EL LOGOS TRIDIMENSIONAL

La bi-dimensionalidad ontológica de la imagen moderna del mundo
La estructura actual del conocimiento, tal y como surgió con la Modernidad, parte de un rechazo absoluto de la jerarquía. Ese rechazo lo encontramos claramente en el nominalismo que descarta la taxonomía ontológica establecida por Aristóteles (individuum, specie, genus) en favor de una ecuación bidimensional donde todas las cosas se reducen a la haecceitas (1), “lo que (eso) es” (Duns Scoto). Esta línea de reflexión anticipa los posteriores desarrollos del positivismo lógico de Russell y del primer Wittgenstein. El nominalismo rechaza la ontología de la clasificación de las especies, es decir, del eidos (y ni hablar de las ideas platónicas, las cuales deshecha por completo) mientras favorece un mensaje epistemológico que parte de la premisa de que la construcción del conocimiento científico debe fundamentarse en una imagen bidimensional, y no tridimensional, del ser. Es así como pasamos de un Logos tridimensional a un Logos bidimensional.
Las formas de clasificación taxonómica que reconocían la existencia de especies y géneros – defendidas por los pensadores realistas – eran el fundamente de la tercera dimensión del ser y, por lo tanto, de la tridimensional o profundidad del Logos. La relación que existe entre la especie y el género no es tan importante como la aceptación o el rechazo de la existencia de la especie. Si reconocemos su existencia, como lo hacían los realistas, entonces podemos hablar de una distinción ontológica entre la especie y el género. Pero si rechazamos la especie, entonces se puede afirmar que no existe ni la especie ni el género, sino sólo una multitud de objetos individuales. En lugar de una taxonomía ontológica tenemos una clasificación epistemológica, por lo que las cosas carecen de una tercera dimensión interior. Es por eso que llegamos a la conclusión que las clasificaciones no son otra cosa que convenciones externas que proceden del intelecto del sujeto (véase los argumentos de Roscelino de Compiègne y Guillermo de Ockham sobre la multiplicidad de lenguajes). Estas ideas son el antecedente directo de la res cogens de Descartes.
La ontología de la imagen científica del mundo moderno es esencialmente bidimensional. Todas las cosas son individuos (átomos) que caen a través de una superficie ontológica.
Las ciencias naturales y sociales fueron fundadas sobre este paradigma bidimensional. Además, se considera que la sociedad está compuesta por individuos completamente independientes de cualquier sustrato eidético o genérico. Semejante sociedad bidimensional es lo que Hobbes denominó el “estado de naturaleza”: un choque caótico entre individuos egoístas y codiciosos que no obedecen a ningún plan, propósito u orientación común. El universo material, compuesto por átomos, es muy parecido a la sociedad.
La abolición de la tercera dimensión del Logos llevó al rechazo de toda forma de taxonomía vertical y de ontología fundada sobre el eidos. Esto condujo a toda clase de antinomias. El paso de la tridimensionalidad a la bidimensionalidad, sumado al hecho de que se olvidó que se trataba de una proyección y no de una verdadera geometría eidética, es el origen de casi todas las contradicciones y problemas epistemológicos que existen actualmente en las ciencias naturales. Mientras tanto, la aplicación de estas ideas a la esfera sociopolítica y económica nos condujo a toda clase de desastres que inevitablemente acabaron en un colapso total.
La causa de la crisis de la sociedad moderna se encuentra precisamente en esta bidimensionalidad intelectual que podemos considerar como el paradigma ontológico por excelencia. Los autores posmodernos y los defensores de la ontología orientada a los objetos han descrito perfectamente esta crisis y las contradicciones insuperables inherentes a la misma, pero en lugar de buscar la cura han propuesto llevar esta ontología plana hasta sus últimas consecuencias e imponer una bidimensionalidad total. El mejor ejemplo de este proyecto lo encontramos en las obras de Deleuze y Guattari y en la formulación conceptual de ideas como la “superficialidad”, el “rizoma”, el “cuerpo sin órganos” o el “espacio liso” (l’espace lisse).
El Logos tridimensional
EL pensamiento revolucionario-conservador busca superar la crisis de las ciencias europeas – tanto de las ciencias naturales como de las humanidades – de una forma diametralmente contraria a la Postmodernidad. Esta última diagnosticó correctamente que la Modernidad está colapsando, pero quiere curar la viruela usando la peste bubónica. Por el contrario, los revolucionarios-conservadores buscan descubrir los orígenes y las raíces del delirio paneuropeo de los Nuevos Tiempos encontrando sus causas en el nominalismo y en las ideas proto-materialistas de los franciscanos (que surgen del malsano y excesivo amor de Francisco de Asís por la “pobreza” y la “privación”) para de ese modo restaurar una ontología tridimensional. Tanto la ciencia ortodoxa como heterodoxa nacieron de un rechazo de Aristóteles y del realismo. Fue a partir de ahí que la ciencia europea occidental – así como la cultura, la política, la economía, etc. – terminó cayendo por una especie de “pseudología”, es decir, un camino lejos de la verdad o “aleteología”. Por supuesto, no existe ninguna clase de conocimiento que coincida completamente con la verdad, pues la verdad siempre se encuentra mucho más allá del pensamiento, como el Uno de Plotino y los neoplatónicos. No obstante, la aleteología es la posibilidad de conocer las cosas que se encuentran bajo la influencia directa de la verdad y nacen de ella. Por el contrario, la pseudología aparece cuando el conocimiento de la verdad empieza a debilitarse y se producen tendencias centrífugas poderosas; en ese sentido es posible hablar de que el pensamiento es atraído hacia su polo opuesto, que no sería otra cosa que la falsedad absoluta. La humanidad de hoy se está moviendo hacia allí en estos momentos. Con la aparición de la Postmodernidad casi ha culminado este proceso.
No podemos salvar a la pseudología simplemente haciendo correcciones y rectificaciones, como lo proponen los modelos científicos contemporáneos de la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica, la teoría del campo unificado, la teoría del caos, los fractales o las super-cuerdas. Todas estas teorías han intentado corregir las evidentes contradicciones que existían dentro de la mecánica clásica, pero el problema es que siguen basando su pensamiento en un Logos bidimensional que provoca que segamos caminando en círculos dentro de un pseudo-laberinto.
La única alternativa que nos queda es rediseñar la Modernidad. La Europa de los Nuevos Tiempos construyó su civilización sobre una mentira y hasta el momento no ha hecho otra cosa sino hundirse en esa mentira. No podremos salvarnos o solucionar nada mientras sigamos caminando por ese sendero. Por el contrario, el pensamiento revolucionario-conservador propone que la ciencia retorne al punto donde se produjo esta bifurcación histórica y a partir de allí tomar un camino diferente, dejando de lado el nominalismo para seguir el camino del realismo y/o el idealismo (el realismo de Aristóteles y el idealismo de Platón son igualmente opuestos al nominalismo, siendo sus principios ontológicos tridimensionales y no bidimensionales).
Todo ello implica que debemos construir la estructura del conocimiento a partir de una taxonomía vertical. La idea (eidos) o forma no es un entramado creado a partir de una clasificación arbitraria exterior a las cosas, sino la esencia del ser. El conocimiento de una cosa no surge de algo que se encuentre dentro o fuera de ella, sino que es producto de su individualidad y su naturaleza. Por lo tanto, el conocimiento debe dirigirse hacia esta esencia (en dirección a la especie, hacia arriba, buscando alcanzar su esencia aletológica). La ciencia solo será científica en la medida en que realice esta operación. En ese sentido, toda ontología construida sobre el nominalismo, es decir, sobre el atomismo, debe ser considerada como falsa y aberrante.
Se trata de superar este pensamiento plano, bidimensional, y abrazar una vez más un pensamiento vertical, tridimensional. Solo así podremos restaurar la dignidad de nuestro pensamiento.
Un pensamiento orbital
Con tal de dejar claro estas ideas, llamaremos metafóricamente a este Logos tridimensional como pensamiento orbital. Cuando observamos el movimiento de los cuerpos celestes y los planetas desde la tierra da la impresión de que las estrellas y los planetas chocaran entre sí cuando estos se superponen, al menos así parece ser un eclipse visto desde la Tierra (los planetas que se mueven más rápido superan a los más lentos). Pero si en vez de eso tenemos en cuenta la diferencia entre los radios de rotación de los propios planetas o las esferas (tal y como lo planteaba Aristóteles) esta hipótesis de la colisión se esfuma.
Este problema resulta imposible de descifrar en una concepción bidimensional de las cosas donde no existe la realidad vertical. Con tal de comprender la naturaleza misma de este fenómeno, es necesario agregar al esquema bidimensional un nuevo eje con tal de que exista el volumen, solo así podremos descubrir las implicaciones y suposiciones que conlleva, obteniendo una imagen más o menos clara del asunto.
Todas las ciencias modernas, desde la filosofía hasta las ciencias naturales, son bidimensionales, es decir, una proyección sobre un esquema plano. Problemas como las antinomias de Kant o las paradojas físicas y matemáticas de las ecuaciones no integrables y las series divergentes junto con las contradicciones implícitas de las relaciones entre el sujeto-objeto y demás no son más que callejones sin salida imaginarios generados por la ontología bidimensional. Para el esquema bidimensional los planetas parecen chocar entre sí, pero como no lo hacen terminan por incurrir en varias aporías. El esquema plano que ha sido creado por el pensamiento moderno, es decir, el paso de la tridimensionalidad a la bidimensionalidad, es ignorado u olvidado. Y a nadie se le ocurre agregar a este esquema plano una tercera dimensión, lo que implicaría regresar a los fundamentos originales de la realidad.
Si queremos corregir el paradigma epistemológico de la Modernidad, entonces debemos abrazar este pensamiento orbital. Sólo de ese modo seremos capaces de superar por completo todos los problemas que el pensamiento moderno ha ido generando. Cuando hayamos restablecido las trayectorias orbitales de los astros por medio de un Logos tridimensional, seremos capaces de resolver todas las contradicciones que hasta ahora parecían insuperables.
La teoría de las super-cuerdas: un síndrome del problema
Este problema lo podemos aplicar a la teoría de las super-cuerdas. Los creadores de esta teoría partieron del axioma de que todos los problemas físico-matemáticos – todas las ecuaciones irresolubles – serían superados si se añadía seis dimensiones a las cuatro dimensiones ya existentes (siendo el tiempo un cuarto eje), por lo que todas las contradicciones del mundo cuatri-dimensional dejarían de tener sentido en un mundo deca-dimensional. Es una idea muy ingeniosa y sin duda es la forma correcta de salir del atolladero al que se había llegado, pero en el fondo es un planteamiento defectuoso porque trata de resolver la ontología bidimensional por medio de una sumatoria cuantitativa de varias dimensiones, ¡pero sigue partiendo de un esquema plano! La teoría de las super-cuerdas es una parodia del pensamiento orbital, es un intento de esquivar un desagradable problema que nace al descubrir que el camino de la ciencia de los Nuevos Tiempos es completamente falso: es una apuesta desesperada con tal de refinar un viejo paradigma que se encuentra desprestigiado. Sin embargo, y a pesar de su decadencia, esta epistemología sigue estando conectada a las ideas nominalistas y por lo tanto es una ontología bidimensional. El pensamiento orbital es muy diferente: mientras no se vuelva al realismo, es decir, a la importancia ontología de la especie, siempre seguiremos cayendo en el esquema plano del pensamiento moderno sin importar cuantos trucos usemos para superarlo.
El hecho mismo de que la teoría de las super-cuerdas proponga la existencia de otras dimensiones resulta muy sintomático: lo que hay de valioso en ella es el intento de las actuales teorías científicas por romper con el asfixiante nudo de la pseudodología. El motivo para plantear esta idea es comprensible, pero sus resultados son escasos. Así que podemos decir que la teoría de las super-cuerdas hace parte de un síndrome epistemológico.
La teología bidimensional
El pensamiento orbital también puede aplicarse a otros campos de conocimiento como lo son la teología y la sociedad, además del estudio del hombre y la comprensión de las estructuras de la materia.
Con respecto a la teología, podemos decir que resulta bastante revelador el caso del precursor del nominalismo, Roscelino de Compiègne, que llegó a afirmar el “triteísmo” a la hora de interpretar a la Santísima Trinidad (en esto seguía las confusas ideas pseudológicas del platónico Juan Filoppón). Ya que la “especie” no existe para el nominalismo, Roscelino de Compiègne sostuvo que la Trinidad estaba compuesta por “tres dioses”, cada uno de los cuales era para él un “ser particular” o un “individuo” y por lo tanto cada uno era un dios “distinto”. La divinidad como especie, es decir, como taxón en el plano ontológico general, fue negada tajantemente. Aunque este camino no fue desarrollado hasta llegar a sus últimas consecuencias, podemos decir que aquí vemos claramente la estructura misma de la ontología bidimensional: tal forma de pensar es incompatible con el cristianismo. Y eso se hizo cada vez más evidente en la medida en que la ciencia europea se volvía abiertamente materialista y atea.
La política bidimensional: capitalismo y democracia
La filosofía política moderna, debido a su carencia de un Logos tridimensional, llevó al igualitarismo burgués, al capitalismo y a la democracia liberal. En todos estos campos se negaba la especie y se consideraba al ciudadano particular (es decir, al burgués individual) como la única fuente ontológica del orden político. Estas ideas fundamentan tanto la ontología política pesimista de Hobbes (todos los hombres son malos, por lo que es necesario crear un monstruo conocido como el Leviatán que, por medio de la maldad y la violencia, los obligue a abandonar su maldad y su propensión a la violencia) como la ontología política optimista de Locke (todos los hombres son criaturas neutras, es decir, son una especie de tabula rasa sobre la cual la sociedad puede escribir sin problemas).
El hombre bidimensional
Este mismo camino bidimensional fue seguido por la antropología, sobre todo debido a que se rechazó la existencia de todo parentesco del alma personal con el alma del mundo, incluso hasta el punto de cortar todo vínculo con cualquier dimensión espiritual interna que pudiera existir más allá del alma. Esto puede verse claramente en la polémica entre los dominicos – especialmente los místicos de la Escuela de Colonia (desde Dietrich von Freiberg hasta Meister Eckhart, Enrique Susón y Juan Tauler) – y los franciscanos. Estos últimos llegaron a plantear la separación radical del alma individual. Posteriormente ciencias modernas como la psicología y fisiología llegaron a rechazar por completo la idea de la existencia del alma. Según Aristóteles, el alma es una especie, la forma del cuerpo que tiene una persona. Pero la persona no debe ser considerada como un concepto individual, sino como una especie. Por lo tanto, el alma conecta ontológicamente al ser individual de la persona con el ser eidético de la humanidad: el género. La antropología individualista, la psicología moderna y el liberalismo político son una interpretación bidimensional de la estructura misma del ser humano.
Al igual que sucedió con la teología lo primero que desapareció fue la divinidad y luego “Dios fue abolido”. Por lo que – en nombre del hombre individual y de su alma individual – se descarta todo vínculo con la especie y ello finalmente condujo a que el individuo se rompiera en pedazos.
La materia bidimensional
Sin duda este es el principal problema del que somos testigos en las ciencias naturales. La idea de que la materia está formada por átomos o, más bien, por partículas que no son partes de un todo, sino que crean arbitrariamente cuerpos diferentes (una especie de democracia molecular), es el fundamento de todas las disciplinas científicas de los Nuevos Tiempos, y eso lo vemos tanto en la física como en la química, la biología y la astronomía.
Esta forma de ordenar los cuerpos individuales conlleva a que la materia pierda su dimensión interna y todas las características que poseía como conjunto, es decir, se pierden sus cualidades. Pero cuando la materia pierde sus cualidades ya no puede ser estudiada ya que no existe nada que estudiar. Se puede decir que en su forma más extrema coincide perfectamente con la falsedad pura.
Aristóteles sostiene que la materialidad de los cuerpos implica una especie de privación. Las cosas se hacen materiales en la medida en que se encuentran muy empobrecidas y carecen de ser. La esencia del ser es la forma, el eidos. En semejante física tridimensional no pueden existir los átomos. Se trata de formas completas, de Gestells, que no están compuestas por partículas, sino por partes. El ser de las partes conforma un todo. El individuo existe en la medida en que hace parte de una especie concreta. Por lo tanto, un verdadero físico no estudia la materia ni la materialidad, sino las figuras corpóreas de las cosas, los conjuntos orgánicos que componen el orden superior dentro de un todo hasta llegar por fin a la majestuosa idea del cosmos donde el cielo corona las estructuras mismas que permiten el conocimiento.
La materia vertical de Aristóteles es el éter y de esta substancia está hecho el cuerpo más alto de todos: el cuerpo del Cielo.
Restaurando la taxonomía y la jerarquía en todos los campos epistemológicos
La tarea implícita de toda ciencia revolucionario-conservadora es restaurar la jerarquía. Y eso debe ser aplicado a tipo de conocimientos: desde las ciencias naturales hasta la estructura sociopolítica, las humanidades y la organización de la sociedad. Debemos restablecer la jerarquía en todos los campos.
Debemos abandonar la teología (débil) desmoronada y derruida con tal de regresar a la claridad medieval, es decir, a una teología fuerte, que no sólo se limite a su campo de acción atacando los argumentos de los nominalistas, sino que deberemos destruir a sangre y fuego todo rastro que quede de liberalismo dentro de las estructuras eclesiásticas y cualquier compromiso que pueda haber con el “espíritu de los tiempos”, siendo este un espíritu con el que la Iglesia no debe, en ningún caso, transigir. Tal cosa es aplicable al diablo, pero también al espíritu de los Nuevos Tiempos que nació en Europa. La teología debe convertirse nuevamente en la reina de las ciencias. Todo o nada, cualquier camino intermedio solo nos conducirá al infierno.
El pensamiento político también debe volver a ser jerárquico. Las normas de una sociedad deben ser construidas verticalmente y nuestra forma de hacerlo debe pasar por aproximarnos a la especie, es decir, a una generalización del taxón. La cima de la jerarquía sería la monarquía sacral, una existencia paradójica en la cual del individuo se funde con la unidad y la unidad con el todo, siendo este el pináculo de la jerarquía misma. El rey sacral encarna a la especie humana y la especie se convierte en un individuo. Es por esa razón que se habla del “rey-padre”, del “padre del pueblo”, etc. No se trata solamente de un individuo sino del todo.
Todo ello nos lleva a la idea de que es necesario restaurar el sistema de clases y de castas, ya que entre un individuo n y el zar se hace necesario establecer las proporciones intermedias y las combinaciones necesarias que nos llevan de lo particular y general al individuo. Esto es la ontocracia: la creación de una jerarquía social basada en la calidad de la esencia del alma de las personas, donde se expresa su naturaleza interna solar, lunar o terrestre. Esta era la organización que tenían todas las sociedades tradicionales y debemos restablecer ese sistema. Sólo una filosofía política basada en este pensamiento orbital será capaz de solucionar todas las paradojas y problemas a los que nos ha conducido la democracia liberal que hoy en día está degenerando hasta el punto de volverse la peor de las tiranías.
La antropología deberá fundarse sobre el alma soberana, que tiene su origen en la dimensión más profunda, es decir, el punto donde se encuentra el espíritu. En ese sentido es indispensable recuperar la idea aristotélica del intelecto activo. La teoría del Sujeto Radical también puede considerarse como parte de esta categoría.
Por último, la revolución conservadora dentro de la ciencia requiere la creación de una nueva física y una nueva cosmología. Debemos descartar totalmente el atomismo y al hacerlo también todas las clasificaciones, teorías, conceptos y términos basados en él mismo. Necesitamos depurar la física, volver a los cinco elementos (el alfabeto del cosmos), replantear fenomenológicamente el cosmos desde una perspectiva existencial (in-der-Welt-Sein) y una ontología holística. Mientras las ciencias naturales no asuman un pensamiento orbital, es decir, un Logos tridimensional, nos espera el desastre. Resulta inútil que cambiemos el componente cultural y humanitario de la sociedad mientras continuemos defendiendo ideas pseudo-lógicas en ámbitos como la naturaleza, la materia, la sustancia y los cuerpos. El cosmos es el cuerpo que actúa como soporte y fundamento del espíritu. Un espíritu puro jamás podrá habitar un cuerpo sucio y deformado por la lepra. Así que es necesario restablecer la jerarquía – por ejemplo, los 5 elementos – que hacen gravitar la tierra y el agua o levitar el aire y el fuego, hasta que por fin llegamos al éter celestial e inmutable que existe más allá de la luna.
El giro que salvará nuestras vidas
Muchos seguramente pensaran que semejante proyecto científico propuesto por la revolución-conservadora es demasiado radical, inviable y poco razonable. Descartamos de ante mano esta idea. La Modernidad ha alcanzado un grado tan extremo de degeneración que a estas alturas ya no basta aplicar medidas paliativas, ajustes y correcciones parciales con tal de permanecer dentro del paradigma dominante. Por otra parte, la Posmodernidad ha cuestionado este paradigma y lo ha hecho de una forma muy convincente, ingeniosa y razonada.
Pero los posmodernos proponen aplicarnos la eutanasia y no buscar una cura. El realismo especulativo va aún más lejos y propone liquidar lo que queda del sujeto (el cual se encuentra debilitado, en estado de desmoronamiento y agonía) en favor de otra cosa que surge de la mentira. Es por eso que el realismo especulativo intenta fundamentar una especie de satanismo ontológico que identifica abiertamente con las oscuras figuras de la fantasía lovecraftiana: los dioses idiotas, es decir, los Antiguos, que viven al otro lado – ¡más allá! – de la materia. Ellos llaman a que cedamos nuestros cuerpos a estas criaturas con tal de delirar en el aire (como lo hacen los posmodernos) o para que hablen en los departamentos de filosofía de las universidades (como sucede con el realismo especulativo).
Enfrentados a una desintegración tan abierta de la conciencia científica, donde el perfeccionamiento tecnológico va acompañado de un descenso cada vez más irreversible hacia la locura absoluta, no resulta para nada extravagante exigir un replanteamiento fundamental de la ciencia moderna en todos sus aspectos. Si las instituciones académicas aceptan las teorías de la Ilustración Negra basadas en la ontología orientada hacia los objetos de Nick Land, quien pide la destrucción de la humanidad y de la vida en la tierra, o la topología lacaniana que busca deconstruir los últimos restos de racionalidad, entonces podemos decir que esta nueva epistemología planteada por la revolución conservadora se encuentra totalmente libre de cualquier compromiso.
Tanto la ciencia moderna como la sociedad que ha sido creada por ella se encuentran en proceso de desintegración y al borde de la extinción. Por lo que no es descabellado proponer un regreso a Aristóteles, a la taxonomía vertical y al pensamiento orbital. Todo lo que hoy se está desplomando ya se encuentra en proceso de caída, sea que lo ayudemos o no a caer. Este proceso es un hecho consumado.
Frente al desmoronamiento de la ciencia bidimensional solo podemos reaccionar de dos maneras: ser arrebatados por la desesperación y arrojar al fuego el esquema que hemos trazado o apartar nuestra vista de este plano y dirigir nuestra mirada y fascinación hacia el mundo tridimensional que la Modernidad intentó hacernos olvidar.
La ciencia moderna ha muerto. Y todos los caminos que nos esperan adelante no son más que los senderos que nos conducen a un cementerio.
No obstante, ahora nos damos cuenta que antes existía la vida, una vida que existía en la mente, en el espíritu, en el pensamiento y en el conocimiento. No se trata de un mito. Aquí encontramos a Aristóteles y la Edad Media. Es la riqueza abundante e intempestiva del pensamiento cristiano, que es el único verdaderamente científico.
El pensamiento orbital, es decir, la ciencia que se encuentra fundamentada en el Logos tridimensional, no solo es posible, sino que es necesaria.
Este es el único modo de salir del atolladero en que nos encontramos. Mientras más rápido seamos capaces de comprender esto, más rápido podremos superar este peligroso abismo hacia el que se dirige la civilización y de ese modo salvarnos ahora que nos encontramos al borde del abismo.
Notas del Traductor:
1. Haecceitas (del latín haecceitas, hic - esto, estidad) es un término de la filosofía escolástica medieval, acuñado por los seguidores de Juan Duns Scoto (1266-1308) para describir un concepto que denota las calidades discretas, propiedades o características de una cosa que lo hace una cosa particular. Haecceitas es la “estidad” de una persona u objeto, la diferencia individualizadora que existe entre el concepto de “un hombre” (no totalmente concreto) y el concepto “Sócrates” (una persona concreta).​ 
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera