EL PUEBLO COMO IGLESIA

Es muy frecuente escuchar que la Iglesia esta corrompida, es malvada o incluso cosas peores. Sin embargo, debemos tener en cuenta que en la tradición ortodoxa el concepto de Iglesia se aplica a todos los creyentes o, mejor dicho, a todos los cristianos que han sido bautizados en la Iglesia Ortodoxa Rusa.
Y esa es una de las principales diferencias entre el catolicismo y la ortodoxia, pues el cristianismo occidental considera que la Iglesia solamente está compuesta por la clase sacerdotal: diáconos, sacerdotes y obispos. Los cristianos de a pie existen fuera de este círculo: no existen dentro de la iglesia, sino a su alrededor. De ahí la teoría de la infalibilidad del Papa, ya que al ser la cabeza de la Iglesia católica, en el sentido de que él se encuentra en la cúspide de esa institución, es el gobernante directo y la cabeza de todos los demás rangos inferiores dentro de ella.
Es más, hasta hace muy poco el catolicismo incluso practicaba formas de comunión distintas para los sacerdotes y los fieles: a los católicos de a pie únicamente se les daba la hostia, mientras que la sangre y el cuerpo de Cristo solo podía ser consumido por los miembros de la jerarquía eclesiástica.
La Ortodoxia tiene una doctrina sobre la Iglesia muy diferente, pues la Iglesia de Cristo no es una institución, ni un lugar de culto ni tampoco un cuerpo sacerdotal. Es una unidad mística compuesta por todos los que se consideran cristianos ortodoxos, sean laicos o sacerdotes.

Toda crítica hecha a la Iglesia implica una crítica y una autocrítica tanto para los laicos como para los sacerdotes. Si existe el desorden dentro de la Iglesia, entonces es necesario buscar la culpa en uno mismo. Los clérigos y los laicos pueden abandonar las normas de la piedad, llevar una vida inadecuada, pecar y desviarse del verdadero camino, pero esto no puede aplicarse a la Iglesia como todo. Porque junto a quienes caen existen otros que se elevan, frente a quienes apostatan vemos ejemplos de santidad, frente al engaño también brilla la verdad.
Lo que ocurre en la Iglesia de Cristo y lo que ocurre en el alma de un individuo, es decir, en un miembro de la Iglesia, no puede ser considerado como dos realidades autónomas o que no se interceptan entre sí: la Iglesia somos todos nosotros y todos nosotros somos la Iglesia. Pensar que solamente el clero y las instituciones eclesiásticas son la Iglesia es no entender qué es la Ortodoxia. Al fin y al cabo, la figura del patriarca dentro del cristianismo oriental es interpretada de una manera muy distinta al catolicismo: el patriarca es el primero entre todos los obispos, pero no es el señor o el gobernante de la Iglesia. Es una parte de ella, pero no el todo. Es un ser humano como todos nosotros. Puede equivocarse y tropezar, por lo que tiene una responsabilidad ante Dios muy parecida a la nuestra.
Si comprendemos esto, nos damos cuenta que toda crítica lanzada en contra de la Iglesia (que cada vez son más duras) adquiere un sentido muy diferente. Si creemos que la jerarquía eclesiástica ortodoxa cada vez se parece más a la católica y vemos intentos de convertirla en una forma de papismo, que inevitablemente traerá consigo el nacimiento de un Gran Inquisidor, entonces podemos hablar de un retroceso al interior de las normas de la Iglesia. Por lo tanto, no se trata tanto de lo que hace la Iglesia, sino de todo lo malo que hay en ella. Y esta corrupción alimenta igualmente la corrupción que existe en nuestras almas y mentes, sin hablar de que aumenta nuestra debilidad espiritual.
Esto se aplica también a los círculos liberales dentro de la Iglesia. La Iglesia en sí no es responsable por ellos, pues la filosofía liberal es la antítesis del cristianismo, del mismo modo que el pecado es la antítesis de la piedad y la embriaguez es la antítesis de la sobriedad. Tanto las herejías católicas como liberales son una enfermedad y un signo de apostasía. Pero esto debe ser corregido no por la indignación y la crítica, sino por nuestra perfección interior que busca curar y desea restaurar los fundamentos de nuestra auténtica tradición ortodoxa.
Un verdadero cristiano ortodoxo que haya alcanzado la perfección puede convertirse en el catalizador que transforme la enfermedad en una cura y salve el cuerpo de Cristo. Así como un pequeño virus es capaz de envenenar a todo un organismo, la victoria sobre este solo puede ser alcanzada a nivel celular: es así como se enfrenta la enfermedad y se restaura la plenitud de la vida.

Es entendible que muchos de lo que acontece dentro de la Ortodoxia y la jerarquía moderna nos cause ansiedad; sin embargo, cuando esta ansiedad se convierte en un ataque agresivo, carente de críticas y cargado de veneno, histeria y gritos, simplemente no podemos esperar nada de ello. Si queremos volver al camino recto, tenemos primero que experimentarlo. ¿Y qué cristiano puede decir que se ha convertido en santo? Afirmar la santidad con orgullo la desmiente inmediatamente. Sólo Cristo, nuestro Dios, es la Verdad y el Camino hacia ella. Cuando nos convertimos en cristianos, tomamos este camino y es un camino muy difícil.
Y si existen quejas contra la Iglesia, es mejor examinarnos a nosotros mismos para corregirnos, purificarnos y elevarnos. Y sólo entonces cambiarán las cosas: cada célula debe luchar contra la enfermedad dentro de sí misma. No debemos caer en la desesperación, por el contrario, debemos seguir el camino de Cristo y superar cualquier obstáculo.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera