La Cuarta Teoría Política, si nos damos cuenta de sus estructuras esbozadas preliminarmente, puede volverse más sistemática y concreta si consideramos algunas doctrinas, escuelas y figuras fundamentalmente importantes para la filosofía política en su lente. Tomemos a Hegel como ejemplo.
El mundo ha cambiado de forma muy drástica tras el fracaso de Occidente en Ucrania (2023), precedido por la huida despavorida de los norteamericanos en Afganistán (2021), y su injerencia desastrosa en Siria. La maquinaria militar norteamericana, gigantesca y omnipresente en todos los mares, es un fiasco. Puede sembrar el caos y amedrentar a gobiernos. Puede condicionar políticas y alianzas y crear más y más sufrimiento. Pero sus fracasos estratégicos anuncian el fin de una era y el comienzo de otra.
Hoy me gustaría compartir mis puntos de vista sobre la metafísica de la guerra y la comprensión filosófica de lo que está ocurriendo. Sin esa comprensión, no podremos captar toda la profundidad de la confrontación actual. Huelga decir que sigo con atención el espacio informativo, comentándolo en directo. Sin embargo, hoy me gustaría echar un vistazo a los acontecimientos actuales desde una perspectiva filosófica.
Tuvimos la suerte de entrevistar al que es probablemente el más grande filósofo vivo hoy en día: Alexander Dugin, quien es el creador de la Cuarta Teoría Política. Este pensador es llamado por los perros guardianes al servicio de las élites liberales como “el filósofo más peligroso del mundo”.
En esta entrevista conversamos sobre la terrible lucha que hoy está aconteciendo entre el moribundo mundo de hoy y la nueva realidad que se está perfilando en un futuro. Es una lucha que enfrenta al agonizante sistema unipolar, representado por la UE y los Estados Unidos liderados por Biden, y el sistema multipolar, que está siendo impulsado por el bloque euroasiático.
En este momento de la historia estamos siendo testigos de un fenómeno muy importante: la transformación de la ideología liberal. El liberalismo, como cualquier otra ideología política, se encuentra en constante cambio. Sin embargo, como sucede con cualquier otra cosa, existen momentos donde somos capaces de decir que han acontecido cambios fundamentales dentro de un paradigma y esto nos da derecho a argumentar que algo se ha acabado y que ahora comienza otra cosa distinta. Podemos decir que ha nacido algo nuevo. Muy menudo estos procesos van acompañados del colapso de un sistema político o de un nuevo equilibrio de poder después de que el anterior se ha desmoronado. Por ejemplo, esto sucedió con las guerras mundiales, etc. Pero también sucede que estos cambios pasan desapercibidos y acontecen a un nivel subliminal que se mantiene dentro de un estado latente. De todos modos, siempre seremos capaces de distinguir algunos de los síntomas que han producido estos cambios. No obstante, el decir que estos cambios son tan profundos como para haber llegado hasta un punto de no retorno siempre serán una cuestión abierta y que será parte de una serie de discusiones.
El “Gran Despertar” es algo espontáneo, inconsciente, intuitivo y hasta ciego. No se trata de ninguna manera de una comprensión, conclusión o de un análisis histórico profundo. Como vimos en las imágenes de la toma del Capitolio, los activistas del trumpismo y los miembros de QAnon parecen encarnar a los personajes de los cómics o a los superhéroes de las películas de Marvel. Las teorías conspirativas son la enfermedad infantil del anti-globalismo. Pero también se trata del comienzo de un proceso histórico fundamental: es el momento donde surge un polo de oposición claro al curso mismo de la historia como ha sido comprendida por los liberales.
La quimera del progresismo es creer que el despliegue horizontal, el hechizo del cambio por el cambio mismo, la réplica inmanente y acumulativa es garantía de bienestar. Este movimiento, que recibe el nombre de parallaxisse opone a la eidopoiesis como actualización de virtualidades de la propia esencia. Mientras el progresismo incurre en aquello que Heidegger denominaba “afan de novedades” y que constituye uno de los elementos definitorios de la vida inauténtica, el pensamiento tradicional cuyo eco asume Dugin, propone un movimiento que resguarde y no olvide la propia identidad.
La occidentalización juego un rol muy importante en la globalización, porque se trata tanto de una proyección de los valores occidentales como de la sociedad occidental a todo el resto de la humanidad. Así que la globalización mide todo según los parámetros de Occidente. El segundo nivel de la globalización es la proyección del proceso de modernización junto con la occidentalización. Eso significa que siempre se están imponiendo una versión cada vez más actualizada de los mismos valores occidentales, ya que los valores occidentales que existían ayer no son los de hoy. Se trata de un proceso continuo de transformación que tiene como principio el cambio de los valores y los paradigmas occidentales. Pero sobre todo debemos tener en cuenta lo siguiente: es un proceso doble donde se produce un proceso de actualización del mismo Occidente y que luego es proyectado como una versión mucho más actualizada al resto del mundo. Es una combinación de lo posmoderno con lo moderno.
Focio es el principal ideólogo de la ortodoxia bizantina y quién puso sus últimos fundamentos metafísicos, además de predeterminar la identidad ortodoxo-bizantina en el sentido de una cosmovisión que podía abarcar tanto a los griegos (bizantinos) como a aquellos pueblos y culturas que luego resultarían ser los defensores de la ortodoxia. De hecho, fue Focio quien preparó el paradigma teológico y dogmático que llevó a los ortodoxos al Gran Cisma, insistiendo firmemente en que es la ortodoxia bizantina oriental la verdadera tradición cristiana que está unida por un hilo continuo que conecta el cristianismo del siglo IX con sus fuentes históricas y místicas, mientras que el Occidente católico es una “rama seca” que perteneció antes a la Tradición, pero que había perdido su vida y también sus conexiones con la verdad dogmática que fue plasmada en los 7 Concilios Ecuménicos. Fue el Concilio del 879-880 el que, gracias a las decisiones de Focio, reconoció al Segundo Concilio de Nicea como oficialmente el Séptimo Concilio Ecuménico, cerrando con ello la época de los Concilios Ecuménicos y fijando la estructura de los dogmas ortodoxos en un corpus doctrinal de textos teológico y reglamentos que jamás fueron sujetos a enmiendas o cambios. El cristianismo occidental, por el contrario, consideraba al Papa como un intérprete vivo de la Tradición y, por lo tanto, los dogmas de la Iglesia no podían ser fijados de una vez por todas. Es en este punto donde podemos ver que surge la diferencia más importante entre la ortodoxia y el catolicismo: el bizantinismo ortodoxo tiende hacia el conservadurismo dogmático como parte esencial de su realidad, en cambio el catolicismo siguió el camino de ir ajustando los dogmas que heredaba a los desafíos que enfrentaba durante cada época histórica, tratando de preservar de este modo, en la medida de lo posible, su lealtad al espíritu y la letra de la tradición de la Iglesia. Los ortodoxos han conservado de manera inflexible los dogmas en comparación con los católicos. Pero los mismos católicos, si los comparamos con los protestantes, que son incluso menos dogmáticos, pueden parecernos a su vez conservadores y tradicionalistas.
Según Gramsci la cultura es algo que crean los intelectuales. Un intelectual es, según Gramsci, una persona que la sociedad ha liberado de la necesidad de participar en el trabajo físico y tampoco se trata de un representante de la burocracia o el miembro de un partido político. Es una persona que posee su propia autonomía con respecto a la infraestructura y también es libre frente a la superestructura política. El intelectual es el sujeto que posee una conciencia independiente y que puede tomar una decisión que no se encuentra predeterminada por su clase social, tampoco está determinado por el lugar que ocupa al interior de un partido o de la sociedad.
Al Pueblo lo podemos definir como: “el grupo humano orgánicamente estructurado, consciente de su destino histórico, cuyos componentes están ligados entre sí por ideales comunes más o menos bien definidos” (Revisar definición de Pueblo en Praxispatria). Este pueblo cumple un papel soberano y político, al identificarse como una clase social, es decir la llamada “Clase Popular”, combatiendo al despotismo y la tiranía, ejerciendo el derecho de rebelión para consolidar la vida plena, armar su propia historia. De ahí la fórmula: “Contra el horror del tirano, el terror popular”. Este Pueblo o Clase Popular, si bien no es exactamente lo que el marxismo identifica como Proletariado, si se encuentra estrechamente vinculado a éste, pues el corazón del Pueblo es la clase proletaria, luego incluye también a los sectores de la pequeña burguesía que tienden a la proletarización.
Las grandes diferencias terminológicas, conceptuales y aperceptivas que separan tanto a los tradicionalistas como a Heidegger pueden parecer insuperables. Una de las más obvias es, por ejemplo, que Heidegger denominó como “metafísica” a la totalidad del legado filosófico que va desde la antigua Grecia hasta ahora y que él consideraba como una equivocación fatal y el inicio del olvido del ser, mientras que para los tradicionalistas la “metafísica” se refiere precisamente al lenguaje supremo del Ser cuyo nacimiento en la Filosofía de la Hélade representó una especie de degradación. Para Guénon, la Filosofía Occidental carecía por completo de una verdadera y completa Metafísica y, por lo tanto, era nula. En segundo lugar, podríamos objetar también a Heidegger el sostener que únicamente Occidente, o solo Europa, habría desarrollado y fue responsable de la creación de una tradición conceptual tan consistente, mientras que los tradicionalistas aborrecieron por completo esta “pseudo-tradición” y en su lugar sostuvieron que el pensamiento verdadero y su sabiduría solamente podría ser buscado en contextos no occidentales o “pre-occidentales”.
Luego, están los atlantistas, los rusófobos, que son los oponentes ideológicos directos del eurasianismo, los cuales son una mezcla de liberales y nazis que llegaron al poder en Kiev. Y es la peor catástrofe que nos podamos imaginar. Derrocaron a Viktor Yanukovych, usurparon el poder, pusieron en marcha una campaña de represión con un fuerte carácter rusófobo y estaban preparados para entregar la misma Ucrania, incluida, por supuesto, Crimea, a nuestros enemigos de la OTAN. Eso nos despertó. Comenzó la primavera rusa. Pero desde una perspectiva geopolítica, política y espiritual no logramos sino cumplir la mitad de nuestros objetivos. Solo recuperamos Crimea…
La Cuarta Teoría Política no es una teoría únicamente aplicable a los rusos. La idea que la articula es principalmente la descolonización de nuestra conciencia política, para que al lograr este objetivo consigamos alcanzar un nuevo nivel de autoconciencia. Concebimos la política según un sistema de coordenadas predeterminado y estas coordenadas predeterminadas nos fueron impuestas por Europa Occidental en los Nuevos Tiempos, en la Edad Moderna, que no es otra cosa que un breve periodo histórico y un lugar geográfico bastante pequeño. Lo peculiar de semejante sistema político es su rechazo de la verticalidad, es decir, el rechazo del platonismo, la idea de lo trascendental y de la teleología aristotélica. Este sistema político no tiene ninguna dimensión espiritual, por lo que la política no tiene ningún propósito. El mundo no es construido desde arriba hacia abajo y desde el centro hacia la periferia, sino que es construido desde abajo hacia arriba y desde la periferia hacia el centro.
Dugin se esmera en buscar el inicio del liberalismo, su cuna, desde lo que históricamente se denomina modernidad, es decir; la caída del Antiguo Régimen y los sistemas tradicionales monárquicos en general, así como estudiar las ideologías modernas que intentaron enfrentar al liberalismo y destruirlo. Por lo consiguiente, dedica todo un capítulo al análisis de los conservadurismos (tradicionalismo, fundamentalismos, conservadurismos revolucionarios, liberales, conservadurismos de izquierda, etc.).
La figura del Anticristo en la semántica del cristianismo puede considerarse multidimensionalmente. Estructuralmente, está estrechamente vinculado con el paradigma cristiano de la historia. La historia va del paraíso a la caída, las vicisitudes del pueblo elegido, luego de Cristo, luego de la iglesia, luego del fin del mundo y la liberación de Satanás de las cadenas. La etapa de la aparición del Anticristo es la última antes del fin del mundo y la Segunda Venida de Cristo. Por lo tanto, el tema del Anticristo puede tomarse como una herramienta para medir el tiempo cristiano. Y mucho depende de cómo se calcule el tiempo: la actitud hacia la sociedad, el mundo, incluso la religión. Después de todo, y esto es lo más importante, el Anticristo falsifica todo, su reinado es la época de la falsificación. ¿Falsificaciones de qué? De todo: el mundo, la religión, la sociedad, el poder, el hombre. Esta es la época de los simulacros, los sustitutos, las copias pervertidas. Y, en consecuencia, frente a los elementos del Anticristo, las personas del último período deben actuar y ser diferentes a las anteriores. Al ver el agua, una estrella, una persona o un templo, los cristianos anteriores al Anticristo los tratan en consecuencia. Pero a los cristianos del período del Anticristo se les invita a hacer lo contrario. No te fíes, fíjate, estate atento ante las cosas más sencillas y familiares. Lo familiar ya no existe. Hay una trampa en todo. La época del Anticristo es una época de sospechas.
América Latina es única, hasta el momento no hemos sido parte central de la historia universal (disciplina eminentemente eurocéntrica), desde la periferia hemos sido vistos como un “continente mágico”, un lugar donde lo suprarracional y lo supranatural convive perfectamente con la cotidianeidad (por eso es tan popular el “realismo mágico” entre los lectores yanquis y europeos). Nosotros mismos nos hemos visto como hijos del “mundo occidental”, al que queremos emular desesperadamente y tenemos como meta referencial.
uy recientemente, el famoso politólogo estadounidense John J. Mearsheimer en su nuevo libro “El gran engaño: sueños liberales y realidades internacionales” expresó su preocupación por el desorden liberal. En el capítulo seis del libro titulado “El liberalismo como fuente de problemas” comienza con estas agraviadas palabras: “El costo de la hegemonía liberal comienza con las guerras interminables, el Estado liberal termina luchando para proteger los derechos humanos y difundir la democracia liberal por todo el mundo. Una vez desatado en el escenario mundial, el unipolarismo liberal pronto se vuelve adicto a la guerra”.
A primera vista, los puntos de contacto entre el putinismo ruso y el peronismo argentino pueden sonar insólitos, incluso descabellados. Pero es contra esta percepción que Dugin ha trabajado para explicar que el eurasismo, el modelo de expansión continental rusa basado en los vínculos de distintas sociedades tradicionales asentadas en Europa del Este y Asia pero con intereses estratégicos comunes, puede dialogar con una potencial alianza del continente latinoamericano como la que, en su momento, Perón proyectó entre Argentina, Brasil y Chile. “Por eso me pone muy contento estar con Argentina, porque estando junto a ustedes defiendo mi causa, la causa rusa, la causa de la comunidad organizada, de la justicia y de la identidad”, escribe Dugin en Logos argentino. Metafísica de la Cruz del Sur, su libro dedicado a entender la Argentina.
1. En la base de todo está la materia, hule, silva, ‘madera’, espacio, khora, la nodriza (de Timeo), la materia primera.
2. La materia, entendida en sentido amplio máximo (en cada género de manera lógica, mitológica, filosófica, teológica, religiosa, ritual y simbólicamente) es idéntica al ser e imbuye de ser a todos los fenómenos que surgen de ella.
3. La materia posee poder creativo y puede crear a partir de sí misma formas corporales y corrientes de vida. El ser de la materia se transforma en vida y en construcciones eidéticas. La materia es la creadora de todo.
La figura más importante en el movimiento de la “Nueva Derecha” fue y sigue siendo hasta el día de hoy el filósofo Alain de Benoist, quien continuó la iniciativa de Raymond Abellio para realizar la gran “transformación de los últimos tiempos” en algo directamente opuesto al estado actual de las cosas en Europa: el triunfo del nihilismo y el triunfo del “abismo de la tierra”.
El movimiento de Alain de Benoist fue llamado la “Nueva Derecha” de manera más bien tentativa, ya que sus propios representantes se negaron a identificarse como de izquierda o de derecha. Además, entre las tres ideologías clásicas de la Modernidad – 1) liberalismo, 2) comunismo y 3) fascismo – ninguna correspondía a la dirección básica de esta corriente ideológica. En este sentido, las palabras de Abellio en su libro “Los ojos de Ezequiel están abiertos” se refieren plenamente a Alain de Benoist:
n noviembre de 2017 se celebró en Ámsterdam una gran y muy interesante conferencia, en la que participaron cerca de mil quinientas personas. El principal tema de discusión fueron los proyectos para el desarrollo de los procesos mundiales basados en tipos opuestos de la Idea del desarrollo global y su conexión con los cambios geopolíticos actuales. El punto clave de la conferencia fue el discurso del teórico e ideólogo del globalismo mundial Bernard Henri Levy. En el formato de una breve conferencia, esbozó su visión de cómo el espíritu del globalismo, toda su Idea, en su ejecución liberal, se proyecta sobre los procesos mundiales actuales: cómo influyen en los acontecimientos que se desarrollan en el Medio Oriente, cuál es la influencia del globalismo en lo que está sucediendo en Irak, y en particular, en la capital del Kurdistán iraquí, Erbil. Levy proporciona un fundamento ideológico básico para todos los procesos mundiales más importantes que tienen lugar con la participación de Occidente, construyendo un esquema ideológico completo, que se deriva desde Eneas [1] y Troya hasta la América moderna y Trump. Al mismo tiempo, Levy enfatizó que había venido a Amsterdam desde Erbil específicamente para hablar sobre los cambios tectónicos que ocurren en la historia del Espíritu, tal como lo entienden los teóricos de la globalización. De hecho, cabe señalar que este tipo de discursos no se pronuncian todos los días, al igual que no todos los años los acontecimientos pol
Los desarrolladores de la IA moderna (tanto débil como fuerte) siguen esta lógica: es una combinación de secuencias casi aleatorias de elementos semánticos. Recordemos cómo N. S. Trubetskoy definió un fonema en lingüística estructural: un fonema es un cuanto mínimo de sonido dotado de significado. Una combinación de fonemas siempre significará algo. Del mismo modo, una secuencia de signos siempre significará algo: el sinsentido no funcionará, porque cada elemento del Intelecto es un seme, un cuanto semántico, así como cada elemento del habla es un fonema.