vattimo, J. Baudrillard).

Mediante esta metáfora uno puede describir completamente la condición de la posmodernidad. Aquí están tanto el sentimiento de éxito como el de decepción. En cualquier caso, esto ya no es la modernidad, ni la Ilustración, ni la Edad Moderna. La facción crítica de filósofos posmodernos sometió a escarnio diversas etapas del movimiento hacia este objetivo, comenzó a hablar irónicamente de aquellas ilusiones y esperanzas con las que se consolaban quienes comenzaron el movimiento, sin sospechar de qué tipo sería la realización de ese objetivo. Otros, por el contrario, se ofrecieron a romper con el sentimiento crítico y percibir “el nuevo mundo feliz” como es, sin entrar en detalles y dudas.

En cualquier caso, se estime con un signo negativo o con un signo positivo, la posmodernidad representó un estado terminal. La fe en el progreso terminó su negocio y cedió su lugar a la juguetona temporalidad. La realidad, habiendo desplazado anteriormente al mito, la religión y lo sagrado, se ha transformado en virtualidad. El hombre, en los albores de la Edad Moderna, habiendo derrocado a Dios del pedestal, está dispuesto a ceder de ahora en adelante el lugar del rey a una raza poshumana – a los cyborgs, mutantes, clones, a todos los productos de la “técnica liberada”.

El Pos-occidente

En la época de la globalización, Occidente no sólo se hace global y omnipresente en sí mismo (como se expresa en la uniformidad de la moda mundial, la difusión general de las tecnologías informáticas y de la información, el establecimiento omnipresente de la economía de mercado y los sistemas políticos y legales liberal-democráticos), sino que en su núcleo, en el centro de un mundo unipolar, el “Norte rico” cambia cualitativamente de la modernidad a la postmodernidad.

Y de ahora en adelante, la apelación a este Occidente nuclear, el Occidente en su más alta manifestación, podría ser, por primera vez en la historia, que no arrastrara la modernidad tras de sí (del tipo que sea, exógena o endógena), ya que el propio Occidente es a partir de ahora sinónimo no de la modernidad, sino de la posmodernidad. Pero la posmodernidad, con sus ironías, tecnológicamente pura, reciclado de la vieja y gastada fe en el progreso, ya no ofrece a su periferia ni tan siquiera la posibilidad remota de desarrollo. “El fin de la historia” que llegó plantea preguntas absolutamente diferentes, ante cuyo peso e importancia el que “Occidente” haga subir el nivel del “Sur pobre” hasta su propio nivel parece una tarea absolutamente innecesaria, sin ningún propósito y sin sentido: si algo se puede encontrar ahí, seguramente no serán las respuestas a los nuevos problemas de la época posmoderna.

Por lo tanto, aquellos que en las nuevas condiciones se relacionan por inercia con Occidente arraigados en la búsqueda de la modernización, están condenados a una decepción colosal: habiendo recorrido todo el camino de la modernización hasta su fin, Occidente no tiene más estímulo, ya sea para avanzar él mismo en esta dirección, o para atraer a los otros detrás. Occidente ha pasado a una etapa cualitativamente nueva. Ahora ya no es Occidente, sino el Pos-occidente; el peculiar, profundamente modificado Occidente de la época posmoderna.

Técnica y tecnológicamente domina por completo, y los procesos de globalización se desarrollan a toda velocidad, pero este ya no es un desarrollo progresivo, sino un movimiento circular alrededor de un centro aún más problemático. A través de sus procesos favoritos la arquitectura de la posmodernidad hace tales construcciones, donde los estilos y épocas se entremezclan caprichosamente, mientras que en el lugar del punto central del conjunto arquitectónico se abre un agujero. Este es el centro ausente, el polo del círculo, que representa la caída en el no-ser.

Tal es, también, la estructura sustancial del mundo unipolar. En el centro del Occidente global – en los EEUU y en los países de la alianza transatlántica – se abre el agujero negro sin sentido de la posmodernidad.

La brecha entre la teoría y la práctica del globalismo

La última metamorfosis de Occidente durante su transformación hacia la posmodernidad, que hemos descrito anteriormente, es una construcción puramente teórica. Tal imagen fue elaborada al inicio de la década de 1990, por lo que la lógica de la historia del mundo fue conceptualizada por tanto por aquellos pensadores que aún se conservan en Occidente, antes de que se ceda finalmente el camino a la poshumanidad (posiblemente a autómatas pensantes). Pero entre esta concepción teórica y su encarnación había una brecha decisiva. La reflexión sobre la naturaleza y la estructura de tal Occidente y de tal posmodernidad condujeron incluso a sus propios ardientes apologistas a un estado de horror y desesperación. Por ejemplo, en cierto momento Francis Fukuyama comenzó a regresar de esa imagen ideológica que él mismo dibujó al inicio de la década de 1990 y se ofreció a devolverla, manteniendo a Occidente en la condición en que se encontraba antes de que hubiera llegado a su estación final. Los críticos de Fukuyama, incluido Huntington, también exageraron la calidad y la cantidad de esas barreras a superar por Occidente con el fin de convertirse en verdaderamente global y ubicuo. Desde diferentes puntos de vista todo el mundo empezó a aferrarse a los restos de la modernidad, con sus gobiernos nacionales, la fe en el progreso, sus moralizaciones, tutelaje y fobias, a las que todos hace mucho tiempo se han acostumbrado. Entonces se decidió prolongar el movimiento al objetivo previsto, o al menos simular el balanceo de los vagones y el estruendo de las ruedas en las ensambladuras de los raíles.

Hoy, Occidente mora precisamente en esta brecha entre eso en lo que teóricamente debe convertirse en la época de la globalización, y por el hecho de haber superado todos los obstáculos y derrotado a todas las alternativas, y lo que de ninguna manera quiere reconocer como la nueva arquitectura global de la posmodernidad – con un agujero en vez de un centro. Sin embargo, en este vacío, infinitamente pequeño y en contracción constante, ocurren procesos muy importantes que constantemente cambian la imagen del mundo en general.

Todo esto ejerce activamente una influencia en Rusia.

(Traducción de Página Transversal).

Fuente: Katehon.

[*] El “Billón de oro” (en ruso: золотой миллиард), en el mundo ruso parlante, es un término que hace referencia a las personas relativamente ricas en países industrialmente desarrollados, o en Occidente. (Fuente: Wikipedia)