La Geopolítica de la Distopia: El Totalitarismo de Orwell desde el punto de vista de la Teoría del Mundo Multipolar

Resumen

El presente trabajo es una lectura de la historia de ciencia ficción 1984 de George Orwell desde el punto de vista de la Teoría del Mundo Multipolar (TMM) desarrollada por el filósofo político ruso Alexander Dugin con la multipolaridad de la distopia orwelliana, evidenciando sus similaridades y divergencias. Concluimos que la multipolaridad orwelliana no es una multipolaridad en el sentido de la TMM, que propone al mundo multipolar a la formación de bloques geopolíticos asentados sobre valores civilizacionales comunes a los grandes espacios geográficos. En vez de eso, los superestados orwellianos se basan en ideologías totalitarias que poseen origen en los valores modernos universalizantes del Occidente, criticados por Dugin como el origen de los totalitarismos e imperialismos occidentales. Tales valores, argumentamos, podrían llevar a una distopia futura similar ya representada en 1984.

Introducción

El siglo XX vio la ascensión de diferentes ideologías que tomaron la forma de lo que se llama hoy el “totalitarismo”, formas extremamente autoritarias de gobierno, con restricciones a las libertades y discursos de superioridad y odio a otros pueblos y visiones del mundo, caracterizando el siglo XX como una era de radicalismo político, siendo inclusive llamado por historiadores como Hobsbawm como la “Era de los extremos”. Las dos guerras mundiales, la formación de grandes alianzas entre diferentes naciones en busca de la consolidación de sus ideologías, como el comunismo, el fascismo, el nacismo y el liberalismo, llevaron a la crisis del modelo de Estado-nación westphaliano y la formación de poderosos bloques geopolíticos, como el Eje, durante la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética y más tarde la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que trabaron diversos conflictos bélicos y políticos que moldearon las fronteras del mundo actual, llevando al fin de antiguos bloques y Estados y poniendo fin a la división ideológica del mundo que imperaba antes de la caída de la Unión Soviética en 1991.

El gran poderío estatal aliado al fanatismo ideológico consecuente de una propaganda masiva de las virtudes de cada modelo ideológico, la manipulación de la información, las carreras armamentistas y las políticas militaristas provocasen diversas brutalidades; como los genocidios cometidos durante la Segunda Guerra Mundial y diversas otras masacres relacionadas con conflictos regionales que reflejan los intereses de bloques geopolíticos mayores, como las masacres cometidas en la Guerra de Vietnam durante el periodo de la Guerra Fría.

Después del fin de las brutalidades de la Segunda Guerra Mundial, en 1949, el autor británico George Orwell publica una novela titulada 1984. En su novela, Orwell delinea una distopia futura, por vuelta del año 1984, que sería una posible consecuencia de la entonces configuración política mundial, en vísperas de la Guerra Fría, en que el mundo era dividido entre dos grandes polos: el bloque occidental, teniendo como valores el liberalismo y el modo de producción capitalista y teniendo como líder a los Estados Unidos de América; y el bloque oriental, teniendo como valores el comunismo, el modo de producción socialista y teniendo como líder a la Unión Soviética

En su novela 1984, Orwell describe un mundo dividido en tres grandes bloques geopolíticos: Oceanía, comprendiendo la Gran Bretaña, los Estados Unidos y todo lo restante del continente americano, contando con algunas regiones más en el hemisferio sur; Eurasia, comprendiendo a Europa, Rusia y los territorios que eran entonces parte de la Unión Soviética; y Lestasia, comprendiendo a China, Japón, y algunos otros territorios adyacentes. Cada uno de los bloques geopolíticos formados poseen una ideología estatal propia que fundamenta todas sus prácticas geopolíticas. En Oceanía la ideología hegemónica es llamada Socing; en Eurasia, el neobolchevismo; en Lestasia, una ideología con nombre oriental que puede ser traducida como “Adoración de la Muerte”. Los tres bloques viven en conflicto bélico constante en disputa por el dominio de las regiones no-alineadas localizadas en la Línea del Ecuador.

La novela transcurre en el universo de Oceanía, teniendo como protagonista al personaje de Winston, un funcionario del partido único del superestado de Oceanía, que trabaja para el Ministerio de la Verdad, encargado de realizar el trabajo de manipulación mediática, la censura de ciertos contenidos y la reescritura de documentos oficiales, a manera de consolidar una narrativa histórica oficial del Partido, que muta constantemente al depender de sus posicionamientos políticos, excluyendo cualquier versión alternativa que le pueda ser crítica.

La narrativa presenta diversos motivos comunes al totalitarismo histórico del siglo XX, como la manipulación mediática, la censura, los medios masivos, la adoctrinación política de la juventud, la fe en un líder único todopoderoso y la vigilancia constante de sus ciudadanos. Winston, por ser miembro del partido, es constantemente vigilado por aparatos llamados teletelas, que son instalados en las casas de todos los miembros del Partido y que son capaces de captar todos los sonidos y en gran parte los movimientos de las personas presentes. Winston forma parte del núcleo externo de los núcleos del partido, no teniendo contacto con un núcleo interno que tendría ciertas ventajas políticas. Además de los núcleos del partido, está lo restante de la sociedad, los llamados proletas, que son controlados por un medio masivo que les impide de crear algún tipo de conciencia política que les permite oponerse a la hegemonía del Partido y realizar algún cambio significativo en la sociedad.

Winston constantemente se cuestiona acerca de la validaes de las narrativas oficiales de la historia, dudando de su autenticidad y veracidad. Al trabajar en el ministerio responsable del revisionismo histórico, tiene la oportunidad de tener contacto con una prueba de un acontecimiento histórico que tiene que ser destruida para preservar la narrativa oficial. Descontento con la situación en la que se encuentra, Winston se involucra con Julia, funcionaria del Partido y un personaje rebelde, más sin capacidad de movilizar su rebeldía contra la configuración política actual. Y más tarde, se involucra con O’ Brien, también miembro del Partido y que le dirá que es parte de una organización secreta, llamada la Gran Confradía, dándole esperanzas de realizar una geniuna revuelta contra el sistema.

O’Brien le prestará un libro prohibido, un tipo de manifiesto, escrito por Goldstein, una figura que es pintada por la propaganda oficial como el mayor enemigo y traidor de Oceanía y supuesto líder de la Gran Confradía. En el libro escrito por Goldstein hay una descripción breve de la formación geopolítica del universo de 1984, describiendo los tres grandes bloques geopolíticos previamente presentados y sus respectivas ideologías, bien como la razón de ciertas políticas conducidas por Oceanía, como las constantes guerras realizadas a veces contra Eurasia, a veces contra Lestásia.

Entretanto, Winston y Julia son capturados por el Partido y llevados a prisión. Allí, Winston ve nuevamente a O’Brien; sin embargo, no como un prisionero, sino como un miembro fiel del Partido que realizará una serie de experimentos con él para “reeducarlo” en la doctrina oficial. Los experimentos consisten en una serie de torturas inhumanas contra Winston, en un intento de destruir la fidelidad que le había prometido a Julia anteriormente, de forma que Winston nunca más sea capaz de crear lazos de lealtad con nadie más que no sea el Gran Hermano, el líder supremo del Partido.

En el presente estudio, nos enfocaremos en la dimensión geopolítica de la obra, buscando explicar cómo es posible la formación de bloques geopolíticos poderosos como la Oceanía, Eurasia y Lestásia, desde el punto de vista de la Teoría del Mundo Multipolar (de aquí en adelante TMM) desarrollada por el filósofo político ruso Aleksandr Dugin, entre los años 90 y los años 2010, y que, según algunos autores, tendría influencia sobre la doctrina política del actual Estado Ruso (Goncalves, 2014). Buscaremos explicar, a la luz de la TMM, cómo la crisis del modelo de Estado-nación moderno, desarrollada a raíz de los tratados de Westphalia al final de la Edad Media, posibilitó el desarrollo de los grandes bloques geopolíticos del siglo XX y cuán cerca de la realidad estaría el universo ficticio de Orwell en lo que concierne a la batalla geopolítica librada entre sus tres grandes bloques geopolíticos.

Aún así, buscaremos explicar cómo la ideología totalitaria propagada por el Estado de Oceanía tendría sus orígenes en los valores ideológicos de la modernidad, como explica Aleksandr Dugin en su crítica a las tres teorías políticas de la modernidad, que vienen a ser el liberalismo, el socialismo, y las ideologías de la “tercera vía”, éstas representadas por el nacional-socialismo y el fascismo. De ahí concluiremos si la multipolaridad de Orwell es o no una multipolaridad en el sentido propuesto por Dugin y si el universo totalitario de Orwell sería posible en el futuro.

La Teoría del Mundo Multipolar

Aleksandr Dugin es un filósofo político ruso responsable por el desarrollo de la corriente ideológica llamada Neo-Eurasianismo, corriente influenciada por las obras de geopolíticos clásicos del inicio del siglo XX como Mackinder y Haushofer, además de la obra de los intelectuales eurasianos clásicos del periodo zarista; bien como filósofos tradicionalistas occidentales, como René Guénon y Julius Evola; y filósofos críticos del liberalismo occidental, como Alain de Benoist.

En Teoría del Mundo Multipolar (2012ª), Dugin afirma que después de la caída de la Unión Soviética, la bipolaridad de la Guerra Fría, esto es, el Occidente liberal-capitalista contra el Oriente marxista-comunista, llegó a su fin y dio lugar al mundo unipolar en el que vivimos hoy, encabezado por EEUU como potencia absoluta, aliado a los Estados miembros de la OTAN. Dugin parte de la idea de que los Estados-nación modernos, basados en el modelo westphaliano [1], son soberanos sólo en juramento, pero no de facto, esto es, no consiguen por si solos resistir la influencia del centro hegemónico mundial, particularmente, al Occidente liberal liderado por EEUU y la OTAN. En palabras de Dugin:

La gran mayoría de estos Estados actualmente no pueden abordar su propia seguridad o prosperidad frente al conflicto teóricamente posible con el poder hegemónico (que en nuestro mundo es claramente los Estados Unidos). Siendo así, que se encuentran política y económicamente dependientes de una autoridad externa. Siendo dependientes, no pueden ser centros de una voluntad verdaderamente independiente y soberana con respecto a las cuestiones globales del orden mundial. (DUGIN, 2012a, p. 10-11)

Cabe recordar los orígenes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), organización de cooperación militar creada después de la Segunda Guerra Mundial, reuniendo países occidentales como forma de resistir al poderío geopolítico de la URSS, rivalizando con los Estados del llamado Pacto de Varsovia, promovido por la URSS como reacción a los Estados del Este Europeo adyacentes bajo la zona de influencia soviética de la posguerra. Así, el objetivo original de la OTAN sería evitar una posible expansión soviética sobre el Occidente. Entretanto, inmediatamente después de la caída de la URSS en 1991, la OTAN continuó expandiéndose, agregando justamente a los Estados no-pertenecientes a la URSS que eran antes miembros del Pacto de Varsovia. Por tanto, hoy la OTAN, aliada de los EEUU, compone un centro de poder militar y político extremamente poderoso capaz de influenciar el mundo entero con su poderío. De hecho, las alianzas occidentales hoy, en vez de la propuesta original de resistencia a un bloque geopolítico rival, expanden su zona de influencia sin un adversario capaz de resistirles. Según Dugin “El inicio de los años 1990, cuando el “fin de la historia” parecía no sólo estar a la mano, sino prácticamente alcanzado, el concepto de “Occidente” casi se sobrepone al concepto de “mundo”, que acabó en el término “globalización” (DUGIN, 2013a, p. 26). Sobre la formación y definición del mundo unipolar, Dugin afirma que:

El colapso de la Unión Soviética significó la desaparición de una superpotencia simétrica e influyente bien como la desaparición de un gigantesco campo ideológico. Fue el fin de una de las dos hegemonías globales. Toda estructura de orden mundial de allí para adelante se tornó irreversiblemente y cualitativamente diferente. Con esto el polo remanente – liderado por los Estados Unidos y teniendo por base a la ideología liberal-demócrata capitalista – se preservó fenomenalmente y continuó con expandir su sistema sociopolítico (democracia, mercado, ideología de los derechos humanos) a una escala global. Es precisamente esto lo que se llama mundo unipolar. (DUGIN, 2012a, p. 13)

Como forma de resistencia al mundo unipolar y el universalismo occidental, Dugin propone la TMM, con diversos núcleos hegemónicos independientes capaces de resistir la influencia de otros núcleos y preservar sus modelos y valores civilizacionales contra la influencia universalista de la ideología liberal demócrata-capitalista:

[…] el modelo de la caldera [melting pot] americano se irá a extender a todo el mundo. Por consiguiente, esto eliminará todas las diferencias entre pueblos y culturas y la humanidad, individualizada y atomizada, será transformada en una cosmopolita “sociedad civil” sin siquiera fronteras. El multipolarismo presupone que los centros de decisión sean suficientemente relevantes (más no dependientes de una única instancia – como en las actuales condiciones del mundo unipolar) y que las diferencias culturales de cada civilización sean preservadas y fortalecidas (y no disueltas en una sola multiplicidad cosmopolita). (DUGIN, 2012, p. 19)

En uno de sus ensayos sobre el ideal neo-eurasiano, Dugin enumera alternativas posibles de los actuales Estados-nación frente al problema de la unipolaridad:

La autoliquidación e integración en un único espacio planetario bajo dominación americana (atlantismo, globalización);
Oponerse a la globalización, intentando preservar sus propias estructuras administrativas (soberanía formal) independientemente de la globalización;
Entrar en formaciones supraestatales de tipo regional (grandes espacios) con base en comunidades históricas, civilizacionales y estratégicas. (DUGIN, 2012b, p. 43)
Por lo tanto, la vía de la TMM propuesta por Dugin está en el ingreso de los diversos Estados-nación que se oponen al atlantismo y la globalización en organizaciones geopolíticas supraestatales basadas en valores civilizacionales semejantes y en estrategias coincidentes. Para Dugin, los neo-eurasianistas acreditan que el Estado ruso desempeñó diversas veces en la historia una función de adición de diversas civilizaciones eurasiáticas bajo un tejido civilizacional supraestatal común, capaz de ser un poder de contrapeso de un centro hegemónico, y que, por tanto, “la Rusia está destinada a desempeñar el mismo papel también en el S. XXI.” (DUGIN, 2012b, p. 53)

Más es importante precisar que Dugin no propone una visión bipolar para el mundo, como lo fue durante la Guerra Fría, o una forma de “imperialismo ruso”, como afirman sus críticos, puesto que:

Salta a la vista que el orden mundial multipolar no sólo es diferente del unipolar, como es su directa antítesis. La unipolaridad presupone una hegemonía en un centro de decisión, la multipolaridad insiste en unos cuantos centros, no teniendo ninguno de ellos derechos exclusivos y es concebida para tener en cuenta las posiciones de terceros. Siendo así que, la multipolaridad es la alternativa lógica y directa a la unipolaridad. No puede haber cualquier compromiso entre ambas […] (DUGIN, 2012a, p. 16)

De esa forma, la propuesta de Dugin de Rusia como centro de un posible bloque euroasiático como forma de resistencia a la influencia occidental universalista se asemeja a la configuración geopolítica presentada en 1984, en donde la Eurasia se presenta como un bloque rival a la Oceanía, compuesta por lo que era el mundo anglosajón y las Américas. Además, el mismo nombre escogido por Orwell para el bloque rival de Eurasia y Lestasia se asemeja a los términos utilizados por Dugin para describir el bloque occidental, el bloque “atlantista” que representa un poder talasocrático (del griego thalassa, océano, mar). La presencia de un tercer bloque, Lestasia, crea un equilibrio de poderes en el universo orwelliano que a primera vista se asemeja a la propuesta de la TMM.

La “Multipolaridad” de la Ficción Orwelliana

La descripción del mundo de 1984 presentada en el Manifiesto de la Gran Cofradía, titulada Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, estaría muy cerca de las tendencias que se verificaron históricamente en el siglo XX, como se puede observar en el siguiente pasaje:

La división del mundo en tres grandes superestados fue un evento que ya podía ser predicho – y fue de hecho – antes de mediados del siglo XX. Con la absorción de Europa por Rusia y del Imperio Británico por los Estados Unidos, se formasen dos de las tres superpotencias hoy existentes: la Eurasia y la Oceanía. La tercera de ellas, la Lestasia, sólo emergió como unidad distinta después de más de una década de confusos conflictos armados. En algunos lugares las fronteras entre los tres superestados son arbitrarias, en otros oscilan de acuerdo con los fracasos de la guerra, más en general acompañan características geográficas. La Eurasia comprende la totalidad de la parte norte de dos continentes: el europeo y el asiático, de Portugal al Estrecho de Bering. La Oceanía incluye a las Américas, las islas atlánticas – incluso las británicas –, a Australasia y la parte sur de África. La Lestasia, menor que las otras y con una frontera occidental menos definida, incluye a China y los países al sur de China, las islas de Japón y una gran parte más fluctuante de Manchuria, Mongolia y el Tíbet. (ORWELL, 2009, p.221)

Son evidentes las tendencias históricas que estarían influenciando la ficción de Orwell. Los dos centros hegemónicos surgidos después del fin de la Segunda Guerra Mundial, EEUU y URSS, absorbieron los Estados-nación adyacentes, los cuales no les podían resistir, y formarían grandes bloques geopolíticos. La Conferencia de Yalta, realizada por los líderes aliados Churchill, Roosevelt y Stalin en los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, trazó los planos futuros para la división de los Estados que formarían parte del Eje y dividirían a Europa entre los dos bloques geopolíticos adversarios que ascenderían luego del conflicto.

América Latina bajo influencia de Oceanía podría ser explicada por la tendencia histórica de los Estados latinoamericanos a alinearse con los Estados Unidos y Occidente, como fue el caso de Brasil durante la Segunda Guerra Mundial. Se puede argumentar que Orwell habría acertado al predecir a América Latina alineada a los Estados Unidos teniendo en cuenta las dictaduras latinoamericanas posteriores influenciadas por los conflictos ideológicos entre Occidente y Oriente, como las dictaduras en Brasil y Chile. Orwell también habría acertado en la predicción de la ascensión de otro centro de poder: China. A pesar de haber recibido inicialmente el apoyo de la URSS y haber actuado en conjunto con esta en ciertos momentos, como durante la Guerra de Vietnam, la República Popular de China rompió relaciones con la URSS debido a divergencias ideológicas con el Kremlin. Hoy China se presenta como un posible adversario a la hegemonía americana.

Orwell habría predicho acertadamente, como Dugin afirma, que los Estados-nación no podrían más resistir la influencia hegemónica de los centros de poder, como los EEUU, Rusia y China, y acabarían aunándose a entidades geopolíticas supraestatales. Entretanto, cuestionaremos más adelante si la multipolaridad orwelliana es constante con la TMM de Dugin, a pesar de las aparentes similitudes, pues Orwell traza una formación de entidades supraestatales basadas en corrientes ideológicas totalitarias, en vez de similitudes civilizacionales, como la TMM propone.

Más al frente, Orwell describe una situación semejante a lo que aconteció durante la Guerra Fría, en la que los diversos conflictos bélicos alrededor del mundo no poseían el carácter destructivo y decisivo de las Guerras Mundiales anteriores, más en vez de eso, había constantes conflictos con el objetivo de colocar bajo sus zonas de influencia los Estados no-alineados:

En combinaciones variables, esos tres superestados están permanentemente en guerra: habiendo sido así los últimos veinticinco años. La guerra, con todo, ya no es la confrontación desesperada, aniquiladora, que era en las primeras décadas del siglo XX. Es una lucha de objetivos limitados entre combatientes que no tienen cómo destruirse los unos a los otros, carecen de causas concretas para luchar y no están divididos por ninguna diferencia ideológica genuina. Eso no significa que en la práctica concreta de la guerra o de la actitud predominante en relación a ella se haya tornado menos sanguinaria o mas caballeresca. Al contrario, la histeria guerrera y continua es universal en todos los países […] En un sentido físico, sin embargo, la guerra involucra efectos mínimos – en general especialistas muy bien entrenados – y causa relativamente pocas bajas […]
Para comprender la naturaleza de la guerra actual – pues, a pesar de la reagrupación que ocurre cada pocos años, siempre es la misma guerra –, es preciso que se comprenda antes que nada que es imposible que ella sea decisiva. Ninguno de los tres superestados puede ser definitivamente conquistado – ni uno mismo en alianza de los otros dos. Existe un equilibrio muy marcado entre ellos, y sus defensas naturales son gigantescas […]
En segundo lugar, ya no existe, en el sentido material, nada por lo cual combatir. Como el establecimiento de las economías autosustentables, en las cuales la producción y el consumo se calibran recíprocamente, la disputa de los mercados, uno de los principales motivadores de las guerras pasadas, llegó a su fin; la competición por materias primas dejó de ser la cuestión de vida o muerte. Sea como fuese, los tres superestados son tan vastos que cada uno de ellos obtiene casi todas las materias primas que necesita dentro de sus propias fronteras. En la medida en que la guerra tiene un objetivo económico directo, se trata de una guerra por la fuerza de trabajo. (ORWELL, 2009, p. 221-222)

Orwell predijo que las guerras de un mundo dividido entre superestados no serían decisivas y serían muy limitadas, pues un superestado sería demasiado grande para ser destruido, lo mismo con una alianza entre dos superestados rivales. La formación de grandes bloques podría llevar a un equilibrio de fuerzas que impediría que los superestados sufriesen una influencia externa y la cual no podrían resistir. Tal equilibrio de fuerzas se verificó durante la carrera armamentista protagonizada por los EEUU y la URSS, en la que ambas potencias buscaban desarrollar armas nucleares cada vez más poderosas y realizaban pruebas con esas armas que mostrarían al mundo su poderío. El miedo de que una guerra nuclear llevaría a la aniquilación de la humanidad impidió un conflicto directo de larga escala entre las dos potencias, llevando a diversos diálogos y tratados de limitación de armas nucleares. La gran mayoría de las guerras disputadas durante la Guerra Fría y hasta hoy son guerras proxy, esto es, guerras donde los Estados u organizaciones beligerantes reciben apoyo directo o indirecto de los centros de poder y difícilmente muestran una amenaza seria a los centros hegemónicos, siendo restringidas a las periferias de los bloques geopolíticos. Fue el caso de la Guerra de Vietnam, como el apoyo comunista al Vietcong y el apoyo occidental a Vietnam; y el caso de la Guerra en Siria hoy, en la que las potencias occidentales dan apoyo indirecto a los rebeldes que combaten al gobierno de Bashar Al-Assad, este apoyado por los Estados como Rusia e Irán.

Un orden mundial predecido por Dugin con la TMM, en la que cada bloque geopolítico sea establecido sobre similitudes civilizacionales, Dugin predice que un equilibrio de fuerzas entre los bloques civilizacionales impediría conflictos decisivos, esto es, conflictos que llevarían un bloque a imponer su voluntad sobre otro, puesto que:

Cada una de las civilizaciones van a representar un polo de poder y el centro de la hegemonía local, excediendo la capacidad de todos sus componentes (acerca de esa civilización en particular), más no sosteniendo poder suficiente para imponer su voluntad a las civilizaciones vecinas.
El orden multipolar se reconstruirá en otro nivel del sistema westfaliano, con su soberanía, equilibrio de poder, caos en el panorama internacional, posibilidades de conflicto y potencial para algún discurso apaciguador. Con lo único pero fundamental de que los actores serán no los Estados-nación, copiados de las potencias capitalistas europeas de la era moderna, sino las civilizaciones, poseyendo estas una estructura interna completamente diferente, correspondiendo a las tradiciones históricas y a los códigos culturales. (DUGIN, 2012a, p. 85)

Ósea, el equilibrio de poder en la TMM sería fundamental para la garantía de la independencia de los pueblos y civilizaciones de las influencias ideológicas universalizantes que podrían partir de alguno de los bloques. Como ya se ha dicho anteriormente, Dugin y los neo-eurasianistas creen que Rusia desempeñará un papel de organizador de un bloque civilizacional eurasiático que proporcionaría un núcleo de resistencia a los valores universalizantes del Occidente hegemónico. Aunque, el ideal neo-eruasiano, de acuerdo con Dugin (2012b), deberá ser propagado para el mundo entero, de forma que diferentes grandes espacios civilizacionales sean construidos en resistencia al orden unipolar actual. Dugin elabora los siguientes principios que dirigirían al Eurasianismo:

Diferencialismo, o pluralismo de sistemas de valores contra la convencional dominación obligatoria de una ideología dada: la democracia liberal americana en primer y más importante lugar;
Tradición contra la supresión de culturas, dogmas y descubrimientos de las sociedades tradicionales;
Los derechos de las naciones contra los “billones de oro” y la hegemonía neocolonial del “norte rico”;
Las etnias como valores y sujetos de la historia contra la despersonalización de las naciones, aprisionadas en construcciones sociales artificiales;
Justicia social y solidaridad humana contra la explotación y humillación del hombre por el hombre. (DUGIN, 2012b, p. 36)
En cuanto a las motivaciones para la guerra en el universo orwelliano, los tres superestados competidores son autosuficientes y disputan por la mano de obra de las regiones no-alineadas, con fines de sustentar la guerra en curso contra los demás superestados, en vez de una disputa por mercados común a las guerras del pasado. Tal descripción se distancia de la configuración geopolítica posterior y actual del mundo, en la que las potencias políticas todavía compiten por recursos naturales, tales como combustibles fósiles, como por nuevos mercados, bajo la influencia de valores occidentales universalizantes. Dugin hace referencia a la Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales, de base marxista, para explicar las ambiciones expansionistas del Occidente:

[…] el Occidente, en la era burguesa, equiparó su destino al del capital y se convirtió en la localización geográfica de este. Y la razón de ser del capital es el dominio sobre el proletariado, razón por la cual bajo la máscara de la “democracia” y de la “igualdad” en las circunstancias capitalistas se encuentran la misma voluntad de poder y las prácticas de explotación y de violencia. De esta forma actúan los defensores de la Teoría Crítica, teniendo toda la razón. (DUGIN, 2012a, p. 67)

Por lo tanto, podemos concluir que la geopolítica distópica de Orwell posee muchas similitudes con esta e incluso hace predicciones acertadas sobre las tendencias geopolíticas que se verificarán en las décadas posteriores a la redacción de la obra. Entretanto, Orwell describió tendencias que no se verificarán más tarde, divergentes de las tendencias de expansión de los valores liberales-demócratas occidentales por el mundo. Tampoco predijo la formación de un mundo unipolar, formado a partir de la desintegración de uno de los bloques competidores, sin la necesidad de una victoria militar, y que llevó a la hegemonía ideológica del bloque liberal-demócrata capitalista por sobre el resto del mundo, como afirma Dugin. En vez de eso, Orwell optó por describir un mundo en el que las corrientes ideológicas que lo moldeasen estarían más próximas de los totalitarismos de inspiración socialista, con sociedades extremadamente cerradas y aisladas de las demás y que no buscan expandir los mercados, sino la expansión de mano de obra con vistas al desarrollo militar. Veremos en mayor detalle las tendencias ideológicas del universo orwelliano y cuál es su relación con los valores ideológicos de la modernidad occidental, criticados por Dugin como las fuentes del totalitarismo moderno.

Las raíces modernas del totalitarismo orwelliano

Todavía en el manifiesto de la Gran Cofradía, Goldstein hace una breve descripción de las corrientes ideológicas que guiarían las prácticas políticas de cada uno de los superestados competidores en 1984.

Los motivos totalitarios presentes en la obra son comunes a otras obras contemporáneas a la novela, como el trabajo de la filósofa Hannah Arendt en los Orígenes del Totalitarismos (1951), en el que investiga los orígenes del totalitarismo soviético y nazista; el drama El Caso Oppenheimer (1964) de Heinar Kipphart, sobre la investigación realizada contra el físico norteamericano Robert J. Oppenheimer, responsable por el desarrollo del programa nuclear norteamericano e investigado por supuesta colaboración con los soviéticos debido a sus simpatías izquierdistas; y Heliópolis (1949) de Ernst Jünger, novela distópica ambientado en una sociedad con características autoritarias. El miedo del totalitarismo, por lo tanto, era un tema común de la época y la novela 1984 se convirtió en uno de los títulos más representativos de tendencia crítica al totalitarismo en la literatura, siendo visto incluso como una predicción plausible del futuro de la humanidad.

En 1984, Goldstein describe que los tres superestados poseen como base una ideología totalitaria que los lleva al aislacionismo extremo y una total vigilancia de sus cuadros administrativos y al control estricto de la información. Cada superestado impide que sus ciudadanos tengan contacto con información e ideas venidas de otro superestado, de forma que limita la visión del mundo de sus ciudadanos solo a la realidad interna de cada ideología.

Es absolutamente necesario para sus estructuras que no haya contacto con extranjeros, excepto, hasta cierto punto, con prisioneros de guerra y esclavos negros. Incluso el aliado oficial del momento es siempre visto con profundas sospechas. Fuera de los prisioneros de guerra, el ciudadano promedio de Oceania jamás pone los ojos en un ciudadano de Eurasia o Lestasia, y está prohibido de conocer idiomas extranjeros. Si tuviese permiso para mantener contacto con extranjeros, descubriría que son criaturas semejantes a él, y que casi todo lo que le dijeran sobre esas personas es mentira. El mundo sellado en el que vive sería abierto, y el miedo, el odio y la presunción sobre las cuales se apoya su disposición para la lucha podrían evaporarse. Mediante eso, todas las partes se dan cuenta claramente de que por mucho que Persia, Ceilán, Egipto o Java cambien de manos, sus fronteras jamás deberán ser cruzadas por nada que no sean bombas.

Detrás de todo esto hay un hecho nunca antes mencionado a viva voz, pero que es entendido tácitamente y que justifica una serie de acciones; las condiciones de vida en los tres superestados son casi las mismas. En Oceania la filosofía vigente tiene el nombre de Socing; en Eurasia tiene el nombre de neobolchevismo; en Lestasia tiene un nombre chino que se acostumbra traducir como Adoración de la Muerte, pero que tal vez fuese mejor representado como Obliteración de la Identidad. El ciudadano de Oceania tiene prohibido conocer los detalles de los credos de las otras dos filosofías, pero aprende a ejecutarlas como ofensas bárbaras a la moralidad y el sentido común. En verdad, las tres filosofías no tienen casi ninguna diferencia entre sí, y los sistemas sociales que ellas justifican son idénticos. En toda parte existe la misma estructura piramidal, la misma adoración a un líder semidivino, la misma economía justificada única y exclusivamente por una actividad continua de guerra. (ORWELL, 2009, p. 232-233)

Muchas de las características totalitarias descritas en la novela de Orwell pueden ser verificadas en diversos regímenes totalitarios y lo mismo en regímenes liberales occidentales y son comunes las obras literarias contemporáneas a la novela citada anteriormente. El control de la información como estrategia de combate a las ideologías rivales, como sucedió en los choques ideológicos entre las superpotencias del siglo XX (liberalismo x comunismo x fascismo), es llevado al extremo en la distopia orwelliana. El Estado de Oceania crea diversas formas de monitorear todos los aspectos de la vida de los miembros del Partido y utiliza los medios masivos para controlar la información que llega a los proletarios.

Pero es justamente en este punto en el que la multipolaridad orwelliana entra en contradicción con la propuesta de la multipolaridad de la TMM de Aleksandr Dugin. Se puede argumentar que los tres superestados competidores se basan en ideologías totalitarias con raíces en ideales modernos occidentales y el trecho que dice que “las tres filosofías no tienen casi ninguna diferencia entre sí, y los sistemas sociales que ellas justifican son idénticos” sugiere que las tres ideologías tengan un origen en común. La formación de identidades supraestatales sobre una ideología totalitaria de raíces modernas en contradicción con la propuesta de la TMM de formación de grandes espacios sobre valores civilizacionales similares, basados en tradiciones culturales, religiosas y étnicas distintas de los ideales occidentales modernos.

En La Cuarta Teoría Política (2013b) Dugin afirma que las tres teorías políticas modernas, esto es, el liberalismo, el comunismo y el fascismo, deben ser superadas debido a sus orígenes comunes a los valores universalizantes de la modernidad occidental, los cuales abrirán brechas para el advenimiento del totalitarismo y del imperialismo occidental. En su crítica a la modernidad, Dugin acusa a la ideología liberal occidental de etnocéntrica y racista, pues considera sólo al modelo occidental de sociedad como válido, en oposición a las periferias “bárbaras” y retrógradas (DUGIN, 2012a). En sus palabras:

Sobrepasar la hegemonía occidental como base del discurso occidental, sustituyéndolo en contexto histórico y geográfico, es el primer paso fundamental para la elaboración de la TMM. El multipolarismo sólo se tornará en realidad de ese modo, siendo posible recurrir a la deconstrucción de la hegemonía dejando a la vista las pretensiones occidentales en cuanto al universalismo de sus valores, sistemas, métodos y fundamentos filosóficos. Caso sea imposible sobrepasar a la hegemonía, todo y cualquier modelo “multipolar” no pasará de cualquier especie de teoría occidente-céntrica. Aquellos que perteneciendo a la cultura intelectual del Occidente procuran sobrepasar las limitaciones de la hegemonía y crear un discurso contrahegemónico […], acaban, fatalmente, por mantenerse circunscritos a la hegemonía, dado que elaboran su crítica teniendo por base los postulados de “democracia”, de “libertad”, de “igualdad”, de los “derechos humanos”, etc., que a su vez no son complejos desde el punto de vista occidente-céntrico. (DUGIN, 2012, p. 66)

De esa forma, podemos comprender las similitudes entre la ideología de los superestados de Orwell como el punto de vista occidente-céntrico criticado por Dugin, pues la hegemonía occidental no acepta modelos alternativos de civilización, teniendo a la ideología liberal-demócrata capitalista como parámetro universal. Si el occidente buscase modelos alternativos de civilización, vería que “El mundo sellado en el que vive sería abierto, y el miedo, el odio y la presunción sobre las cuales se apoya su disposición para la lucha podrían evaporarse”, como está descrito en el manifiesto de Goldstein. Luego, el globalismo occidental perdería su justificación de expansión, o su “destino manifiesto”.

Sin embargo, todavía existe una diferencia fundamental entre el aislacionismo de Oceania y la “sociedad abierta” del mundo occidental contemporáneo. Más tal diferencia puede ser explicada por la diferencia entre el balance de poder en esos dos contextos: en 1984, hay tres grandes bloques competidores con poderío similar; en el mundo contemporáneo, según Dugin (2012a), no hay un bloque geopolítico capaz de resistir la hegemonía occidental encabezada por los EEUU y la OTAN. Por lo tanto, podemos concluir que el centro hegemónico occidental no tendría necesidad de aislarse del resto del mundo, como lo hacen los superestados orwellianos, pues no enfrenta una amenaza seria a su existencia, en vez de eso, debe colocar al resto del mundo en función de sus valores universalizantes.

Dugin todavía critica ciertas tentativas de contrahegemonía que cree se basan en los mismos valores universalizadores de la civilización occidental, entre ellas, el marxismo, considerando cómo la segunda teoría política, que nació en oposición a la primera, el liberalismo. Dugin reconoce la virtud de la teoría marxista en lo que concierne a la crítica al imperialismo capitalista y a algunas tesis liberales, entretanto la teoría marxista “deriva del mismo ideal eurocéntrico del “progreso” de los tiempos modernos, de la “evolución”, “igualdad”, etc., lo que la coloca en el contexto general dentro del discurso occidental. Igual cuando los marxistas se vuelven solidarios con la lucha de liberación de los pueblos del Tercer Mundo, y de los países no-occidentales en general, contra el dominio occidental, vislumbran para esos países un escenario de desarrollo universal que reproduce la forma de vida de las sociedades occidentales y no contempla la posibilidad de una lógica histórica diferente per se. Los marxistas apoyan a las naciones no-occidentales en su lucha anti-colonial, con la intención de que estas pasen lo más rápido posible a través etapas occidentales de la evolución y creación de la sociedad, como ha sucedido en las sociedades occidentales. Todas las sociedades tienen que pasar por la fase capitalista y las clases que la componen deben internacionalizarse por completo”. (DUGIN, 2012a, p. 71)

Considerando el pedazo del manifiesto que sugiere el origen en común de las tres ideologías, afirmando que el Socing, el Neobolchevismo y la Adoración de la Muerte justifican sistemas idénticos, podemos intentar buscar en la obra la similitud entre las tres ideologías y, de esa forma, trazar un origen en común. Los nombres escogidos por Orwell, como Socing y neobolchevismo, sugieren que ambas ideologías tendrían un origen común en las teorías socialistas. La Adoración de la Muerte en Lestasia también sugiere que China sería su propio centro de poder y debemos tener en cuenta que la China pasó por un proceso de revolución socialista en el periodo de redacción de la obra. Podemos tener en cuenta también los pedazos de la obra en la que Winston recuerda la visión histórica del Partido que le fue enseñada, mostrando una división de la sociedad entre dos clases:

Antiguamente, antes de la gloriosa Revolución, Londres no era la bella ciudad que conocemos hoy. Era un lugar oscuro, sucio, miserable, donde casi nadie poseía lo suficiente para comer y donde centenas de miles de pobres no tenían botines en los pies o si quiera un techo para abrigar su sueño. Los niños de su edad, lector, necesitaban trabajar doce horas por día para los patrones inhumanos, que se las cubrían a chicotazos si trabajaban muy lentamente y sólo los alimentaban con corteza de pan y agua. Pero en medio de toda esa terrible pobreza había unas pocas casas hermosas donde vivían personas ricas atendidas por hasta treinta empleados. Esas personas ricas eran los capitalistas. Los capitalistas eran gordos y feos y tenían rostros ruines […] Los capitalistas eran dueños de todo lo que había en el mundo y todos los otros hombres eran sus esclavos. Ellos eran dueños de todas las tierras, de todas las casas, de todas las fábricas y de todo el dinero. (ORWELL, 2009, p. 92)

La narrativa histórica oficial apunta a una sociedad dividida entre dos clases, la de los capitalistas y la de los trabajadores explotados, o los proletarios, tal como las teorías socialistas apuntan. De allí se concluye que las tres ideologías del mundo totalitario de Orwell tendrían una génesis en la segunda teoría política, ósea, en el socialismo-marxismo. Por lo tanto, siendo las ideologías de los tres superestados similares y probablemente teniendo un origen común en la segunda teoría política, como es llamada por Dugin, la multipolaridad de Orwell no concuerda con la TMM y su crítica a la modernidad occidente-céntrica, pues Dugin propone que el mundo multipolar se deba construir sobre valores civilizacionales tradicionales. Sobre la civilización, Dugin afirma que “en cierta medida la civilización debe ser considerada como una construcción, un discurso específico, un texto que, con todo, sostenga una estructuración radicalmente diferente del discurso occidente-céntrico homogéneo y “monótono”. La civilización encarna la realidad de las diferencias cualitativas de las relaciones internacionales, pues la humanidad no fue concebida como mera reproducción de un mismo tipo de serie (el presupuesto de la sociedad civil o la ideología de los derechos humanos)”.
(DUGIN, 2012a, p. 88).

Dugin enlista una serie de espacios civilizacionales sobre los cuales se construirían los diferentes grandes espacios, esto es, los diversos bloques geopolíticos del mundo multipolar, enlistando algunos como: la civilización occidental; la civilización ortodoxa (eurásica); la civilización islámica; la civilización china; la civilización hindú; la civilización latino-americana; la civilización africana; y la civilización japonesa (DUGIN, 2012a). Cada una de ellas con sus diferentes construcciones y visiones tradicionales que guiarían sus principios políticos.

En tanto, Dugin se opone a una posible configuración civilizacional aislacionista con base en ideologías que pregonan la superioridad de una civilización sobre otra, en vez de eso, defiende un diálogo inter-civilizacional, en el que la identidad de los actores del diálogo se defina por el contraste entre nosotros y ellos, un diálogo que se trate de la “comparación constante entre una y otra [civilización], el intercambio de elementos sueltos, el rechazo de otros, la revelación de los sentidos en las alteraciones semánticas, que distorsionan los elementos de la otra civilización” (DUGIN, 2012a, p. 132).

De allí se puede entender la crítica de Dugin a la tercera teoría política: el fascismo o el nacional-socialismo. Dugin critica las visiones etnocéntricas y racistas, afirmando que:

En lo que concierne a la Tercera Vía […], existirán muchos elementos inaceptables, principalmente entre el racismo, la xenofobia y el chauvinismo. Estas no son apenas fallas morales, sino también actitudes teórica y antropológicamente inconsistentes. Diferencias entre etnias no resultan en superioridad o inferioridad. Las diferencias deben ser aceptadas y afirmadas sin ningún tipo de sentimiento o consideración racista. No existe una medida común o universal para juzgar diferentes grupos étnicos. Cuando una sociedad intenta juzgar a otra, ella aplica sus propios criterios, por lo tanto, comete violencia intelectual. La actitud etnocéntrica es exactamente el crimen de la globalización y de la Occidentalización, así como el Imperialismo Estadounidense. (DUGIN, 2013b, p. 217)

Por lo tanto, la crítica de Dugin al etnocentrismo y el racismo de los valores universalizantes occidentales va de encuentro a las ideologías afirmadas por los tres superestados orwellianos, basados en un chauvinismo que les impide realizar cualquier tipo de diálogo con los bloques rivales, diálogo de fundamental importancia para la TMM. Para la posibilidad de ese diálogo, será necesaria una élite diplomática intelectual y altamente preparada, como afirma Dugin (2012a), luego, se desprende que la formación intelectual sería algo necesario en la multipolaridad de Dugin, en contraste con la alienación de la realidad de los ciudadanos de Oceanía a través del control de la información. Así, podemos concluir que la multipolaridad de 1984 está asentada sobre valores opuestos a la TMM de Dugin, pues los tres superestados competidores se basasen en ideologías totalitarias asentadas sobre los mismos valores modernos que dieran origen a los totalitarismos del siglo XX, en vez de basarse en valores civilizacionales comunes a su propio espacio geopolítico.

Consideraciones finales: ¿La distopia orwelliana todavía es posible en el mundo multipolar?

Con la caída de la URSS en el inicio de los años 1990, el liberalismo occidental se afirmó como la ideología vencedora de los combates ideológicos del siglo XX. Teniendo en vista la crisis de las ideologías modernas, ya no es posible que una ideología que antes fue rival al liberalismo, como el marxismo o el fascismo (este derrotado militarmente), pueda hacer frente al orden unipolar actual. Lo que queda de la URSS significó también la caída del marxismo como alternativa ideológica al liberalismo occidental. (DUGIN, 2013b). Por lo tanto, difícilmente será posible la subida de un totalitarismo aislacionista en bloques geopolíticos que se asemejan al mundo “multipolar” de los superestados orwellianos, pues no existe más un centro de poder contrahegemónico capaz de resistir a la hegemonía unipolar.

Dugin hace referencia al analista político Francis Fukuyama que interpreta la caída de la URSS como el “fin de la historia”, ósea, el fin de los grandes combates ideológicos del pasado, lo que significaría que el mundo caminaría hacia la globalización y la consolidación de los valores del liberalismo occidental, como la democracia, el libre comercio y la sociedad civil (DUGIN, 2012a). Sin embargo, el filósofo político Samuel P. Huntington en su obra El Choque de Civilizaciones (HUNTINGTON, 1997) está en desacuerdo con Fukuyama, afirmando, según Dugin, que el “fin del mundo bipolar no lleva automáticamente al establecimiento de un orden mundial homogéneamente liberal-demócrata y, consecuentemente: la historia no acabó y es prematuro hablar acerca del fin de los conflictos y guerras”. (DUGIN, 2012a, p. 75). Huntington considera que los nuevos actores del balance de poder mundial serán las civilizaciones y Dugin parte de esta hipótesis para el desarrollo de la TMM.

Pero si un totalitarismo orwelliano aún es posible en los tiempos actuales, este posiblemente partiría del universalismo liberal del Occidente rumbo a una sociedad global. Dugin enumera los siguientes puntos que formarían una utopía (o distopia) posliberal futura, una sociedad posmoderna, la cual partirá del sujeto de la ideología liberal, el individuo, y se desdoblará de la siguiente forma:

La medida de las cosas no se convierte en el individuo, sino en el posindividuo, el “dividuo”, accidentalmente jugando con una combinación irónica de las partes de las personas (sus órganos, sus clones, sus simulacros, hasta que lleguen los ciborgs y los mutantes);
La propiedad privada es idealizada, “trascendentalizada” y se transforma de aquello que un hombre posee a aquello que posee el hombre;
La igualdad de oportunidad se transforma en la igualdad de contemplación de las oportunidades (la sociedad del espectáculo – Guy Debord);
La creencia en el carácter contractual de todas las instituciones políticas y sociales se transforma en una igualación de lo real y de lo virtual, el mundo se convierte en un modelo técnico;
Todas las formas de autoridades no-individuales desaparecen completamente y cualquier individuo es libre de pensar el mundo de cualquier manera que él halle adecuada (la crisis de la racionalidad común);
El principio de separación de poderes se transmuta en la idea de un referéndum electrónico constante (parlamento electrónico), en el cual cada usuario de internet vota continuamente en cualquier decisión, lo que lleva a la multiplicación de poder al número de ciudades separadas (cada uno es su propia rama del gobierno);
La “sociedad civil” substituye completamente al gobierno y se convierte en un caldero global y cosmopolita;
De la tesis “La economía es destino” se toma la tesis “El código numérico – este es el destino”, en la medida en que el trabajo, dinero, el mercado, producción, consumo, todo se torna en virtual. (DUGIN, 2013b, p. 203)
Luego, ¿sería posible el desarrollo de una distopia totalitaria como es presentada en 1984 en nuestra era? Las predicciones de Aleksandr Dugin en comparación con la distopia de George Orwell nos da algunas pistas para responder la cuestión.

El personaje de Winston se involucra amorosamente con Julia y ambos se juran lealtad el uno al otro. En tanto, cuando Winston es apresado y O’Brien le aplica los experimentos de “reeducación”, O’Brien intenta minar justamente la lealtad jurada por Winston a Julia, ósea, busca destruir todo aquello que Winston posee de lo más humano, de la conexión con algo que está más allá del individuo. Durante la tortura de Winston, O’Brien afirma que Winston es “el último de los hombres”, “el guardián del espíritu humano” (ORWELL, 2009, p. 315) y procede a obliterar al hombre Winston, creará un “post-hombre”, destruyendo su lealtad a Julia. Antes de las torturas, hay un episodio en el que Winston presencia a otro prisionero víctima del mismo proceso de tortura, que acaba abandonando su lealtad a las personas que le son preciadas:

“¡Camarada! ¡Oficial!”, imploró. “¡No necesita llevarme a aquel lugar! Yo ya les dije todo, ¿no dice? ¿Qué más quiere saber el señor? ¡Confesé todo lo que el señor quiso, todo! Sólo dígame qué es, lo que confieso ahora. Escriba, que lo firmo. ¡Cualquier cosa! ¡Pero no a la habitación 101 no!
“Habitación 101”, dice el oficial.
El rostro del hombre, ya muy pálido, era de un color que Winston no hubiera creído posible. Definitivamente era, incuestionablemente, de un tono verde.
“¡Haga lo que quiera conmigo!”, gritó. “El señor me está matando de hambre desde hace semanas. Acabe con el asunto de una vez y déjeme morir. Que me de un tiro. Me encierre. Condéneme a veinticinco años de prisión. ¿Tiene alguien más que el señor que quiera que yo denuncie? Sólo dígame quién es, que yo hablo todo lo que el señor quiera saber. No me interesa quién es la persona ni lo que el señor vaya a hacer con ella. Tengo mujer y tres hijos. El mayor aún no tiene seis años. Puedes tomarlos a todos y cortarles la garganta frente a mí, que yo aguanto y sigo mirando. ¡Pero no me lleve a la habitación 101!” (ORWELL, 2009, p. 279)

El proceso de tortura por el cual los prisioneros pasan tiene el objetivo de destruir cualquier tipo de lealtad que ellos posean en relación a alguna otra persona o alguna otra cosa, de forma que substituye esa lealtad por la lealtad al Gran Hermano y al Partido. La destrucción de tal lealtad es justamente la destrucción de aquello que une a los seres humanos con otros seres humanos, lo que los torna en capaces de construir familias, comunidades, naciones y otros tipos de instituciones supraindividuales, ósea, una civilización. Por lo tanto, O’Brien busca obliterar una lealtad capaz de generar una racionalidad común, busca una “Obliteración de la Identidad”, como una alternativa de traducción de la “Adoración de la Muerte” de Lestasia.

La crisis de la racionalidad común aún puede ser ilustrada por el experimento de tortura realizado con Winston, en el que O’Brien le muestra cuatro dedos y le pregunta cuántos dedos ve. Winston insiste en que ve cuatro dedos, pero después de una serie de descargas dolorosas, Winston es llevado a asegurar que de hecho hay cinco dedos, ya que el individuo puede cambiar su propia percepción de lo real, de lo que le es externo, de lo que le es supraindividual. Ósea, Winston se ve divido en sí mismo, un dividuo, en conflicto con lo que ve y lo que piensa o debería pensar:

Cualquier cosa podría ser verdad. Las así llamadas leyes de la naturaleza eran tontas. La ley de la gravedad era tonta. “Si yo quisiese”, dijera O’Brien, “podría flotar lejos de ese piso como una burbuja de jabón.” Winston se quedó pensando. “Si él piensa que está flotando y subiendo, entonces la cosa sucede.” Ni un golpe, como una madera de navío naufragado subiendo a la superficie del agua, el pensamiento irrumpió en su mente: “No sucede de hecho. Imaginemos que sucede. Es alucinación.” Detuvo inmediatamente su pensamiento. La falacia era obvia. Partía del presupuesto de que, en algún lugar, fuera de la propia persona, había un mundo “real” donde las cosas “reales” sucedieran. ¿Pero cómo sería posible un mundo así? ¿Qué conocimiento tenemos de cualquier cosa que no sea lo que obtenemos por medio de nuestra propia mente? Todo sucede en la mente. Lo que quiera que suceda en todas las mentes, sucede de hecho. (ORWELL, 2009, p. 324)

Podemos interpretar este episodio como algo simbólico del individualismo atomizante de las sociedades liberales, que llevaría a la crisis de la racionalidad común en una utopía posliberal, como predice Dugin. La liberación del individuo a lo que le es externo y fundamental para la ideología liberal y de ahí deriva su nombre. La libertad es afirmada dogmáticamente por la ideología liberal, en contraste con la libertad para, que sea considerada por el liberalismo como mera cuestión de elección privada (DUGIN, 2013a). El individuo posmoderno (o el dividuo en todos sus conflictos internos) no deberá tener ninguna lealtad a algo que le sea externo; luego, la sociedad será atomizada y fragmentada en una distopia cosmopolita en la que los individuos tendrían sus propias verdades internas sin cualquier referente externo a ellos. Sería el desarrollo de lo que en Nueva Habla, la lengua del Partido, es llamado doplepensar, la “igualación de lo real y lo virtual”. La no aceptación de cualquier instancia supraindividual llevaría a la crisis de la racionalidad común y, consecuentemente, a la inviabilidad de la política, una alienación en relación a la realidad. En palabras de O’Brien, “Controlamos la materia porque controlamos la mente. La realidad está dentro del cráneo” (ORWELL, 2009, p. 309). De esa forma, el individuo atomizado posmoderno sería vulnerable al control mental, será una variable dentro de un mundo visto como un modelo técnico. Considerando todavía un mundo tecnológico futuro en el que las cosas poseen a los hombres, las teletelas de Oceanía serían las computadoras de cada individuo integrados en una red global con sus constantes referentes electrónicos, computadoras que serían cada una la extensión de un gobierno que todo lo ve y que todo oye; un gobierno omnipresente como el Gran Hermano, que controla las mentes a partir de la tecnología. El poder será multiplicado por cada individuo, cada uno convirtiéndose en una rama del gobierno omnipresente.

Por lo tanto, si una distopia orwelliana es posible en el futuro del mundo unipolar, ella podría partir del liberalismo hegemónico occidental. Concordamos con Almeida (2018) que argumenta que el liberalismo hegemónico ya presenta señales de totalitarismo, justificando las prácticas imperialistas de Occidente como la pretensión de la universalidad de la ideología de los derechos humanos. El liberalismo, teniendo por base al individualismo, el economicismo materialista y la ideología de los derechos humanos como justificación, entrará en combate contra la civilización y, consecuentemente, contra la identidad, la cual sólo se define a partir del diálogo entre nosotros y ellos, rumbo a una sociedad global cosmopolita, como es expuesto por Dugin. De esa forma, el orden unipolar impedirá los posibles centros de poder alternativos que impiden su expansión de nacimiento, imponiendo así una nueva forma de totalitarismo similar en muchos puntos, como presentamos, a aquella ficción de Orwell.

Notas

[1] – Modelo de Estado desarrollado después de 1648, por los tratados de Westfalia, que “Nació como el rechazo de las reivindicaciones del universalismo y de la “misión divina” de los imperios medievales, y asentada con las reformas burguesas ocurridas en las sociedades europeas, con base en el precepto de que sólo un Estado nacional posee la más alta soberanía y de que fuera de este no puede existir cualquier instancia que tenga el derecho legal de inferir en la política interna de ese Estado – sean cuales fuesen los objetivos y propósitos (religiosos, políticos u otros) que lo guíen (DUGIN, 2012a, p. 9-10).

Referencias

ALMEIDA, Lucas Leiroz de. Da existência de um totalitarismo liberal-humanitário após 70 anos da Declaração Universal dos Direitos Humanos. Revista Jus Navigandi, ISSN 1518-4862, Teresina, ano 23, n. 5379, 24 mar. 2018. Disponível em: <https://jus.com.br/artigos/64898&gt;. Acesso em: 4 set. 2018.

DUGIN, Aleksandr. Teoria do Mundo Multipolar. Lisboa: IAEG (Instituto de Altos Estudos em Geopolítica & Ciências Auxiliares), 2012a.

DUGIN, Aleksandr. Eurasianismo, ensaios selecionados. Paraíba: Zarinha Centro de Cultura, 2012b.

DUGIN, Aleksandr. Contra o ocidente, Rússia contra-ataca. Porto Alegre: Austral, 2013a.

DUGIN, Aleksandr. A quarta teoria política. Curitiba: Austral, 2013b, 2ª ed.

GONÇALVES, Hermes Leôneo M. B. L. O Eurasianismo, sua influência na política externa russa pós-soviética e reflexos na Política de Defesa do Brasil. 2014. 133f. Dissertação (Mestrado em Ciências Militares) – Escola de Comando e Estado-Maior do Exército, Escola Marechal Castello Branco, Rio de Janeiro.

HUNTINGTON, Samuel P. O choque de civilizações e a recomposição da ordem mundial. São Paulo: Objetiva, 1997.

ORWELL, George. 1984. São Paulo: Companhia das Letras, 2009, 1ª ed, 8ª reimpressão.

 

Traducido por Alejandro Vásquez