Joe Biden y el fin de la hegemonía norteamericana

Biden, el hombre más poderoso del mundo, ha comenzado a quejarse del fracaso de los Estados Unidos en Afganistán. Es comprensible, pues de vez en cuando hasta las personas enfermas se quejan y patalean. La debacle del globalismo liberal en Afganistán ha sido un duro golpe.
Cuando Biden todavía aspiraba a llegar al poder y se burlaba de la derrota de Trump, empezó a hablar del Build Back Better (reconstruirlo todo, pero mejor). Este era el lema que lanzaron los globalistas en Davos durante el 2020 y esperaban con ello impulsar el Great Reset. Este plan tenía como prioridades:

Hacer retroceder el populismo e impedir la reelección de Trump en los EEUU;

Reforzar la ya tambaleante dictadura de las élites liberales en la Unión Europea;

Impedir la consolidación de la soberanía rusa y china, entre otras, por medio del socavamiento de los precios del petróleo y el gas al recurrir a la excusa medioambientalista (energía verde);

Acelerar la globalización y difundir la ideología de género;

Impulsar el desarrollo tecnológico por medio de la Inteligencia Artificial y las tecnologías post-humanas (redes neuronales, cyborgs, etc.);

E inocularle a toda la humanidad vacunas muy sospechosas.

Para poner en práctica estos puntos era necesario cumplir una serie de objetivos determinados que garantizarían el éxito estratégico del globalismo y que podemos resumir en las siguientes ideas:

Hacer retroceder a Rusia con la devolución de Crimea a Ucrania, la interrupción de la construcción del Nord Stream 2 y el ascenso de Navalny o, en el peor de los casos, Medvédev al poder;

Derrotar a China a través de una guerra comercial;

Aplastar a Orban y a los polacos, ya que no estos no aceptan las políticas migratorias y la ideología de género dentro del marco de la UE;

Llevar a cabo una revolución de colores en Bielorrusia;

Asestar un duro golpe al intransigente Irán y a la obstinada Turquía;

Derrocar al gobierno de Assad en Siria;

Y ponerle fin al fundamentalismo islámico que Estados Unidos financió durante la Guerra Fría.

Solo se podrá volver a construir un mundo unipolar y restablecer el Gobierno Mundial una vez que todos estos desagradables obstáculos desaparezcan. O al menos eso es a lo que aspiraban los partidarios de la “Gran Reconstrucción”.
Los neonazis ucranianos, alentados por la llegada de Biden a la Casa Blanca, reiniciaron su ofensiva sobre el Donbass, pero fueron inmediatamente derrotados. Moscú realizó toda una serie de ejercicios militares y esto helo la sangre de los payasos de Kiev. El Nord Stream 2 ha sido construido y ya ha comenzado a funcionar. Mientras tanto, el ultraconservador Raisi fue elegido como el nuevo presidente iraní y con ello se vienen abajo todas las esperanzas de cambiar este país; Erdogan sigue afianzando su poder en Turquía; Orban rechaza la llegada de inmigrantes y los desfiles del orgullo gay en Hungría; Lukashenko sigue en el poder en Bielorrusia, impide la llegada de aviones globalistas a su país y expulsa a los refugiados iraquíes a la vecina Lituania que hace parte de la OTAN. Por otro lado, Assad hace lo que quiere en Siria, China no ha dado un paso atrás en su política y el gas y el petróleo siguen teniendo precios muy altos. En Estados Unidos la lucha de los globalistas contra el Partido Republicano y el trumpismo no ha hecho otra cosa que dividir a la ciudadanía.
El clímax de todas estas derrotas ha sido la vergonzosa retirada de los Estados Unidos de Kabul, donde los talibán están atacando a los pocos soldados que quedan. Y uno se pregunta, ¿qué esperaba obtener Washington? Tal parece que han perdido la guerra a pesar de haber ocupado ese país por más de veinte años. Su huida de Afganistán ha dejado atrás grandes cantidades de armas que ahora intentan destruir con bombardeos y explosiones.
Podemos decir que los seis meses que han trascurrido desde que el senil Biden llegó al poder han sido un verdadero fracaso. A nadie parece interesarle lo que dice, pues ha quedado claro que esta demente. El plan de las élites globalistas, que era regresar al unipolarismo de la década de 1990, simplemente no ha funcionado… o ha fallado por completo. Es el fin del mundo unipolar y no se puede hacer nada.
Pocos se han dado cuenta aún de la gravedad de lo que está pasando. Las élites liberales actuales, que querían recuperar su poder en este mundo post-Trump, se han dado cuenta de que las cosas no están saliendo como esperaban y no comprenden que es lo que pasa. Las viejas heridas siguen sangrando y neoconservadores e impulsores de de la globalización como Bernard-Henri Lévy se han lanzado apoyar la revuelta del Panshir con tal de que los tayikos afganos luchen desesperadamente contra los talibán (prohibidos en Rusia). No obstante, Lévy y los globalistas no hacen sino cosechar derrotas en Siria, el Kurdistán, Ucrania y Georgia… Ellos se han convertido en Monsieur pas des chances (hombres sin futuro). Todo liberal es hoy en día… un Monsieur pas des chances. Ya no pueden hacer nada, todos los demás ganan y quienes han ganado no quieren reconstruir el mundo unipolar.
Todo ello es imposible de aceptar para quienes gobernaron el mundo a su antojo y siguen haciéndolo por simple inercia. La élite soviética de 1990 tampoco creía que la URSS fuera a colapsar y hoy vemos que el mundo unipolar se está derrumbando. Todo esto tiene ciertas reminiscencias del colapso de las Torres Gemelas, pero a cámara lenta: nubes de polvo, ráfagas de fuego, oficinistas que se lanzan por las ventanas, edificios que se caen a pedazos mientras la tierra tiembla… Pero todo parece seguir igual, aunque sea por un momento…
Estados Unidos se encuentra hoy ante una encrucijada: Biden agita sus viejos y arrugados puños en el aire amenazando a los musulmanes radicales (ISIS o los talibán) y todo ello nos recuerda el patetismo de Gorbachov cuando la URSS se estaba cayéndose a pedazos.
Sin embargo, lo importante no es que los estadounidenses se hayan ido de Afganistán, sino la manera en que se han ido. Sin duda ha sido una gran desgracia y todo esto puede marcar el fin de los Estados Unidos. Las cosas no serán como antes, pues ya no podrán reconstruir las cosas como querían (Build Back Better). Solo podemos sacar una conclusión de todo esto: el unipolarismo no funcionó y jamás lo hará.
El mundo post-Afganistán será más libre y cada actor podrá hacer lo que quiera. Por lo tanto, de ahora en adelante la soberanía tendrá que ser defendida como valor supremo no solo en contra del hegemón actual, sino frente a unas situaciones cada vez más complejas y complicadas. Sí, el Imperio Americano se irá desvaneciendo y decayendo, pero este proceso apenas ha comenzado y no hemos sino dado el primer paso. Tendremos que esperar un poco más.
Sin embargo, ¿qué haremos con esta nueva libertad que hemos adquirido? ¿Cómo lo usaremos o defenderemos?
Esa pregunta ronda la cabeza de Pekín, Teherán, Ankara, Riad e incluso Kabul. No sé en qué estará pensando el Kremlin, pero es imposible que permanezca indiferente ante lo que sucede.
Biden no sólo ha trastabillado y se ha golpeado: en realidad ha terminado por romperse todos los huesos y ahora está en una cama de hospital con pocas probabilidades de volver a pararse.
EE.UU. sigue existiendo, pero es cada vez menos poderoso y necesita de cuidados constantes. Todo esto sería fantástico si no supiéramos que el nuevo mundo post-liberal que se viene tendrá que enfrentar muchos problemas difíciles. Y pienso que no estamos preparados para afrontarlos.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera