Para escapar de este campo codificado del pensamiento codificado, necesitamos desconstruir toda la modernidad. Si trascendemos las fronteras de la modernidad, vemos una sociedad diferente, una noción diferente del hombre, una visión diferente del mundo, una noción diferente de la política y del Estado. En primer lugar, terminamos con el sujeto cartesiano y vemos otra cosa. Busquemos lo que hay en este otro mundo. En sociología, esto se llama la transición de la sociedad moderna a la sociedad tradicional. Las nociones de tradición, religión y pre-modernidad ya nos ofrecen un espectro indudablemente más amplio de alternativas. Si rechazamos las leyes de la modernidad tales como el progreso, el desarrollo, la igualdad, la justicia, la libertad, el nacionalismo y todo este legado de tres siglos de filosofía e historia política, entonces hay una elección. Y sin duda, al menos es muy amplia. Esto es lo que he estado diciendo. Esta es la sociedad tradicional.
Uno de los primeros movimientos más sencillos en la dirección de la Cuarta Teoría Política es la rehabilitación global de la Tradición, de lo sagrado, de lo religioso, lo relacionado con la casta, si se prefiere, de lo jerárquico y no de la igualdad, la justicia o la libertad. Todo lo que rechazamos junto con la modernidad y todo lo que reelaboramos completamente...
Although the concept of hegemony in Critical Theory is based on Antonio Gramsci’s theory, it is necessary to distinguish this concept’s position on Gramscianism and neo-Gramscianism from how it is understood in the realist and neo-realist schools of IR.
The classical realists use the term “hegemony” in a relative sense and understand it as the “actual and substantial superiority of the potential power of any state over the potential of another one, often neighboring countries.” Hegemony might be understood as a regional phenomenon, as the determination of whether one or another political entity is considered a “hegemon” depends on scale. Thucydides introduced the term itself when he spoke of Athens and Sparta as the hegemons of the Peloponnesian War, and classical realism employs this term in the same way to this day. Such an understanding of hegemony can be described as “strategic” or “relative.”
In neo-realism, “hegemony” is understood in a global (structural) context. The main difference from classical realism lies in that “hegemony” cannot be regarded as a regional phenomenon. It is always a global one. The neorealism of K. Waltz, for example, insists that the balance of two hegemons (in a bipolar world) is the optimal structure of power balance on a world scale[ii]. R. Gilpin believes that hegemony can be combined only with unipolarity, i.e., it is possible for only a single hegemon to exist, this function today being played by the USA.
In both cases, the realists comprehend hegemony as a means of potential correlation between the potentials of different state powers.
Gramsci's understanding of hegemony is completely different and finds itself in a completely opposite theoretical field. To avoid the misuse of this term in IR, and especially in the TMW, it is necessary to pay attention to Gramsci’s political theory, the context of which is regarded as a major priority in Critical Theory and TMW. Moreover, such an analysis will allows us to more clearly see the conceptual gap between Critical Theory and TMW.
El análisis de las civilizaciones y sus relaciones, confrontaciones, desarrollo e interconexiones es un problema tan complejo que se pueden obtener resultados no simplemente diferentes, sino totalmente opuestos dependiendo de la metodología y del nivel de la investigación. Por lo tanto, con el fin de obtener incluso las conclusiones más aproximadas, es necesario aplicar una reducción que aporte una serie de criterios a un único modelo simplificado. El marxismo prefiere de forma inequívoca el enfoque económico, que se convierte en un sustituto y en el denominador común para todas las otras disciplinas. El liberalismo, en esencia, aunque menos explícitamente, también lo hace.
Un método cualitativamente diferente de reducción es el ofrecido por la geopolítica que, aunque menos conocido y menos popular es, sin embargo, no menos eficaz o ilustrativo para explicar la historia de las civilizaciones.
Varias formas de enfoque étnico, incluyendo en el extremo final "la teoría racial", ofrecen otra versión de reduccionismo. Por último, las religiones también ofrecen su propio modelo reduccionista de la historia de las civilizaciones. Estos cuatro modelos representan las rutas más populares de generalización y, aunque existen otros métodos, es poco probable que rivalicen con estos en términos de grado de claridad o sencillez.
El presente estudio quiere ser un análisis ilustrativo acerca del papel político-filosófico desempeñado por la Cuarta Teoría Política de Alexander Dugin frente a los desafíos nubosos de la posmodernidad, que, por la razón misma de permanecer ocultos para la mayoría de los estudiosos y diletantes, merece una investigación más precisa. Para este objetivo se adoptarán, como marcos teóricos, las concepciones de la realidad de Alexander Dugin, José Ortega y Gasset, Julius Evola, Alain de Benoist, Zygmunt Bauman, entre otros.
Se hará, a modo de introducción, una breve retrospectiva histórica para que podemos consignar adecuadamente la transición de la modernidad líquida a la posmodernidad líquida (o sobremodernidad) bajo una perspectiva cronológica, lo que facilitará la sistematización y la comprensión del enfoque tomado. En seguida, se examinará la manera por la cual la ampliación del horizonte cósmico de posibilidades de naciones autónomamente constituidas y dueñas de sus propios intereses podrá hacer posible el establecimiento de una geopolítica multipolar con la consecuente desaparición de la sociedad abierta y de los desvaríos multitudinarios de aberraciones teratológicas, personificadas en nuestros tiempos por las figuras caricaturescas del neo-liberalismo, la socialdemocracia y otros tantos muñecos de ventrílocuo que retroalimentan las hegemonías oligárquicas en detrimento de la libre dela autodeterminación de los pueblos.
Occidente no se apresuró a modernizar Rusia por dos razones:
• Por el temor a que Rusia podría volver una vez más a la vía de la confrontación, reforzándose y estableciendo su poder (Occidente entiende perfectamente bien que Rusia no es una suerte de país europeo, sino más bien una civilización independiente, y siempre se relaciona con ella de esa manera), • porque estando en un estado de transición a la posmodernidad, el propio Occidente perdió el interés ideológico en la modernización de otros espacios de civilización, después de haberse sumergido en la tarea de comprender los nuevos desafíos.
Occidente dio la bienvenida al abrupto debilitamiento de Rusia, pero no creyó en la sinceridad y la naturaleza fundamental de su nuevo curso occidental, viendo tal cosa con indiferencia.
El frente de combate ideológico anti-mundialista también debe combinar en sí mismo elementos de ideologías “izquierdistas” y “derechistas”, pero debemos ser “derechistas” en términos políticos (en otras palabras, “nacionalistas”, “tradicionalistas”, etc.), e “izquierdistas” en la esfera económica (en otras palabras, partidarios de la justicia social, el “socialismo”, etc.). De hecho, esta misma combinación no es sólo un programa político convencional y arbitrario, sino una condición necesaria en esta etapa de la lucha. La prioridad geopolítica hacia Oriente conlleva el que nos incumba renunciar completamente a los diferentes prejuicios “anti asiáticos”, sostenidos en ocasiones por la derecha rusa bajo la influencia del completamente extemporáneo mal ejemplo de la derecha europea. El “anti-asianismo” juega solamente a favor del Nuevo Orden Mundial. Y, por último, la lealtad a la Iglesia, a las enseñanzas de los Santos Padres, el Cristianismo Ortodoxo es un elemento necesario y muy importante de la lucha anti-mundialista, ya que la sustancia y el significado de esta lucha radican en la elección de Dios Verdadero, el “bando correcto”, la “parte bendecida”. Y nadie será capaz de salvarnos del falso encanto, del pecado, de la tentación, de la muerte en este terrible viaje, excepto el Hijo de Dios. Debemos convertirnos en Su anfitrión, Su ejército, Sus siervos y Sus misioneros. El Gobierno Mundial es la última rebelión del mundo inferior contra la Divinidad. Breve será el instante de su triunfo. Eterna será la alegría de los que se unirán a las filas de los “últimos luchadores por la Verdad y la Libertad en Dios”.
La filosofía europea moderna comenzó con el concepto de Logos y el orden lógico del ser. Durante dos mil y algunos cientos de años este concepto ha sido completamente agotado. Todo el potencial y los principios contenidos en esta forma de pensar logocéntrica ahora se han explorado a fondo, expuesto y abandonado.
El problema del Caos y la figura del Caos se descuidaron, dejadas a un lado desde el principio de la filosofía. La única filosofía que conocemos en la actualidad es la filosofía del Logos. Pero el Logos es algo opuesto al Caos, su alternativa absoluta.
Desde el siglo XIX, con los filósofos europeos más importantes y brillantes como Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger, hasta los pos-modernistas contemporáneos el hombre europeo comenzó a sospechar que el Logos estaba llegando a su fin. Algunos de ellos osaron afirmar que de ahora en adelante estamos viviendo en el tiempo del fin de la filosofía logocéntrica, acercándose otra cosa.
La filosofía europea estaba basada en el principio logocéntrico que corresponde al principio de exclusión, el elemento diferenciador, la diairesis griega. Todo esto corresponde estrictamente a la actitud masculina, refleja el orden jerárquico, autoritario, vertical del ser y del conocimiento.
Hay cuatro tipos de hombres, según Martin Heidegger:
1) Las personas simples e ignorantes, que no pueden escoger nada. Cambian con el mundo y con la sociedad.
2) Los conservadores. Ellos tienen miedo de la noche de Dios, de la decadencia. Quieren conservar lo que existe contra el tiempo que todo lo devora.
3) Los progresistas. Ellos quieren ir en la dirección de la decadencia más y más rápido. Son los responsables de la situación actual. Los liberales, el gobierno mundial, en conjunto pueden ser llamados “El Anticristo Colectivo”.
4) Existe también un cuarto tipo: los nuevos filósofos. Ellos descienden al centro de la noche y no tienen miedo. Ahí donde el peligro es máximo. Heidegger dice de ellos: estos filósofos se enfrentan con el “conocimiento duro del nihilismo”, schwere Wissen des Nihilismus.
El Sujeto Radical va con el mundo sin ser de este mundo. Es en sí mismo la manifestación paradójica del fin. Yo llamo a esto el “zen eurasista”.
La no-polaridad supone la “decapitación” de los EEUU, pero al mismo tiempo puede ser definida como un intento de la potencia hegemónica por mantener su influencia a través de la auto-dispersión, de la disolución. Bajo estas circunstancias, es estrictamente necesario evitar retrasos, quedarse atrapado en el entorno post-liberal, así como humildad en una “no-polaridad coherente”. Los nuevos actores deben desafiar ahora la posmoderna “no direccionalidad de los cambios” y tomar conscientemente la responsabilidad absoluta de las decisiones y de las acciones estratégicas en el campo de la práctica política. El principal investigador asociado de la Fundación New America, Parag Khanna, analizando la situación actual y la precaria situación de los EEUU, aborda la función crítica de la diplomacia, hacia la cual debería ser desplazado el enfoque. Para la mejora de la estructura diplomática mundial se contempla la responsabilidad de la consolidación de la hegemonía estadounidense. Sin embargo, esto no tiene en cuenta el hecho de que el lenguaje diplomático está experimentando un reformateo significativo en el contexto del cambio paradigmático al modelo multipolar, y este proceso es irreversible. En la actualidad tenemos que hablar del diálogo de civilizaciones. El diálogo se construye en un nivel completamente diferente, que está más allá de las reglas del diálogo entre los estados nacionales (es decir, fuera del discurso occidental impuesto), con los EEUU teniendo el poder de la toma de decisiones final. A menos que entendamos que la batalla por la dominación del mundo no es entre civilizaciones, sino entre una sola civilización (la occidental) contra todos los “otros” – y en la que se ofrecen sólo dos opciones: 1) estar del lado de esa civilización, 2) o estar contra ella defendiendo el derecho a la propia independencia y singularidad – no seremos capaces de formular un nuevo lenguaje diplomático para el diálogo de civilizaciones. Y esto debería ser entendido, sobre todo, por la élite de la civilización responsable, según Alexander Dugin, de conducir el diálogo. Si todos los “otros” están de acuerdo con el proyecto unipolar, nuestra batalla está perdida, pero si escogen una opción radicalmente diferente, estaremos a la espera del “ascenso del resto” (Fareed Zakaria). Deberíamos tener en cuenta que el mundialmente famoso politólogo británico Paul Kennedy, ha expresado su preocupación por la aparición de diferencias ideológicas entre los EEUU y Europa, debido a la oposición a uno de los proyectos del orden mundial – unipolar o multipolar. En el entorno actual deberíamos confiar, no sólo en el aumento de los conflictos entre Europa y América, sino preparar la situación de ruptura y de división de la primera respecto a la influencia hegemónica de la segunda. Aquí Rusia tiene un papel especial.
Los conceptos geopolíticos se convirtieron en los principales factores de la política moderna desde hace mucho tiempo. Los mismos se basan en los principios generales que permiten analizar fácilmente la situación de cualquier país y región en particular.
La geopolítica en su forma actual es, sin duda, una ciencia mundana, “profana”, secularizada. Pero, tal vez, entre todas las ciencias modernas es la que guarda en sí misma la mayor conexión con la Tradición y las ciencias tradicionales. René Guénon dijo que la química moderna es el resultado de la desacralización de una ciencia tradicional, la alquimia, como la física moderna lo es de la de la magia. Exactamente de la misma manera se podría decir que la geopolítica moderna es el producto de la secularización y la desacralización de otra ciencia tradicional, la geografía sagrada. Pero desde que la geopolítica ocupa un lugar especial entre las ciencias modernas, a menudo es considerada como una “pseudociencia”, su profanación no está tan consumada ni es tan irreversible como en el caso de la química o la física. Aquí, la conexión con la geografía sagrada es más bien claramente visible. Por lo tanto, es posible decir que la geopolítica se encuentra en un lugar intermedio entre la ciencia tradicional (la geografía sagrada) y la ciencia profana.
El fin del capitalismo. El desarrollo del capitalismo ha llegado a su límite natural. Sólo hay un camino para el sistema económico mundial, colapsar en sí mismo. Basado en un aumento progresivo de las instituciones puramente financieras, los bancos en primer lugar, y luego de estructuras de valores más complejas y sofisticadas, el sistema del capitalismo moderno ha quedado completamente divorciado de la realidad, del equilibrio entre la oferta y la demanda, de la relación entre producción y consumo, de la conexión con la vida real. Toda la riqueza del mundo está concentrada en las manos de la oligarquía financiera mundial a través de complicadas manipulaciones, como las construcciones financieras piramidales. Esta oligarquía ha devaluado no sólo el trabajo, sino también el capital ligado a los fundamentos del mercado, garantizado a través de la renta financiera. El resto de las fuerzas económicas son esclavas de esta impersonal élite ultra liberal transnacional. Independientemente de qué sintamos acerca del capitalismo, ahora está claro que no sólo está pasando por una nueva crisis, sino que todo el sistema se encuentra al borde del colapso total.
No importa que la oligarquía mundial intente ocultar el actual colapso a las masas de la población mundial, más y más personas comienzan a sospechar que el mismo es inevitable, y que la crisis financiera mundial causada por el colapso del mercado hipotecario estadounidense y de los principales bancos, es sólo el comienzo de una catástrofe global.
Esta catástrofe se puede retrasar, pero no se puede prevenir o evitar. La economía mundial, en la forma en la que opera ahora, está condenada.
La diferencia entre el tradicionalismo y la sociología consiste en el hecho de que la sociología parte de la modernidad y juzga a la Tradición desde el punto de vista de la modernidad. Los tradicionalistas hacen lo contrario: ven la modernidad desde el punto de vista de la Tradición. La modernidad pone toda la realidad en el tiempo, en la historia. La Tradición considera las cosas a la luz de la eternidad. Por eso los sociólogos piensan diacrónicamente la pre-modernidad como algo pasado. Los tradicionalistas consideran la modernidad como un aspecto de la eternidad, es decir, como algo eterno.
Esto, por lo tanto, no es algo tan fácil de comprender. Siendo totalmente efímera la ilusión, el mundo moderno como el mundo de la perversión radical también, de una manera paradójica, pertenece a la eternidad.
Los tradicionalistas son vecinos de los estructuralistas. La Tradición y la modernidad pueden ambas ser vistas como estructuras.
La Teoría de la multipolaridad demuestra que los estados nacionales son un fenómeno eurocéntrico, mecánico y, en una mayor dimensión, “globalista” en su etapa inicial (la idea de identidad individual normativa en forma de civismo prepara el terreno para la “sociedad civil” y, correspondientemente, para la “sociedad global”). Que todo el espacio mundial sea separado actualmente en territorios de estados nacionales es una consecuencia directa de la colonización, del imperialismo, y de la proyección del modelo occidental sobre toda la humanidad. Por lo tanto, un estado nacional no conlleva en sí mismo ningún valor autosuficiente para la Teoría de la multipolaridad. La tesis de la preservación de los estados nacionales desde la perspectiva de la construcción del orden mundial multipolar sólo es importante en el caso de que, de modo pragmático, eso impida la globalización (no contribuya a ella), y oculta en sí una realidad social más complicada y prominente – después de todo, muchas unidades políticas (especialmente en el Tercer Mundo) son estados nacionales simplemente de forma nominal, y representan virtualmente diversas formas de sociedades tradicionales con sistemas de identidad más complejos.
Los choques entre civilizaciones son casi inevitables, pero nuestra labor debe consistir en reorientar la hostilidad, que no va a dejar de crecer, contra los Estados Unidos y la civilización occidental, en vez de dirigirse a las civilizaciones vecinas. Hay que organizar el frente común de las civilizaciones contra una civilización que pretende ser la civilización en singular. Este enemigo común prioritario es el globalismo y los Estados Unidos, que ahora son su principal vector. Cuanto más los pueblos de la Tierra se convenzan de ello, más los enfrentamientos entre las civilizaciones no occidentales podrán ser apaciguados. Si debe haber un “choque” de civilizaciones, tiene que ser un choque entre Occidente y el “resto del mundo”. Y el eurasismo es la fórmula política que conviene a este “resto”.
En materia de constitucionalismo, el siglo XXI está traicionando al siglo XX. Durante el siglo pasado, con vaivenes dramáticos y desenlaces trágicos que dejaron un séquito de muerte y de dolor, una creación decimonónica, el Estado de derecho, fue tomando la figura que se creyó y se enseñó como definitiva. Esto es, la de una forma política, la estatal, que vive en el derecho hasta consustanciarse con él y donde este mismo derecho encuentra su total concreción, siendo el elemento común vinculante la ley, que es por un lado todo el derecho y resulta, a la vez, del otro, creación estatal. El “Estado de derecho” del Ochocientos había sido una bandera desplegada contra el “Estado de poder”, el Machtstaat. El “Estado de derecho” del Novecientos creyó resolver de una vez para siempre la tensión dialéctica entre derecho y poder, entre Recht y Macht, aporía contra la que se habían dado hasta allí de cabeza los juristas. Quizás esta síntesis se produjo más en la intención que en el logro cabal, como dan a entender los clásicos de la época, hoy algo olvidados. Gerhard Ritter hablaba de la “demonía del poder” como una media luz ambigua y siniestra, que indicaba posesión2. Friedrich Meinecke dedicó al tema un grueso volumen3, en el que fluctúa entre ambos términos del dilema, aunque en el párrafo final de la obra, evitando mirar el rostro de esfinge del poder, aconseja al poderoso que lleve en su pecho, a la vez, al Estado y a Dios “si no quiere que gane imperio sobre él aquel demonio del que nunca es dable desprenderse en absoluto”. En fin, para terminar este rápido recordatorio, Hans Kelsen, que diluyó aquella dualidad estableciendo la identidad entre derecho y Estado.
Cuando se trata de abordar la relación que el título de este trabajo propone, entre nuestro autor y el concepto jurídico-político de federación, aparece de inmediato una dificultad. El federalismo resulta un tema episódico en su obra -un índice temático de la opera omnia schmittiana registraría escasas entradas del término. Más aún, puede sospecharse que se trata, antes que de una presencia restringida y a contraluz, de una ausencia a designio. Entonces, además de reseñar lo que dice sobre el federalismo, cabría preguntarse, también, el por qué de lo que calla. Schmitt es un autor tan vasto y profundo que, como todos los de su categoría, habla también por sus silencios, dejando una suerte de "escritura invisible" que el investigador no puede desdeñar.
El lector de Schmitt advierte, ante todo, que cuando nuestro autor se refiere al Estado, a la "unidad política" por excelencia, no suele detallar las modalidades de su organización interna y, especialmente, de cómo se articula hacia adentro, funcional o territorialmente, el poder. Autodefinido como último representante del jus publicum europaeum, Schmitt destaca en el Estado su capacidad de lograr la paz interior, sin preguntarse demasiado por cuáles mecanismos se alcanza. Las preguntas iniciales, pues, podrían ser: formuladas así: ¿cabe el federalismo dentro de la estatalidad clásica, propia de aquel jus publicum y tan cara a Schmitt? ¿Nuestro autor concibió otras formas políticas trascendentes a aquella estatalidad clásica? Si ese ir más allá se dio ¿hubo lugar para el federalismo?
La guerra contra Rusia es por ahora el tema más discutido en Occidente. Todavía es solo una hipótesis y una posibilidad. Puede dar la vuelta a la realidad en función de las decisiones que se adopten por todas las partes involucradas: Ucrania - Moscú, Washington, Bruselas .
No quiero discutir aquí todos los aspectos y toda la historia de este conflicto. Propongo en cambio un análisis de sus profundas raíces ideológicas . Mi visión de los principales acontecimientos se basa en la Cuarta Teoría Política cuyos principios he descrito en mi libro homónimo aparecido en inglés en Arktos Editorial hace unos cuantos años.
Así que no voy a estudiar la guerra de Occidente con Rusia ni a evaluar sus riesgos, peligros , problemas, costos o consecuencias, pero sí analizaré el significado ideológico de él a escala global. Voy a pensar en el sentido de dicha guerra hipotéticamente y no en la propia guerra (real o virtual).
Sin esto, muchas cosas quedan sin entenderse: el contexto en que nos encontramos, el lenguaje que hablamos, el entorno en que nos manejamos. Quien no comprende el curso de la historia y sus modelos es completamente inútil. Resulta vulnerable a fuerzas externas, y sus capacidades intelectuales son mínimas. Cada idiota debería tener al menos alguna idea del curso de la historia. Antes la gente no se animaba a aparecer en público sin tener alguna idea clara acerca del curso de la historia. Hoy la pregunta misma parece ser demasiado abstracta para filósofos profesionales, historiadores y presidentes. La grasa y la televisión son la prótesis cerebral de la nación. Alguien está hablando de algo – posiblemente haciendo una broma, o contando una historia de cómo recientemente salió de prisión. ¿Podría esto ser sólo una coincidencia?
Muchos libros en nuestro siglo se han escrito sobre la visión del mundo femenina, sobre la psicología femenina y el erotismo femenino. Muy pocos fueron escritos sobre los hombres. Y estos pocos estudios dejan una impresión bastante desoladora. Dos de ellos, escritos por conocidos sociólogos son especialmente sombríos: Paul Duval – “Hombres. El sexo en vías de extinción”, David Riseman – “El mito del hombre en América”. La multitud masculina de rostros variopintos no inspira optimismo. Al contemplar a la multitud masculina uno se entristece: “él”, “ello”, “ellos”… con sus discretos trajes, corbatas mal atadas… sus estereotipados movimientos y gestos están sometidos a la fatal estrategia de la más pulcra pesadilla. Tienen prisa porque “están ocupados”. ¿Ocupados en qué? En conseguir el dinero para sus hembras y los pequeños vampiros que están creciendo.
Luego de la desintegración del sistema soviético, a comienzos de 1990, fundé la asociación Arctogaia y el Centro de Estudios Meta Estratégicos, luego las revistas Milyi Angel y Elementy, que aparecieron hasta 1998-1999. Mis ideas fueron influidasa partir de la década del 80’ por la Nouvelle Droite europea y en primer lugar por Alain de Benoist, a quien tengo en gran estima hasta el presente. Lo considero uno de los mayores intelectuales franceses actuales, quizás sea el mejor.
Últimamente, me interesé por la filosofía de Martin Heidegger, la sociología de Marcel Mauss y de Pitirim Sorokin, la antropología de Louis Dumont y sobre todo por Gilbert Durand, pero también por la antropología de Georges Dumezil y Claude Levy-Strauss. Escribí varios artículos sobre economía basándome en las ideas de Friedrich List, Joseph Schumpeter y Fernand Brodel.
¿En qué sistema de coordenadas hay que examinar el fenómeno del "financiarismo"?
¿El capitalismo financiero representa una variante casual de la sustancia común al desarrollo de sistema capitalista? ¿O quizás y al contrario sea la extrema encarnación de todo su proceso lógico, su triunfo?
La respuesta a esta cuestión no se encuentra en los clásicos del pensamiento económico, dado que su horizonte estaba limitado a la fase industrial del desarrollo capitalista, tendencia general de la época en la cual (sobre todo los marxistas) indagaron de modo correcto y completo. La sociedad posindustrial constituye, en muchos aspectos, una realidad oscura; para su estudio no existen clásicos reconocidos, si bien muchos autores han profundizado ampliamente en este fenómeno. Ahora bien, comprender el "financiarismo" es a nosotros a quien corresponde, nos plazca o no.
Recordemos los principales postulados de la geopolítica, ciencia que antes también recibía el nombre de "geografía política", y cuyo desarrollo se debe principalmente a los méritos del científico y político inglés sir Halford McKinder (1861-1947). El propio término "geopolítica" fue utilizado por vez primera por el sueco Rudolf Kjellen (1864-1922) y más tarde extendido en Europa por el alemán Karl Hausofer (1869-1946). En cualquier caso, McKinder sigue siendo el "padre de la geopolítica", cuyo modelo básico siguió como punto de partida para todas las demás investigaciones en este campo. El mérito de McKinder consiste en que supo delimitar y comprender determinadas leyes objetivas de la historia política, geográfica y económica de la humanidad. Si bien el término "geopolítica" es de aparición relativamente reciente, la realidad a la que se refiere tiene una historia milenaria.
La esencia de la doctrina geopolítica podría reducirse a los siguientes principios. Dentro de la historia planetaria existen dos visiones enfrentadas y competidoras sobe la colonización de la superficie de la Tierra: el enfoque "terrestre" y el enfoque "marítimo". La elección de uno de ellos depende de la orientación ("terrestre" o "marítima") que siguen unos u otros estados, pueblos o naciones. Su conciencia histórica, su política interior u exterior, su psicología, su visión del mundo se forman siguiendo unas reglas determinadas. Teniendo en cuenta dicha particularidad, se puede hablar perfectamente de una visión del mundo "terrestre", "continental" o incluso "esteparia" (la "estepa" es "tierra" en su estado puro ideal) y de una visión del mundo "marítima", "insular", "oceánica" o "acuática". Señalemos de paso que los primeros indicios de semejante enfoque los encontramos en las obras de los eslavófilos rusos Jomiakov y Kireévski.
Escasas personalidades en los últimos años han conmovido de manera tan estruendosa los ambientes del radicalismo mundial, como lo ha hecho Alexander Dughin. Polemista, hombre dotado de una memoria prodigiosa, notable artesano en la difícil ciencia de generar ideas, locutor radial de un programa transgresor como pocos, ensayista, geopolítico, músico, estudioso de la Metafísica guénoniana, crítico de las ideologías políticas aceptadas por la policía del pensamiento, editor clandestino de las obras de Guénon y Evola cuando aun la Unión Soviética era una realidad, director de la asociación y casa editorial Arctogaia, la cual literalmente inunda Internet con sus páginas que tratan sobre Nacional-Bolchevismo, Otto Rahn, eurasismo, y Julius Evola, entre un variopinto universo conceptual que podrá generar aplausos u odiosidades; pues frente a Dughin o se está con él y se lo sigue o se lo repudia. Parece no haber otra opción. Y, sin embargo, nosotros a continuación queremos hacer un juicio crítico que esté más allá de las posturas extremas antes mencionadas.
El aventurerismo estadounidense en Georgia y la profunda crisis económico-financiera que afecta a todo el sistema occidental han evidenciado definitivamente la incapacidad de los Estados Unidos para gestionar el actual momento histórico. Los paradigmas interpretativos basados en las dicotomías Este-Oeste, Norte-Sur, centro-periferia no parece que sean válidos para delinear los próximos escenarios geopolíticos. Una lectura continental y multipolar de las alianzas y de las tensiones entre los actores globales nos permite identificar en la América indolatina y en Eurasia los pilares del nuevo sistema internacional.
La incapacidad estadounidense de gobernar
La reciente cuestión georgiana ha supuesto definitivamente el certificado de defunción del llamado unipolarismo estadounidense y, sobre todo, parece que ha hecho efectivo un sistema articulado ya sobre polos continentales, es decir, un sistema multipolar.
Esto no ha sido captado en absoluto por la mayor parte de los observadores y analistas, que, pese a ser conscientes del crepúsculo de la “nación indispensable” (según la atrevida definición de la ex Secretaria de Estado Madeleine Albright), con motivo de la crisis de agosto entre Moscú y Tbilisi han hecho referencia, reiteradamente, a un nuevo bipolarismo y a una reformulación de la “Guerra Fría”. En realidad, estamos muy lejos de la reedición del viejo sistema bipolar, y no sólo porque las motivaciones ideológicas (entre las cuales se encuentran las antítesis comunismo-capitalismo y totalitarismo-democracia), que caracterizaron la posguerra de 1945 a 1989, y que por tanto dieron vida al equilibrio bipolar, han desaparecido, sino, sobre todo, porque grandes países de dimensiones continentales, como China, India y Brasil, como consecuencia de su desarrollo económico y gracias a la conciencia geopolítica que anima desde hace casi toda una década a sus clases dirigentes, tienen la ambición de asumir responsablemente compromisos políticos, económicos y sociales a nivel planetario.
Durante muchos años el origen de mi inspiración fue un especto de ideologías políticas derechistas, a las que llegué a través de los representantes del pensamiento conservador revolucionario, como Ernst Junger, Arthur Moeller van den Bruck, Oswald Spengler y Carl Schmitt. Este vector antiliberal no ha cambiado durante ninguna etapa de mi vida. Pero si en el comienzo fui partidaria de un movimiento estrictamente derechista conservador revolucionario, después de haber revisado críticamente muchos de sus componentes como el racismo (especialmente bajo su peor forma, el racismo biológico), la indulgencia frente al capitalismo y su fuertemente marcado anticomunismo, me abrí a los aspectos positivos del movimiento conservador revolucionario de izquierdas –sobre todo su anticapitalismo y su orientación euroasiatica. Tanto derechistas como izquierdistas son declarados por Karl Popper enemigos de la sociedad abierta; la similitud metafísica entre ambos se vio manifestada por la ideología antiliberal del nacional bolchevismo, esto es el Eurasianismo de izquierda. Esta ideología resolvió para mí todas las condiciones. Alexander Dugin declaró al nacional bolchevismo una “ciencia política y un fenómeno filosófico, de hecho un punto esencial en el mapa de los procesos políticos, en que derechistas e izquierdistas se funden entre sí en una autosuficiente y original síntesis de ideas.” Sin desviarme de mis posiciones, he mantenido una guerra permanente con nuestros contrarios ideológicos, sin olvidar nunca las palabras de van der Bruck: “La eternidad está al lado del conservador.”